Siempre es difícil escribir cuando una vida se extinguió y más cuando se trata de un joven entusiasta que colaboró conmigo en la Comisión Contra la Trata de Personas, que tuve el honor de presidir en el Senado de la República. Daniel, tengo presente cuánto deseabas un México con más seguridad para “que la gente salga sin miedo a las calles”, en el que pudieras caminar libremente por las calles, y fue en ellas precisamente donde encontraste la muerte. ¡Vaya paradoja de la vida! Sólo puedo decirte que desgraciadamente eres parte del dolor que se pudo evitar.

Para Daniel Picazo con todo mi respeto y cariño.
Para Connie, que no ha dejado de luchar por honrar tu vida.
Para tus padres, que exigen justicia y tuvieron al mejor hijo.

 

No encuentro palabras para expresar mi enojo y frustración porque ese México del futuro que visualizaste hace 10 años, ese México sin violencia con el que soñabas, ese México que ofreciera oportunidades a los jóvenes, a las nuevas generaciones, nunca llegó. Algo hemos hecho mal Daniel -no de ahora, desde hace tiempo-, porque el ser joven en este país y tener aspiraciones legítimas de estudio, de diversión y/o de aventura para viajar y conocer lugares, representa un alto riesgo. 56 jóvenes son asesinados por cada 100 mil habitantes.

Fuiste producto de la cultura del esfuerzo y demostraste -como muchos lo hemos hecho- que origen no es destino. Aprovechaste la educación que te procuraron tus padres y movido por tus sueños, tus anhelos, luchaste por conseguir una beca para especializarte en el extranjero y tener mayores elementos para entender a tu país. Nadie te regaló nada. Hay que valorar tus ganas de salir adelante y aspirar a una vida mejor; para ello te preparaste y te abriste camino. No pensaste en ese mundo desigual en el que naciste. ¡Mira lo que son las cosas! Mientras tú construiste tu futuro, sin esperar que nadie lo hiciera por ti ni que te regalaran nada, hoy tenemos un gobierno federal convencido que regalar dinero a los jóvenes es ayudarles, cuando miles de ellos anhelan vivir, ampliar sus posibilidades de desarrollo y aplicar sus talentos y habilidades como tú lo hiciste.

Tu pérdida y la forma en que sucedió debiera llevarnos a una profunda reflexión como sociedad ¿por qué permitimos que impere ese maldito ruido de la indiferencia ante hechos tan abominables y desastrosos como el que te arrebató la vida?, ¿por qué se acaba por normalizar la violencia?, ¿qué tanto hacemos para erradicar estas realidades?, ¿en qué momento el porvenir de los jóvenes se convirtió en una espiral violenta que puede confundir una vida y acabar con ella por la decisión suprema de una turba incontrolable, que no obedece ni atiende a la autoridad, pero que actúa al frío sonar del campanario?, ¿es esto lo que queremos para las nuevas generaciones? ¿qué debemos hacer para cambiar su futuro y nuestro presente?

Por el momento, no tengo respuestas que ofrecerte. Se ha vuelto común agredir al prójimo, ver quién ofende más o grita más o descalifica más. Como bien pudiste percibirlo desde hace tres años, esa polarización social en la que vivimos se recrudece cada vez más con odios y rencores incluso incitados desde el poder; como se dice, se busca quién la pague y tú pagaste por algo que no hiciste; tu inocencia fue ignorada por una turba enloquecida.

La historia de los linchamientos en muchos rincones de esta nación no es nueva, y Puebla, desafortunadamente, ha sido escenario de muchos de estos casos -basta recordar Canoa-. Las campanas se convirtieron en el llamado al pueblo “para hacer justicia por propia mano”. No puedo imaginar el pavor y el miedo que provocaron en ti cada una de esas campanadas, al sentir cada segundo como se extinguía tu vida. No puedo concebir como la máxima autoridad en este país, desde la tribuna presidencial y ante tu caso señalara “con las tradiciones de un pueblo, con sus creencias, vale no meterse”. Antes lo hizo al referirse a los matrimonios infantiles en Guerrero. Mi rechazo tajante que quitarle la vida a un ser humano, para los ojos del presidente, ya no sea un delito, él tendría que ser el primero en cumplir y hacer cumplir la ley, y tus asesinos deben estar en la cárcel.

Te quedamos mucho a deber. Ni siquiera hubo un cuerpo policial que te defendiera; te alcanzó la ineficiencia de los abrazos y no balazos, y las consecuencias del incumplimiento de las responsabilidades de los gobiernos municipales, locales y el federal.

No imagino el dolor de tus padres en estos momentos y a ellos hago llegar mi más sentido pésame. Sé que si la justicia llega para castigar a los culpables no será suficiente para resarcir el daño, ni mucho menos te devolverá la vida.

Tu voz se apagó el viernes y nadie dijo: “Todos somos Daniel”. Ante el maldito ruido de la indiferencia, tenemos que pedirte perdón.

Activista
 

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