“El mundo es un lugar mejor sin Saddam Hussein y confuera de Afganistán”. Bajo ese argumento, Donald Rumsfeld se mantuvo firme hasta el final en su defensa de ambas guerras, de las que fue arquitecto.

Halcón de halcones, Rumsfeld, quien falleció ayer a los 88 años por un mieloma múltiple, fue una figura controvertida que algunos elogiaron como un visionario que se empeñó en modernizar al ejército, por su astucia política y su sobresaliente carrera en los negocios.

Para sus críticos, Rumsfeld, nacido el 9 de julio de 1932 en , era una figura maquiavélica, ambiciosa, beligerante y cuyo legado quedó manchado para siempre por la guerra en Irak.

Murió “rodeado por su familia en su querido Taos, Nuevo México”, señaló la familia en un comunicado. Le sobreviven su esposa de toda la vida, Joey; sus tres hijos Valerie Richards, Marcy Rumsfeld y Nick Rumsfeld; siete nietos y tres bisnietos.

También lee: 

Congresista, embajador, dos veces secretario de Defensa, Rumsfeld vio pasar cuatro administraciones. Su ambición lo llevó a contender en 1988 por la nominación presidencial republicana, en lo que quizá fue uno de sus mayores fracasos personales.

En 1975, se convirtió en el secretario de Defensa más joven en la historia de Estados Unidos, y en la mano derecha del entonces presidente Gerald Ford. Veintiseis años después, volvió a hacer historia, esta vez como el secretario de Defensa de mayor edad, cuando fue nombrado, en 2001, por George W. Bush.

El mandatario le encomendó reformar la burocracia del ejército, un sueño para Rumsfeld, quien afirmaba que las fuerzas estadounidenses debían estar preparadas, mejor armadas, para las nuevas amenazas, entre ellas el terrorismo.

Los ataques del 11 de septiembre de 2001 cambiaron para siempre la historia de Estados Unidos, y el destino de Rumsfeld. Republicano hasta los huesos, Rumsfeld pasó de ser enemigo abierto de la guerra de Vietnam y del reclutamiento forzoso a ser el arquitecto de la invasión a Afganistán.

También lee: 

“Si tienes dudas, no lo hagas. Si aún tienes dudas, haz lo que es correcto”, solía decir Rummy, como se le conocía. Con ello en mente, aplicó con firmeza la estrategia que creyó era correcta.

La cacería de Osama bin Laden, líder de la red terrorista Al-Qaeda y autor intelectual de los ataques del 11-S, resultó en un fracaso; en contraste, la operación de Estados Unidos en suelo afgano se tradujo en la rápida caída del talibán del poder.

En esos primeros meses de guerra, Rumsfeld se convirtió en una figura permanente, casi una estrella de televisión, con sus actualizaciones sobre el conflicto. Su estilo mordaz, desenfadado y ocurrente se volvió popular entre un sector de la población estadounidense que veía en Afganistán la venganza necesaria tras la muerte de casi 3 mil personas el 11-S.

Los primeros éxitos lo consolidaron pero, en 2002, la atención de Estados Unidos se centró en otro país, Irak, y en otro enemigo, el presidente iraquí Saddam Hu-ssein. Rumsfeld, junto con su gran amigo y apoyo, el vicepresidente Dick Cheney, defendieron los esfuerzos de Estados Unidos para lanzarse a una guerra con el argumento de que Hussein poseía armas de destrucción masiva que no dudaría en usar.

También lee: 

Rumsfeld creía que la guerra en Irak, lanzada en marzo de 2003, no duraría mucho. “No puedo decirles si el uso de la fuerza durará cinco días, cinco semanas o cinco meses, pero no durará más que eso”, afirmó.

La pronta caída de Bagdad pareció darle la razón. Pese a las advertencias de que la de Irak podía convertirse fácilmente en una guerra de guerrillas, Rumsfeld mantuvo su estrategia y la violencia no hizo sino empeorar en los años siguientes.

La revelación de que Hussein no tenía armas de destrucción masiva fue un golpe brutal para la administración W. Bush. Pero el secretario de Defensa no mostró visos de arrepentimiento.

“Están las cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero también están las cosas desconocidas que no sabemos, aquellas que no sabemos que no sabemos”, respondió al ser cuestionado sobre la falsa justificación en la que se basó la guerra.

También lee: 

Mientras otras figuras, incluyendo el mismo secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, terminaron por reconocer que aprobar esa guerra estuvo mal —fue una guerra ilegal, dijo Annan—, Rumsfeld prefirió enfocarse en un resultado concreto: “Liberar a la región del régimen brutal de Saddam [Hussein] ha creado un mundo más estable y seguro”, insistió todavía en sus memorias, Known and Unknown (Conocido y desconocido).

El escándalo de abusos, por parte de soldados británicos y estadounidense en la prisión de Abu Ghraib contra los detenidos, terminó de empañar la imagen de la guerra, y de Rumsfeld, quien admitió que aquellas fueron “las horas más oscuras”.

Al mismo tiempo, con la atención concentrada en Irak, el talibán aprovechó para recuperar posiciones en Afganistán. Finalmente, en 2006, con miles de efectivos muertos en Irak y Afganistán, Rumsfeld abandonó el cargo de secretario de Defensa y desde 2008 se dedicó a atender la Fundación Rumsfeld que ayuda a familias de militares y veteranos heridos. En 2016 se sumó al mundo de las apps y lanzó su propio juego móvil.

También lee: 

Su legado divide a los estadounidenses: “Estados Unidos es más seguro” gracias a Rumsfeld, afirmó ayer W. Bush en un comunicado. Para otros, fue el villano que arrastró a Estados Unidos a múltiples escenarios de guerra de los que el país salió golpeado y con el orgullo herido.