Una acción tan pequeña como usar cubrebocas puede limitar la propagación del . Utilizar uno con las propiedades adecuadas podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. La investigadora y física mexicana Sandra Rodil logró, por medio de la manipulación de átomos, una combinación de cobre y plata para crear una mascarilla que “mata” al virus.

Cuando era preparatoriana, Sandra Rodil Posada “cayó” enamorada de las Matemáticas y la Física. No sabía que años más tarde, en medio de una pandemia que ha cobrado la vida de cientos de miles de personas, con sus investigaciones sobre Física aplicada a los materiales, podría dejar inactivo un virus mortal.

Cuando la doctora Sandra Rodil retomó sus estudios, vio lejana la posibilidad de la Astronomía, pero entró al Instituto de Investigaciones Materiales de la UNAM. Comenzó a trabajar con la Física aplicada al desarrollo de los materiales, encumbrando su llegada al Departamento de Ingeniería de la Universidad de Cambridge, donde hizo un doctorado con apoyo del Conacyt.

Fórmula ganadora

La OMS tuvo noticia de la existencia del SARS-CoV2 por primera vez el 31 de diciembre de 2019, al ser informada de un grupo de casos de “neumonía vírica” en Wuhan (República Popular China). La fecha coincide con el tiempo en que la idea de desarrollar un material que tuviera propiedades antivirales germinó en la doctora Sandra Rodil, quien a lo largo de su carrera ya había trabajado antibacteriales.

Ese año, una compañía se acercó a ella y su equipo para crear un recubrimiento antibacterial, antiviral y antimicótico. A raíz de esto surgió la propuesta de hacer una combinación de plata y cobre que debía dar un espectro amplio en términos de propiedades antivirales y antibacteriales, pues se ha demostrado que ambos inhiben virus y bacterias.

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Faltan apoyos

Uno de los principales problemas de todas las investigaciones, aun con resultados positivos, es la financiación. En el caso del cubrebocas tricapa SakCu (Sak en maya significa plata y Cu es el símbolo del cobre), no se puede atender una demanda considerable, pues no cuenta con lo necesario para su producción.

En México no hay quién produzca los equipos para elaborar sus cubrebocas, pero el equipo de la doctora los construye. “Nosotros tenemos la capacidad de hacerlos. Todos nuestros equipos son armados por nosotros mismos; tenemos la seguridad de que teniendo el recurso podemos escalar, pero nos falta inversión. Valdría la pena la búsqueda de apoyo de empresas privadas. Alguien tiene que decir ‘yo’”.

El precio del cubrebocas sería, por el momento, alrededor de 50 pesos, cantidad que para Rodil no ayuda a que sea accesible para el ciudadano de a pie que tiene que tomar transporte público y estar por largo tiempo en aglomeraciones. “Quisiéramos que fueran más económicos, ni siquiera estamos ganando nada”.

El costo contempla el gasto del polipropileno, la adición de la plata-cobre, la costura y el empaque, mismo que debe ser individual por seguridad. Al sumar los costos, resulta que no puede ser más barato a menos que haya un aumento en la producción. Para esto, el equipo busca utilizar las máquinas que producen por termosellado, pues eso permite “abaratar el costo” sin demeritar la calidad. “Aunque reduciría la cantidad de lavado a quizás máximo tres, pero con la misma protección extra del cubrebocas tricapa”, señala.

Pese a que ya existían otras mascarillas que contenían cobre o plata, ninguna mostraba claramente tener una acción directa contra el coronavirus como es el caso de SakCu.

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