Entre más se avanza al fondo del Panteón Civil de Dolores más anónimas son las tumbas, los caminos se vuelven de pavimento parchado, luego sólo tierra; las cruces se transforman en letreros de lámina cuadrados, no hay nombres, ni siquiera sílabas, “L1 F6”, para ubicar quiénes están debajo. Justo al final del camino parece que no hay nada más que láminas, pero el olor frena los pasos, esas son las fosas comunes aún abiertas en espera de sus próximos habitantes.

—No vaya sola— dijo un trabajador del cementerio— está muy solo allá abajo y a veces allá van a drogarse, además hay muchos perros callejeros, ahorita son como 30.

Pero una vez que se desciende a la zona de las fosas no hay nada, nadie, más que un gato que observa a los visitantes y luego sigue su camino, rumbo a la barranca. En el camino hay una lápida partida por la mitad que describe el escenario: “Descanse en…”. Sólo se escuchan las cigarras, el silencio se interrumpe por el ruido de los aviones. A lo lejos se oye al personal que arregla el lugar, porque los vivos lo visitarán el Día de Muertos.

Edmundo Takajashi, director del Instituto de Ciencias Forenses (Incifo), dice que a la fosa común envían a las personas que fallecen y permanecen en calidad de desconocidas, o bien, a quienes podrían tener un nombre (a veces son encontrados con credenciales), pero no es seguro que éste sea correcto porque nadie los reclama.

Los cadáveres ingresan al Incifo para que se investiguen las causas de fallecimiento, puesto que hay carpetas de investigación abiertas, su número de expediente se vuelve su nombre. Permanecen en el instituto hasta cuatro semanas, a veces más, algunos son llevados a escuelas de Medicina, otros se van directo al sepulcro. Takajashi explica que ha sucedido que los restos son identificados mientras están en las escuelas, lo cual no es que sea bueno, precisa, pero permite que el cadáver esté en mejores condiciones que si estuviera en la tierra, por la preparación química recibida.

Todos los cuerpos sin identificar terminarán en la fosa común antes de un año, éste es el único destino de los chilangos que llegan al Incifo para tener mayor control. Ahí son cuerpos de nadie, pero son resguardados por las autoridades del cementerio.

Esta fosa no es precisamente un lugar de eterno descanso, el Reglamento de la Ley General de Salud establece que los cuerpos de personas desconocidas inhumadas en este sitio permanecerán como mínimo entre cinco y seis años, transcurrido este tiempo, explica Takajashi, son exhumados y se mantienen en contenedores, por si alguien los reclama.

La Ley de Panteones señala que si estos restos áridos (huesos) no son reclamados, serán colocados en bolsas de polietileno e introducidos al pie de la fosa, y son responsabilidad de las autoridades de la Ciudad de México.

Si se identifica a alguien que ya está en la fosa múltiple, es posible recuperarla. Cuando la búsqueda lleva a los deudos al Incifo y la persona se encuentra en sus registros, se le informa al agente del Ministerio Público, esta autoridad decide si sale o no de ahí. Son pocos los factores por los que el MP podría negar la exhumación, señala Takajashi, algunos podrían ser las dudas sobre el dictamen de identidad, o si ya pasó mucho tiempo.

—“¡Métete, órale!” —grita un hombre, mientras apalea al perro que cuida a los muertos, que bien podría ser el can de Hades— no me gusta pegarle, pero es encimoso”.

Él trabaja en el lugar, no quiere decir su nombre porque le puede perjudicar; cuenta que la gente sí visita a los muertos de las fosas, especialmente a los del 85, no recuerda si alguna vez hubo una placa, pero cada 19 de septiembre acuden: “Les hacen ahí su homenaje, les traen sus flores”, dice.

Apenado, sostiene la vara y explica que a las otras fosas múltiples casi nadie va, aunque a veces llegan a poner una ofrenda en Día de Muertos, saben que a quien aman está ahí: “Para sacar un cuerpo de una fosa les sale carísimo; otra, que ya se dan cuenta a los dos, tres años y ya las fosas están totalmente rellenas de varios cuerpos... ya no los sacan”.

Creador de La Catrina: ¿en la fosa?

Lejos de las tumbas anónimas, otro sepulturero descansa en una banqueta, se extraña cuando le pregunto por José Guadalupe Posada, el creador de La Catrina; el historiador Agustín Sánchez afirma que el caricaturista quedó en una fosa común del Panteón de Dolores, muy lejos de la Rotonda de las Personas Ilustres. Posada murió en 1913, a los 66 años, Sánchez explica que lo encontraron solo, en un cuarto de Tepito, no tenía familia. La especialista Emma Bonilla precisa que falleció de enteritis aguda-alcohólica: “Se le enterró en una tumba de 6ª categoría. Después de siete años, como sus restos no fueron reclamados, se le trasladó a la fosa común”.

Según Takajashi, oficialmente no sabe de peticiones para exhumar a Posada, el instituto no tiene registro de que esté ahí. Según Takajashi, la condición del terreno donde se habría enterrado a Posada sería decisivo: las sales minerales y el clima podrían haber descalcificado y pulverizado el hueso, “no encontraríamos absolutamente ningún rastro”.

También es posible que el cuerpo haya absorbido minerales del terreno y se haya petrificado: “Toma tal dureza que se mantiene”.

Mientras en las calles cada Día de Muertos las personas se transforman en las calaveras de Posada, Sánchez considera que sus restos quedaron “perdidos para siempre”.

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