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No me lo tenían que decir porque se les veía el hartazgo en los ojos. Pero me lo dijeron. Sudando, agobiados, con cubrebocas, sin darse abasto, varios funcionarios del Servicio de Administración Tributaria (SAT) en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México me dejaron claro su enojo por la nueva política del gobierno federal de pasar por el escáner de Rayos-X todas las maletas de todos los pasajeros que lleguen de fuera del país.
Como no existen el personal ni las máquinas suficientes, el resultado es una fila interminable de pasajeros. En contra de lo que pudiera uno pensar, no son los pasajeros los que están reclamando enojados por la espera. Son los funcionarios uniformados con el logotipo del SAT. “Estamos rebasados”, me dijo un supervisor. “Esto es un desastre”, explotó en otro momento una trabajadora. “Es la locura”, estalló otro. Me pidieron no decir sus nombres por temor a represalias.
En ambas terminales del aeropuerto de la capital del país se canceló el paso franco de “Nada que declarar”, abierto hace algunos años. Ya nadie puede caminar por ahí. Todo el que aterrice debe formarse en el estrecho pasillo entre dos máquinas de Rayos-X, sin sana distancia. Una docena funcionarios del SAT tienen que heroicamente lidiar simultáneamente con todos los pasajeros que llegan de cualquier parte del mundo: Estados Unidos, Centro y Sudamérica, Europa. Dos hacen preguntas, otros dos vigilan que todas las maletas sean puestas en la banda, dos o tres más revisan las pantallas, y tres o cuatro abren las maletas. “Nos hacen abrir muchas más que antes”, me explicó una agente con el rostro sudado por el trabajo, el calor y el cubrebocas. A veces llevan también careta. Se les ve exhaustos. No paran.
¿Por qué cambió la política? ¿Tiene que ver con la pandemia? No. Los agentes no hacen ninguna pregunta relacionada con el coronavirus ni inspeccionan el equipaje buscando alguna fuente de contagio. Abren las maletas e interrogan a los pasajeros sobre si traen regalos, si hicieron compras, si están metiendo bienes que deberían pagar impuestos…
Las filas en Aduanas del aeropuerto son otro reflejo de una de las obsesiones del presidente López Obrador, quien considera presunto delincuente a cualquiera a quien le haya ido más o menos bien en la vida. Bajo esa óptica, si te alcanza para viajar, entonces algún delito estás cometiendo, y tienes que pagar. Con una economía desvencijada y una recaudación a la baja, le viene bien subir las multas en Aduanas.
Pero en contra del sueño obradorista de ajusticiar a los ricos, las filas para revisión de equipajes no son de fifís con maletas de Louis Vuitton tratando de esconder el shopping. No. Son filas sobre todo de paisanos que son obligados a abrir sus apretados equipajes, desamarrar sus cajas y convencer a los agentes del SAT sobre lo que traen de fuera para sus familias. Pasajeros de clase media a quienes les toca enfrentar la nueva política de acoso en la que ni siquiera los propios funcionarios del gobierno están de acuerdo ni le ven sentido alguno.
Pero bueno, otra obsesión del presidente que se vuelve política pública, y genera un desastre inútil. Ya es costumbre.
historiasreportero@gmail.com