El paro femenino del 9 de marzo puede marcar un antes y un después en nuestras vidas. Porque vamos a detenerlo todo, menos la reflexión colectiva: ¿Qué hacemos mujeres y hombres para inventarnos una vida distinta? ¿Cómo dejar de ser funcional a este sistema patriarcal? ¿Por dónde derrotar la violencia machista desatada? ¿Hay esperanza?

Cintia Martínez Velasco, especialista en filosofía de género decolonial escribe: “Necesitamos, más que nunca, imaginación y participación de hombres y mujeres mediante el cuestionamiento de las formas de vivir el ser hombre y el ser mujer. El gobierno no alcanza para tal fin, es labor pendiente de la que debemos participar todes, todas y todos si no queremos seguir en un país tan inhabitable” (Confabulario, El Universal 01/03/2020).

Coincide con la idea de Rita Segato en el sentido de que “el problema se resuelve allá abajo”, en las agresiones cotidianas que, sin ser tipificadas como delito, son el caldo de cultivo del crimen, último gesto de un proceso que normaliza los abusos sexuales. La feminista plantea: “Los hombres deben entrar en las luchas contra el patriarcado, pero no deben hacerlo por nosotras y para protegernos del sufrimiento que la violencia de género nos inflige, sino por ellos mismos, para liberarse del mandato de la masculinidad, que los lleva a la muerte prematura en muchos casos y a una dolorosa secuencia de probaciones de vida”.

Pienso en Santiago Roncagliolo y su relato “Memorias de un heterosexual” (Revista de la Universidad de México, No.846). El escritor peruano narra su angustia de niño en la escuela para varones que define como “una olla de presión de testosterona, siempre a punto de explotar”; la adolescencia en un colegio donde resultaba “sospechoso” porque leía mucho y el fracaso de algunos esfuerzos “por ser homosexual” dado que el universo femenino le parecía más civilizado y sensible. Cuando aborda su adultez advierte que, si en el imperio del macho nunca había sido suficientemente hombre, en el siglo de la revolución femenina hay todo un aprendizaje: “Hoy ser padre significa ocuparte del hogar de verdad. Pero sin referentes (…) Creerse el jefe está tan mal visto como fumar en un restaurante. Y es igual de arcaico. Sin embargo, nadie nos enseñó como hacerlo de otro modo”. Profundiza en la incapacidad de hablar de las emociones: “Simplemente nos falta vocabulario” y del futbol, que “es crucial en el mundo masculino porque llena las horas que pasamos sin hablar”.

En su nuevo libro Contrastes, el filósofo mexicano Eduardo Garza Cuéllar plantea que en los cruceros morales la lógica masculina responde a la manera de un semáforo: “detente, respeta mi turno, te toca, freno para que pases…”, mientras que la femenina fluye como en una glorieta: “nadie tiene que detenerse si nos miramos y ajustamos velocidad y dirección tomando en cuenta al otro”.

Garza plantea que la ética masculina es lineal, la femenina circular, se preocupa por incluir y armonizar. Al leerlo recordé cuando él mismo invitó a México al sociólogo colombiano Leonel Narváez, figura clave en el proceso de pacificación de su país. Al final de su conferencia anunció, para el futuro de la humanidad: “La etapa de lo femenino”. Advertía que el mundo en manos del machismo ha generado guerras y violencias desde tiempos inmemoriales. Es hora, propuso, de “potenciar los valores femeninos que todos tenemos para iniciar una nueva etapa”. Hizo hincapié en el desarme del lenguaje y la necesidad de la palabra dulce, asertiva, que no cultiva el odio ni el resentimiento, que construye y asciende a la persona.

Así, con una metodología circular, la organización educativa mundial ManKind Project ya funciona en México y 20 países más. Consiste en generar “Nuevas masculinidades” mediante círculos de hombres que buscan sanar las heridas del machismo y romper las ideas patriarcales y jerárquicas impuestas.

El día 9 será histórico en la rebeldía feminista. Y, quizá, como el día en que el mundo acordó abrir la caja de la masculinidad para repensarla.

adriana.neneka@gmail.com

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