A unos días de la Nochebuena, la palabra Paz parece un sueño lejano para gran parte de la humanidad. ¿Qué celebración es posible este año? Allá en Belén, en el centro de Cisjordania, sitio sagrado para miles de millones de personas, se extrañará a los peregrinos que de todo el mundo llegan cada Navidad a la Plaza Manger a conmemorar el nacimiento de Jesús.

Por un lado, es casi imposible llegar a la Basílica de la Natividad en las circunstancias de guerra actuales. No sólo debido al llamado “Muro de la vergüenza” levantado por Israel para separarse de Palestina, o por los estrictos controles al movimiento, sino porque las autoridades religiosas de Belén anunciaron que, en solidaridad con los palestinos de Gaza, no habrá conmemoración de carácter festivo este año.

Hace apenas dos meses visité la Gruta de la Natividad en Belén. Lejos de la típica iconografía occidental del nacimiento clásico, con el pesebre y el niño Jesús rodeado de María, José, los pastores y los animales, el heno y el musgo, lo que vi me confrontó: ¿Acaso el derecho a la representación de un momento así es exclusivo de algunos? Para llegar a la cueva hay que descender por unas escaleras semicirculares hacia la parte subterránea de la Basílica de la Natividad. En un reducido espacio recubierto de mármol, bajo un pequeño altar, una estrella de plata en el suelo ubica el sitio donde nació Jesús y en medio de la estrella un cristal protege la roca donde el bebé fue depositado al nacer. Rodean al sitio lámparas colgantes de oro y plata estilo bizantino. Puedes estar solo unos segundos o los sacerdotes ortodoxos griegos que custodian el lugar te apresurarán hacia la salida.

A la Basílica la administran la iglesia ortodoxa, la católica y la armenia. Y tiene una larga historia, tanto como la secuencia de ocupaciones extranjeras que ha sufrido Tierra Santa en su existencia. La levantó Helena, madre de Constantino en el 327 d.C. para honrar el sitio donde nació Jesús. Y entre otras grutas que alberga está la de San Jerónimo, justo donde el patrono de los traductores realizó la Vulgata, célebre versión latina de la Biblia.

Cerca de ahí se encuentra la Gruta de la Leche, bella capilla, como todas las que han construido los franciscanos, custodios oficiales de Tierra Santa desde 1217, con el italiano Antonio Barluzzi como arquitecto principal en el siglo XX. Según la tradición cristiana, María amamantó a Jesús aquí antes de emprender con él y José su huida a Egipto. El espacio resguarda pinturas y esculturas que representan a vírgenes de distintos países dando pecho a su bebé. A un lado del altar, la Virgen de Guadalupe. Luego están el hermoso campo de los pastores y la tumba de Raquel, venerada por el judaísmo, el cristianismo y el islam.

No es necesario ser religioso para conmoverse frente a la devoción de tantos peregrinos y la importancia histórica y arqueológica de toda esta tierra. O ante la gran diversidad cultural que alberga. Pero hoy, también conmueve recordar que la economía de Belén depende en 65% del turismo. Y que sus artesanos y ebanistas, que trabajan la madera y el olivo (como José y Jesús), producen figuras de artículos religiosos de cuya venta en esta temporada vivirán todo el año. ¿Qué será de estas comunidades?

Hace poco comenté que en esta guerra se han respetado los espacios sagrados. Y las personas ¿no son sagradas? me contestó mi amiga Alma. Me quedé callada, como Belén, que este año conmemorará en silencio el nacimiento de Jesús. Quizá, como diría Ignacio Larrañaga: “Sólo el silencio puede contener lo infinito”.

Les deseo una Navidad llena de paz.

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