Dice el poeta Pedro Uc Beh: “Se ha destruido mucho, pero vienen por lo que sobrevive. Necesitamos como pueblos mayas comenzar a denunciar y alzar la voz para que esto pueda pararse, en caso de que nos puedan oír. De todas maneras, nosotros tenemos que hacer lo que nos toca para preservar lo poco que nos queda, que es el monte, nuestra forma de vivir, nuestra organización, nuestra lengua y nuestra cultura”.

Uc Beh, también activista de la Asamblea de Defensores del Territorio Maya Múuch’ Xíinbal y concejal del Congreso Nacional Indígena, ha levantado la voz en contra de la construcción del Tren Maya. Por eso recibió una amenaza de muerte que incluye también a su esposa y a sus hijos. El mensaje vía WhatsApp le llegó a la 1:19 pm del lunes 16, un día después de la consulta sobre el megaproyecto presidencial.

Escuché al poeta yucateco gracias al reportaje multimedia Derecho de Réplica. Hablan los Pueblos  realizado por Gloria Muñóz Ramírez, directora de Desinformémonos, y su equipo. Recorrieron los mil 500 kilómetros que atravesará el Tren Maya a lo largo de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco y Chiapas guiados por las comunidades y pueblos indígenas que habitan sus tierras.

Luego de oír sus testimonios y preocupaciones, no sólo por la vía del tren, sino por la alteración a su forma de vida a partir de una urbanización desordenada, como sucedió a Cancún o Playa del Carmen, debido a los “18 polos de desarrollo” contemplados para el Tren Maya, me pregunto cómo puede asegurar el gobierno que ganó la consulta de manera “contundente” si participó solo 2.6% de habitantes en los cinco estados afectados. Cómo, si se trató de una “consulta” que partió de la desinformación y la manipulación de las asambleas locales, incumpliendo el Convenio 169 de la OIT. Además, el megaproyecto no sólo carece de una Manifestación de Impacto Ambiental sino que el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) prepara ya una solicitud de exención de la misma para la mitad del trayecto (Reforma, 16/12/19).

Múltiples voces de académicos, investigadores, biólogos, ambientalistas y antropólogos han expuesto el riesgo que corren mil 288 puntos de valor arqueológico, cenotes, manglares, ríos, arrecifes, selvas, la flora y la fauna… a lo largo de los territorios protegidos que atravesaría el Tren Maya: Parque Nacional de Palenque, Chiapas; Área de Protección Cañón del Usumacinta, Tabasco; Reserva de la Biósfera de Calakmul y Reserva de la Biósfera Los Petenes, Campeche, así como las Áreas de Protección Yum Balam, Manglares de Nichupté y Uaymil y la Reserva de la Biósfera de Sian Ka’an, en Quintana Roo. Sus investigaciones ¿no cuentan?

Han explicado el riesgo de que el reordenamiento territorial lleve a la edificación de ciudades orientadas al turismo y el consumo masivos en áreas que no están preparadas para ese cambio. El hecho de que sólo 30% de los habitantes de esos cinco estados tienen acceso al agua y el proyecto carece de una estrategia de potabilización, de alcantarillado o tratamiento de aguas residuales. Y en medio de todo, las comunidades mayas que han aprendido a beneficiarse de los servicios ecosistémicos de manera sustentable y viven una relación sagrada con la naturaleza.

Para Pedro Uc: “Esto es el silencio, el vacío, es acabar con el color verde de las plantas y de los árboles. Es la separación del hombre de su propia naturaleza. Si esto sigue, en unos años nos quedaremos sin la vida en la que crecimos y en la que como pueblo maya nos hicimos”.

Que nadie silencie su voz. Ni la de los pájaros, las abejas, los ríos y cenotes, las selvas, los jaguares, los monos saraguatos, el puma, el tapir, el pecarí de labios blancos, el mono araña, el zopilote rey, el águila elegante y el pavo ocelado. Tampoco la de nuestros antepasados grabadas en sus templos y ciudades.

(Mis mejores deseos y un abrazo navideño a los lectores. Esta columna regresa el 8 de enero).

adriana.neneka@gmail.com

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