Por ELISA VILLA ROMÁN 

“La tía Mima está mal porque en México estuvo mucho tiempo encerrada en un baño”. Agustín tenía seis años cuando su madre intentaba explicarle con estas palabras el comportamiento errático de la tía Alcira, o Mima, como le decían cariñosamente.

Corría el año de 1988, en Montevideo, Uruguay. Agustín recuerda cómo era la vida al lado de su tía en esa época, cuando apenas era un niño.

“Ella iba con mi abuela, luego con amigos, o se quedaba en la pensión. Pero la casa de mis padres era como un epicentro para ella. Como que siempre aparecía ahí, se tomaba una cerveza y eso. Me quedaron recuerdos de ella bastante vivos”.

Quienes conocieron a Alcira la recuerdan como maestra y mentora de los jóvenes que querían ser escritores.

Y como la mujer que sobrevivió 12 días oculta en un baño cuando el Ejército Mexicano tomó Ciudad Universitaria en 1968. Hoy, un documental y una exposición en el Museo Universitario Arte Contemporáneo intentan unir las piezas de su historia, y rescatar su legado en la literatura.

Alcira Soust Scaffo nació en Durazno, Uruguay, el 4 de marzo de 1924. En su pueblo natal trabajó como maestra rural, hasta que en los años 50 consiguió una beca para estudiar en Michoacán en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL), donde actualmente hay una Unidad de Seminarios que lleva el nombre de la uruguaya, como se puede constatar en el sitio web del centro.

Su sobrino-nieto Agustín Fernández Gabard, cuenta que Alcira finalizó sus estudios en Michoacán de manera exitosa: su tesis fue la primera que el CREFAL publicó de forma impresa, la cual defendía que permitir el juego en el aula es fundamental en la educación. En 1953, la joven viajó a la Ciudad de México, donde vivió hasta finales de los años 80.

Hoy Agustín tiene 36 años y se dedica a la fotografía profesional. Relata que su familia veía a Alcira como una joven inteligente porque terminó su carrera a los 19 años, antes que sus hermanos mayores. Inquieta, porque siendo veinteañera se fue a vivir sola a otro país para complementar sus estudios.

“En el placard de mi cuarto había guardados unos tubos de cartón con unos dibujos de Alcira. Me acuerdo que mi madre no nos los dejaba abrir por miedo a que se estropearan. Eran como un tesoro que estaba en mi propio cuarto, no lo podía tocar. Pero un día, un amigo de Alcira se los llevó y después les perdimos el rastro”.

Agustín creció escuchando las historias que le contaban sobre su tía, hasta que la conoció en 1988 cuando era un niño de seis años y ella tenía 64.

“Al principio no la reconocieron. Aparentaba 20 años más de los que tenía”. Una vez en el auto, la familia charló con ella y se dieron cuenta de que sí era Alcira por los recuerdos que compartían.

“El recuerdo más vivo que yo tengo de ella es correteando a mi hermano menor. Lo correteaba por el pasillo y le cantaba las mañanitas”. Esto ocurrió a principios de los años 90. Con el tiempo, Agustín se hizo más y más preguntas sobre la tía Mima.

El platillo volador

“Resiste. Si sales te meten presa (y probablemente te deportan a Montevideo, porque como es lógico no tienes los papeles en regla, boba), te escupen, te apalean. Yo me dispuse a resistir. A resistir el hambre y la soledad. Yo dormí las primeras horas sentada en el wáter, el mismo que había ocupado cuando todo empezó y que en mi desvalimiento creía que me daba suerte”.

Con estas líneas, el escritor chileno Roberto Bolaño basó un personaje en Alcira para el libro “Los Detectives Salvajes” y recreó la ocupación militar a Ciudad Universitaria el 18 de septiembre de 1968.

Los diarios de la época destacaron en portada que todas las instalaciones, oficinas y facultades estaban bajo el control del ejército. Horacio Cortina, un reportero de EL UNIVERSAL escribió que a las 9:30 de la noche “tres mil quinientos soldados rodearon el área en donde se localizan las instalaciones de la Ciudad Universitaria y el Estadio Olímpico”.

Para las 2:30 de la madrugada, CU quedó totalmente en posesión de los soldados, que en ese momento sumaban más de 10 mil, de acuerdo con un boletín conmemorativo publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Alcira dejó notas donde relata que se ocultó en uno de los baños para hombres del octavo piso, en la Torre Uno de Humanidades. Su sobrino Agustín está filmando un documental que le ha permitido explorar este episodio: “Yo creo que el acto de Alcira fue más de autopreservación que de resistencia. Después nació el mito, pero creo que fue más de miedo, de no saber qué podría pasar con ella si la agarraba el ejército. No creo que su situación legal en México fuera muy clara”.

Ella contaba que durante el encierro vio a uno de sus familiares entrar al baño con un asadero lleno de papas y carne. Estaba alucinando.

Entonces tomaba agua y comía papel sanitario, aunque esto último no está documentado y sólo se conoce por relatos.

Alcira tenía bien establecido cuántos cuencos de su mano debía beber como desayuno, cuántos como almuerzo y cuántos como cena.

Dejó algunas notas donde contó que en la pared pegó con chapopote la nota de un periódico viejo que guardaba en su morral, sobre un evento dedicado al muralista David Alfaro Siqueiros. Con el mismo chapopote escribió: “Viva el amor. Viva la vida”. Alcira recordó este episodio como el platillo volador .

En esos días, un grupo conformado por “los tres grandes sectores del Partido Revolucionario Institucional, representativos de las fuerzas mayoritarias del país: sector agrario, sector obrero y sector popular”, lanzaron un comunicado que apareció en este diario el 20 de septiembre de aquel año.

La agrupación intentaba justificar la entrada de tropas a Ciudad Universitaria, en medio de un movimiento estudiantil organizado cada vez más grande y con los Juegos Olímpicos por iniciar a mediados de octubre: “(La ocupación militar) no es un acto excesivo de fuerza, ni es atentar contra la libertad”. Y “el gobierno ha garantizado una libertad irrestricta, con una paciencia infinita, pero tiene la obligación de cuidar (...) las instituciones nacionales”, sostenían.

Cuando el ejército se retiró el 30 de septiembre, los funcionarios de la Universidad entraron para revisar las instalaciones. Uno de ellos dijo “hay una mujer en el baño” y pensaron que estaba muerta. Era Alcira, quien al verlos no los reconoció, pero salió caminando y luego fue llevada al hospital.

Días después, la Plaza de las Tres Culturas sería el escenario de una de las masacres más recordadas de la historia nacional, el 2 de octubre de 1968.

Escribir poesía, ¿vivir dónde?

Agustín reflexiona sobre la vocación de Alcira. Ella nunca dejó de enseñar: “Un amigo tenía ciertas dificultades de aprendizaje y ella más de una vez lo sentó en la mesa para enseñarle a leer y a escribir, con una paciencia que él se enganchaba. Y no era un niño que se enganchara fácilmente”.

Todavía quedan evidencias de su actividad como maestra. En el MUAC (Museo Universitario Arte Contemporáneo), se exhiben un par de manualidades que una de sus exalumnas de primaria en Uruguay guardó desde 1945 y las envió a México para la exposición.

En las páginas de esta casa editorial hay evidencia de Alcira luego de su llegada a México en 1953. El registro más antiguo data de 1954, de un evento religioso donde participó al lado de otras jóvenes de distintas nacionalidades. Su nombre también aparece en un diario de 1955, cuando ella y un grupo de voluntarias fueron reconocidas por su trabajo en el Hospital Infantil. Una década después, su vida cambió.

Amanda de la Garza, curadora del MUAC, explica que la poeta dejó de tener una residencia fija en 1964, basándose en cartas y notas que guardó con direcciones de distintas partes de la Ciudad de México. A partir de esa fecha es evidente que ya no tenía un hogar.

“Entonces empezó a vivir con amigos. O cuando no encontraba amigos, en terminales de autobuses, en la estación del ferrocarril, incluso algunos dicen que en el parque o atrás de las plantas en Chapultepec. Ahí reflexionó escribir poesía pero, ¿vivir dónde? , frase que está presente en la mayoría de sus papeles”, apunta Antonio Santos, amigo cercano de Alcira.

La exposición representa sólo una fracción de la obra, en parte porque en el trabajo curatorial se omitieron algunos materiales, revela Amanda. “Excluimos los que tenían que ver más con su vida íntima, no es pertinente para el MUAC”.

Antonio agrega que también se debe a que algunas piezas se extraviaron para siempre. “Ella perdió papeles, libretas y discos. Los fue regando por la ciudad, dejándolos en casas y camiones”.

Amanda y Antonio han trabajado para llevar a cabo la muestra que conjunta parte de la obra conocida de Alcira Soust Scaffo. Una caja llena con sus poemas, cartas y fotografías fue donada por un exalumno de la Facultad de Filosofía y Letras, donde ella hizo muchos amigos. Reunieron testimonios de quienes la conocieron y en redes sociales solicitaron apoyo de los internautas para encontrar más materiales.

En este ejercicio descubrieron que la poeta tenía relación con pintores, cineastas, escritores y músicos. Amanda explica que “conoció muchísima gente, estaban relacionados entre sí a través de ella. Conectaba cosas que normalmente no estaban conectadas”.

No obstante, el trabajo de Alcira no siempre era bien recibido. Antonio comenta que “generaba sentimientos de amistad, pero también de rechazo en algunos sectores. Era alguien que no tenía temor a decir las cosas; eso le ocasionaba problemas con cierta gente, sobre todo los que pensaban que no era una artista, sino una loca”.

Alcira repartía volantes con poemas que ella traducía del francés, con biografías de escritores, o con sus propios textos. En 1972 inició el proyecto colectivo “Poesía en Armas”, que difundía las actividades culturales dentro de la Universidad y al mismo tiempo creaba una comunidad unida por la poesía.

A principios de los años 80 estuvo internada en más de una ocasión en hospitales psiquiátricos en México. En la mayoría fue llevada por sus amigos, pero en una fue obligada. “La enviaron al Fray Bernardino en 1983 yendo a rectoría, en la explanada. Un grupo de hombres la atraparon y se la llevaron”, recuerda Antonio. Él y un grupo de estudiantes fueron a protestar al hospital para que la sacaran.

Alcira continuó publicando “Poesía en Armas”, que cambió de nombre en más de una ocasión hasta su interrupción en 1988 cuando volvió a Uruguay. Las cartas que su familia guardó durante los 40 años que vivió en México fueron quemadas por los siguientes inquilinos de la casa, lamenta Agustín.

“Siempre mantuvo la misma vida, iba para un lado y para otro, se quedaba en una casa y se quedaba en otra”. La tía Mima continuó repartiendo poemas y carteles que ella pintaba. Dos fueron fotocopiados y enviados al MUAC.

“Por muchos años perdimos contacto, hasta que una de sus exalumnas encontró la partida de defunción”. Mima falleció el 30 de junio de 1997 en Montevideo. La causa, bronconeumonía bilateral.

El documental que Agustín prepara sobre su tía Mima estará listo a mediados de 2019. Agrega que Alcira no es un personaje muy conocido en Uruguay y se ha escrito poco sobre ella. “Una de las dificultades es que siempre hay misterios en su vida. Me di cuenta que tenía que reconocer que no todos los misterios se podían develar”.

La colección Alcira Soust Scaffo se exhibirá en el Museo Universitario Arte Contemporáneo hasta el 25 de noviembre de 2018 y formará parte del acervo documental de la UNAM. Agustín dice que de haber sido por ella, habría pasado toda la vida en la Universidad.

Antonio Santos sostiene que no estaba loca. “Perdió todo menos la razón. Todo: sus papeles, sus amigos, sus amores. Perdió México, pero siempre estuvo lúcida”.

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