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Nueva York

Brian Cogan  parece que tiene prisa por sacarse de encima el que podría ser el gran momento de su carrera judicial

Desde enero de 2017, cuando  se le asignó el caso  09-cr-466-BMC de la Corte Federal del Distrito Este de Nueva York, donde preside la sala 8D, Brian Cogan, con lentes finos y  redondos, que  ocultan sus pequeños ojos,  y con canosa barba milimétricamente rasurada, siempre ha querido  acelerar el proceso.

Sin embargo, no es un caso normal: el acusado es Joaquín Guzmán Loera El Chapo, uno de los presuntos narcotraficantes más importantes de la historia, figura de un sinfín de leyendas y verdades que le sobrepasan y le han convertido en un mito en México y el mundo. 

El juez parece no asombrarse del calibre, y cuando se siente en su gran silla negra actúa como si nada. Pocas veces esconde una mueca: cuando algo no le gusta, gesticula; cuando se exaspera, resopla y dispara a diestro y siniestro con un humor ácido incluso cínico; cuando tiene prisa, se impacienta. 

“Cuando el aparato judicial se activa, [cree que] debería empezar a girar y moverse rápidamente hacia una resolución”, escribían a sobre él dos de los que fueron sus ayudantes en la edición de finales de 2014 de la revista de la Federal Bar Association, una organización de profesionales judiciales.

Cogan, muy a su pesar, pospuso hasta dos veces el inicio del juicio. No hubo una tercera, a pesar de que la defensa de “El Chapo” lo intentó en varias ocasiones. “No voy a posponer este juicio más veces”, sentenció hace una semana. Y así será: este lunes presidirá la selección del jurado y el martes 13 de noviembre, el inicio formal de la causa contra el sinaloense.

Registrado como votante republicano, ha estado relacionado en algún momento con la Federalist Society, organización de pensamiento libertario y conservador que defiende la lectura de la Constitución de forma textual y una interpretación originalista, y que ha servido de mentora para jueces conservadores. 

Graduado en Cornell y nominado al cargo por George W. Bush en 2006, fue aprobado sin problema por el Senado de EU: 95 votos a favor, ninguno en contra.

Llegó a la magistratura con un perfil destacado como abogado privado, 26 años en la misma firma (Stroock & Stroock & Lavan) donde conoció a su esposa, con quien tiene dos hijos, y ascendió fulgurantemente como especialista en litigación comercial, insolvencias y fraudes. Un currículum muy diferente a lo que se enfrenta en el caso de El Chapo, un enorme meollo de cargos por narcotráfico transnacional tintado con lavado de dinero y violencia.

“Tiene una devoción casi maníaca por el trabajo y un impresionante desmerecimiento por el sueño”, le adulaban los ex ayudantes en el perfil de la revista profesional, exagerando que “sus opiniones orales podrían ser perfectamente escritas, porque suenan como prosa editada”.

Una estadía de tres meses en Hong Kong para estudiar le dio ciertas nociones de chino mandarín, que según algunos intenta sacar a colación cada vez que puede y considera oportuno. 

Hasta ahora, uno de sus casos más mediáticos fue el que dictaminó que la iglesia católica no debía proveer de métodos anticonceptivos a sus empleados, a pesar de que haya órdenes gubernamentales de que así sea, por razones de libertad religiosa.

En su corte, Cogan sabe que él es quien lleva la toga negra, el capitán de ese barco. Cada vez que entra en la sala, con toda la audiencia en pie para recibirle, su oronda figura se alza hasta su mesa, y casi de inmediato y en un tono afable da permiso para que todo el mundo tome su asiento.

Allí, al menos en el estrado público, Cogan parece no casarse con nadie, criticando y poniendo en jaque tanto a fiscalía como a defensa. “Los abogados tienen que sentir que tienen su oportunidad en la corte. Prevalezca o no, deben ser escuchados”, dijo Cogan durante su proceso de confirmación en el Senado, en 2006. 

En los primeros compases del juicio contra “El Chapo” lo ha demostrado, dando a las partes las oportunidades necesarias para exponer sus casos. Tras eso, nunca se ha limitado a criticar, advertir o regañar a cualquiera de las partes.

“No permito que una parte u otra en un caso emplee tácticas dilatorias para perjudicar a la otra parte”, dijo durante su confirmación; dogma que ha llevado a rajatabla durante este proceso.

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