Que somos polvo de estrellas es una bella frase y una realidad científica. Pensarla nos hermana y nos ubica. En ese sentido comparto una experiencia reciente en el Planetario Hayden de Nueva York. Era invierno y cientos de personas de diversos orígenes y edades, con cubrebocas, nos sumergimos en una expedición imaginaria. Desde nuestro planeta azul nos dirigimos hacia otros mundos más allá de la Tierra.

El enorme Teatro Espacial cuenta con un proyector de estrellas Zeiss Mark IX y un sistema de domo digital para mostrar en 3D una vista hiperrealista de los planetas, cúmulos de estrellas, nebulosas y galaxias lejanas. Sospechaba que saldría de ahí con la confirmación de nuestra insignificancia en el Universo. Y sí bien eso es cierto, también lo es que nuestro mundo es particular. Tal y como lo vimos a lo largo del asombroso viaje interestelar, hay un campo magnético protector de nuestro planeta generado por el núcleo dinámico y caliente de la Tierra que lo hace único.

Dicen que somos resultado de acontecimientos cósmicos. En su libro Comernos el Sol, Ella Frances Sanders explica: “Somos polvo de estrellas. Se dispersa por el cielo como luz de luciérnagas, discreto, pintoresco y, a la par, abrumador como solo lo imposible puede serlo. A las estrellas les debemos nuestro singular y frágil cuerpo”. Cuando mueren, agrega, las estrellas toman el equivalente a una última bocanada de aire y se repliegan sobre sí mismas, se desprenden de su contenido en esa magnífica nada, o ese todo absoluto que es el universo. Cada año caen a la Tierra 40 mil toneladas de polvo de estrellas, y sus partículas proporcionan incesantemente la materia de la vida del planeta.

María Popova, cuyo blog The Marginalian es una de las presencias más luminosas en Internet, escribe en su más reciente entrega acerca de la energía y la entropía en la dinámica del Universo. Así como estamos vivos porque el sol se está quemando todo el tiempo, nos empeñamos en seguir viviendo con la conciencia de la pérdida continua que es la vida misma cada día. Y recuerda a W.H. Auden, el autor que buscaba la verdad en la poesía. Vivió dos guerras mundiales y su modo de lidiar con lo incomprensible fue a través del arte. “Miró a las estrellas y vio puntos de luz sobre un mundo indefenso de noche. Se miró a sí mismo y vio una criatura compuesta como las estrellas de Eros y polvo, acosada por la misma negación y desesperación”. En medio del desastre del mundo en 1939, se enamoró y vivió “las once semanas más felices” con Chester Kallman. El amor también lo salvó esos años. Luego la relación devino en amistad y escribió en 1957 su poema “The more loving one” que es a la vez íntimo y universal.

Un fragmento: “¿Cómo nos sentiríamos si las estrellas ardieran/ con una pasión que no pudiéramos corresponder? / Si un afecto igual no puede existir/ permíteme ser yo quien más ame”.

Braulio Peralta recogió las palabras de Octavio Paz cuando el poeta brindó en Estocolmo luego de recibir el Nobel en 1990: “Estrellas, colinas, nubes, pájaros, grillos, hombres: cada uno en su mundo, cada uno un mundo —y no obstante todos esos mundos se corresponden—. Sólo si renace entre nosotros el sentimiento de hermandad con la naturaleza podremos defender la vida. No es imposible: fraternidad es una palabra que pertenece por igual a la tradición liberal y socialista, a la científica y a la religiosa (…)”.

Lo advertía Oscar Wilde: “Todos vivimos en el mismo fango, pero a algunos se nos ocurre voltear a ver a las estrellas”.

adriana.neneka@gmail.com

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