“La desgracia congrega”, nos repetía un viejo profesor de filosofía cada martes al finalizar su clase. El 19 de septiembre se empeña en recordarnos que la desgracia congrega, sin embargo, también nos recuerda cosas más importantes y simultáneas. 32 años después del terremoto que sacudió a la Ciudad de México y que cimbró las conciencias de muchas personas que se organizaron y salieron a las calles a recatar, ayudar u orientar, y a dar impulso a una nueva y pujante sociedad civil, nuevamente muchas personas de distintas generaciones, de diversas sensibilidades e ideologías, con diferentes experiencias de mundo y al mismo tiempo, con diferentes compromisos ante la vida pública; nuevamente, todos los congregados por la desgracia que sufrieron este pasado 19 de septiembre, vuelven a sentir ansias de renovación, esperanzas y deseos por impulsar una nueva convivencia basada en la empatía, en la responsabilidad, en el derecho y en la obligación.

Hay hambre de renovación, de nuevas formas de organización política y civil, de una nueva política, y es que las formas tradicionales ya quedan pequeñas ante las necesidades de esta sociedad pujante que siempre está más adelantada a lo que los políticos e instituciones del Estado pueden ofrecer. La sociedad necesita renovación, una política más cercana a la ciudadanía o, mejor dicho, una política entrelazada con los ciudadanos, para una ciudadanía consciente, responsable y activa que a pesar de que comúnmente se le considera como un ente pasivo, con miedo e ignorante, tragedias como la del 19 de septiembre de 2017 nos muestra que esa ciudadanía exige participar en las decisiones públicas.

La sociedad no quiere olvidar sus errores, sus problemas ni su pasado, y así desconocer muchos avances que la sociedad mexicana ha logrado. Recordemos los fundamentos de los principios que dieron origen a nuestra democracia, esa que hace no muchos años permitió la transición pacífica de un régimen de un partido hegemónico por más de 70 años, a un “Estado social y democrático de derecho”. Lo pongo entrecomillado porque en el “asegún” nos perderíamos. La cuestión es que la transición ha facilitado la convivencia pacífica de los ciudadanos, la alternancia al poder, la creación de instituciones que protegen los derechos humanos y promueven la transparencia, una presencia activa en el ámbito internacional, entre otros logros.

La sociedad reconoce (a veces difícilmente, más nunca las niega) las virtudes de nuestra democracia, denuncia los actos de corrupción de la vida pública y de todos esos parásitos que lucran con el dolor, con el hambre o con la ignorancia de los ciudadanos. La sociedad no olvida los gravísimos problemas económicos, sociales, institucionales y de valores, lo cual se evidencia y golpea de frente con desprestigio y desconfianza a prácticamente todas las instituciones del Estado y a los representantes políticos que se han quedado pequeñísimos ante las necesidades y exigencias de los ciudadanos.

La democracia no se hace sola, la hacen los demócratas, y funciona siempre que sus ciudadanos apoyen los poderes públicos, a sus representantes, y confíen en que sus acciones siempre se dirigen por la búsqueda del bien común y no del beneficio personal o de un grupo.

La sociedad mexicana ha dado muestras en repetidas ocasiones de vitalidad (esa vitalidad que exigía nuestro viejo José Gaos) y de una alta conciencia cívica. No pretendo aquí hablar en nombre de la sociedad porque no puedo arrogarme esa representación que también, dicho sea de paso, no busco poseer. Pero sí creo expresar el sentir de muchos ciudadanos que ansían reivindicar una nueva política, y aquí resuenan las palabras que José Ortega y Gasset “Al hablaros, frente a la vieja, de una nueva política, no aspiro, por consiguiente, a inventar ningún nuevo mundo. Acercarse a la política es cuestión de honradez, y para el ideólogo significa torcer el cuello a sus pretensiones de pensador original. Un principio, nuevo como idea, no puede mover a las gentes. Nueva política es nueva declaración y voluntad de pensamientos, que, más o menos claros, se encuentren ya viviendo en las conciencias de nuestros ciudadanos”. Necesitamos pues, continuidad y actualización, es decir, una democracia que, conservando las virtudes del sistema constitucional, se actualice y mejore.

No creo que la cuestión consista en sustituir los mecanismos de representación, pero se ha vuelto impostergable hallar nuevos cauces, más amplios y más inclusivos de participación ciudadana, nuevos foros de deliberación y expresión que fortalezcan los programas de políticas pública, que reformulen la acción política, así como las relaciones entre las instituciones y los ciudadanos.

Tampoco podemos olvidar nuestra tradición humanista que por lo menos tiene 600 años en nuestro país, que, de raíces diversas, fue y es el fundamento ideológico de la construcción del Estado de bienestar que nació como respuesta a la Segunda Guerra Mundial y a los desfases que la modernidad había producido en sociedades como la nuestra, y que aún en nuestros días entra en conflicto, por lo menos ideológico con las aspiraciones del Estado derivado del neoliberalismo.

Necesitamos que los líderes dialoguen, poniendo atención en las diversas voces que conviven en la sociedad, con el objetivo de alcanzar acuerdos que sirvan de base y garanticen nuestro marco económico, político, social y jurídico de convivencia. La sociedad mexicana se levanta de la desgracia, esas generaciones que creíamos apáticas hablan, exigen, participan; tal vez deberíamos replantear las interpretaciones sobre ellas y voltear la mirada hacia las formas en que el Estado permite que los ciudadanos participen, y que en realidad ya quedan cortas y chicas ante las nuevas formas de participación que los jóvenes utilizan. La sociedad mexicana da hoy muestras de una madurez que nos hace tener esperanza en el país. La sociedad mexicana da muestras de entereza, esfuerzo, deseo, y proyecta sus esperanzas hacia el futuro como una muestra de confianza en que la salida de la crisis de seguridad por la que atravesamos desde hace más de 10 años puede no estar tan lejana como lo pensábamos antes del 19 de septiembre. La sociedad mexicana da muestra de sus valores, de su solidaridad, de su dignidad y de su orgullo. Y es que da orgullo ser mexicano.

Christian Eduardo Díaz Sosa

Coordinador de Cultura de la Legalidad

Observatorio Nacional Ciudadano

@ObsNalCiudadano @ChristianDazSos

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