Javier y Jacob ahora descansan a menos de 50 metros de distancia en el panteón Jardín de los Ángeles, a las afueras de la ciudad fronteriza. Ambos estaban casados, tenían hijos, eran jóvenes: 20 y 26 años, respectivamente, y eran el sostén de sus familias.
Uno no acabó la carrera y el otro dejó la escuela en secundaria, pero ambos se dedicaban al comercio, uno de autos y otro de ropa. Ambos recibieron disparos del Ejército y pasaron más de 40 minutos para que una ambulancia les ayudara a detener la hemorragia. A los dos los vieron morir los soldados mientras sostenían sus armas, sin brindarles ayuda. Los dos casos ya tienen carpetas de investigación en la Fiscalía General de la República (FGR) por una probable ejecución a manos del Ejército.
En los últimos ocho meses, el Ejército ha cometido, al menos, tres ejecuciones extrajudiciales en esta ciudad fronteriza: tres jóvenes secuestrados por el crimen organizado que murieron el 3 de julio por tiros de soldados y los dos casos narrados. En ninguna de estas situacione hay militares procesados, a pesar de las pruebas y de los señalamientos de abogados, familia y testigos.
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El único soldado que le habló de los más de 12 que la rodeaban y apuntaban con sus armas le dijo que “sólo había sido un rozón”.
Eran las cinco de una tarde con 25 grados en la ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas, cuando vio que en el cruce de la calle Degollado y Gutiérrez había tres camionetas de militares.
Ella, embarazada de seis meses, estaba con el asiento del copiloto echado atrás, se agachó lo más que pudo y salió ilesa.
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Su esposo, quien manejaba, recibió dos balas. Una le entró por la nuca y salió por el cachete, y una más le pegó en el hombro. Habían decidido ir a la Cruz Roja para que ella se hiciera una ecografía cuando se toparon con los tres vehículos.
La unidad los rebasó por la izquierda, dos soldados se bajaron de la camioneta y abrieron fuego. Una bala dio en la pierna de Osvaldo y otra en la mano izquierda de José Luis, quienes viajaban en la parte de atrás. Dos más impactaron a Javier, el chofer, quien murió desangrado en el suelo.
“La cagamos”, admitió un militar, recuerda Daniel, quien iba en el asiento del copiloto.
¿Quién te disparó?
Alejandro y Brian, hermanos de Jacob, llegaron al cruce de Degollado y Gutiérrez, en la zona centro de Nuevo Laredo, unos 25 minutos después del incidente.
Encañonados por los militares, lograron correr y llegar adonde estaba Jacob, tirado en el piso. Su cuñada le gritaba a los soldados pidiéndoles ayuda. Elena recuerda que los agentes sólo le preguntaron su nombre, el de su esposo y la dirección donde vivían. Como pudo, le marcó a su cuñada, quien le avisó a Alejandro.
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“¿Quién te disparó?”, le preguntó Alejandro a su hermano Jacob, quien tenía un agujero en una mejilla y no dejaba de tragar sangre. Él apuntó a un camión que estaba cruzando la calle.
Ellos cuentan con un número de identificación del vehículo, pero no aparece en el informe policiaco homologado, al cual EL UNIVERSAL tuvo acceso.
Al final de la declaración que hizo Elena ante la FGR, a las 21:48 horas, agregó: “Cabe mencionar que yo vi que los militares nos dispararon directamente”.
Los soldados declararon ante el Ministerio Público que recibieron una agresión por parte de civiles armados en el cruce de Degollado y Arteaga, que viajaban en una camioneta pickup y una segunda tipo Suv blanca. Esto es una calle antes de Gutiérrez, donde Jacob fue herido.
Sobre esa calle, reportan, “diversos civiles armados continuaron haciendo detonaciones hacia el personal militar”. Ahí se reporta un soldado herido.
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Terminan las detonaciones y ellos se dan cuenta de que se baja una mujer de una camioneta Yukon blanca pidiendo auxilio y así lo mencionan, brindan ayuda. Esto lo reportó el subteniente de Caballería Carlos Alfredo Ramírez Nolasco.
El cabo de Transmisiones, Martín Hernández Solís, explicó que escucharon detonaciones que venían de la calle Gutiérrez y que los alcanzó una camioneta blanca en la que, del lado del copiloto, viajaba una mujer pidiendo auxilio, diciendo que en la esquina de Arteaga “personas armadas los habían agredido, por lo que yo me bajé inmediatamente y le grité que se moviera del lugar”.
Un cabo más, Aquino, quien estuvo en la escena, narró que durante los hechos no alcanzó a ver de dónde provenían los disparos, ya que lo primero que hizo fue cubrirse de las balas, y precisó que nadie de su equipo abrió fuego. En las declaraciones, explican que hubo un soldado lesionado, pero éste no presentó denuncia sobre la agresión.
Elena narró ante la FGR —y repitió la versión en entrevista con este diario— que ella no vio a nadie más en el lugar, sólo a los soldados, que no recibieron una agresión en la calle de Arteaga y que ellos no tuvieron ayuda de los militares, quienes no fueron agredidos por civiles armados.
“Yo empiezo a gritar, a pedir ayuda y ellos no hacían nada. No me decían nada. Se me quedaban viendo y lo único que hicieron fue preguntar su nombre y el mío. Pero como estaba en shock, no podía responder, sólo les decía que me ayudaran”.
Una camioneta Suburban blanca, como la que señaló el subteniente Ramírez Nolasco, estaba en la esquina de Artega y Degollado con varios impactos de bala. El dueño pudo recuperarla un día después, sin saber porqué se habían llevado su vehículo a la FGR; tampoco supo quién le disparó al vehículo.
No nos ayudaron
A Javier, ya muerto, le plantaron un fusil AR-15, explican los sobrevivientes. El parte oficial que reportó el Ejército a las autoridades civiles dice que fueron blanco de una agresión de civiles armados, pero los amigos que viajaban con Javier recuerdan el caso de forma muy diferente.
José Luis, quien iba detrás de Javier, explica que escuchó los disparos y vio cómo su brazo se fue para abajo: “Abrí la puerta y dije que no dispararan si no traíamos nada. Vi que el militar decía que quién había disparado. Me bajaron al suelo. No nos ayudaban ni nada.
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“Se acercaban más militares… que quiénes dispararon. Y ellos dicen que dispararon a la llanta, ¡pero cuáles llantas! Yo tenía mi mano toda destrozada de aquí. Al otro muchacho [le hirieron] toda la pierna y a mi amigo Javier lo mataron, verdad”, narra.
Cuando Daniel fue llevado ante la FGR, creía que iba en calidad de víctima, pero el juez le informó que estaba acusado de posesión de arma y 70 cartuchos de uso exclusivo del Ejército.
El abogado defensor, Carlos Aguilar, se pregunta de dónde salió esa arma y los cartuchos para colocarlos en la escena.
“Les hicieron la prueba de radiosonato a todos, incluido Javier, y salieron negativos”.
Las visitas
Elena y la madre de Jacob, Paulina, han visto cómo en las últimas semanas camionetas militares dan vueltas por su casa.
En todo el tiempo que habían vivido en la ciudad jamás habían visto que los militares cruzaran por esa zona. No les dicen nada, sólo pasan por ahí.
Angélica García, esposa de Javier, recibió una llamada a los días de la muerte de su esposo: “Le estamos hablando de México, nos pasaron su dirección y no damos con su casa”.
Tres camionetas y un camión blindado con gente armada llegaron al domicilio. Bajaron tres personas vestidas de civiles que trabajan en Vinculación Ciudadana de la Sedena.
“El procedimiento penal será independiente de lo que estamos haciendo. Tengan esa conciencia, que nosotros, esta institución no se está desligando de ninguna responsabilidad, al contrario, los apoyamos”, aseguran.
Angélica explica que regresaron en pocos días y ya no los recibió. Espera que se haga justicia. El general Enriquez explicó que siempre existe el interés genuino de tener acercamiento para auxiliar a los familaires y llevar apoyo a las familias en este tipo de situaciones: “En sentido estricto, conforme a derecho, lo que correspondería hacer es esperar la determinación de la autoridad ministerial, ya sea MP o autoridad judicial, para que ellos establecieran que el personal militar es responsable. La secretaría se adelanta a este tipo de situaciones, la determinación no se presenta a corto plazo. Se actúa de buena fe con los familiares”.