San José. – Con el fondo musical de Todo cambia, pieza del chileno Julio Numhauser cantada por la argentina Mercedes Sosa, nietos y nietas en brazos de sus abuelas conocieron a sus madres y padres que, como jóvenes guerrilleros asidos a sus fusiles, bajaron en la mañana del jueves 16 de enero de 1992 a las faldas del volcán Guazapa, en el centro de territorio salvadoreño, por un hecho histórico: la firma al mediodía en México de la paz en El Salvador.

A 30 años de que el pacto suscrito en el Castillo de Chapultepec por la cúpula de la entonces guerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el gobierno de El Salvador terminó en 1992 con la guerra en ese país, los salvadoreños siguen atrapados en inseguridad callejera, familias separadas por el masivo éxodo a Estados Unidos y desigualdad social.

La voz de Sosa, fallecida en 2009, cubrió el campamento en Guazapa en una fecha emotiva que acabo con la guerra que estalló en 1980 y con la ilusión de que, 12 años después y silenciados los fusiles y replegados los militares a los cuarteles y sin injerencia política, todo cambiaría. Pero la realidad de pobreza y marginación que causó el conflicto… tampoco cambió.

“Hoy la situación es igual o peor. Con esperanza, creíamos que con la paz todo mejoraría”, afirmó el salvadoreño Miguel Montenegro, director ejecutivo de la (no estatal) Comisión de Derechos Humanos de El Salvador.

“El pánico persiste con asesinatos y desaparecidos y, con la pobreza, nos marca. La miseria obliga a miles de salvadoreños a migrar a EU y miles seguirán migrando”, narró Montenegro a EL UNIVERSAL.

Al país de 6,5 millones de habitantes se suman de 2,5 millones a 3 millones de migrantes regulares o irregulares en el exterior, principalmente en EU, y que transfirieron más de 58 mil millones de dólares en remesas familiares a su país de 2010 a 2021, según datos oficiales.

Finalizada la guerra, El Salvador entró a una fase de inocultable prolongada violencia y de aparente pujanza económica. Con unos 3 millones de pobres en 5,4 millones de habitantes en 1992, la pobreza bajó, pero las cifras oficiales confirmaron en 2022 todavía hay unos dos millones en miseria en esa nación.

De 1999 a 2021 hubo más de 70 mil homicidios, según el conteo oficial. El choque armado dejó unos 80 mil muertos y desaparecidos como reflejo de la Guerra Fría entre EU y la entonces Unión Soviética por el choque comunismo—capitalismo.

El aniversario encontró a El Salvador con un presidente—Nayib Bukele—que negó ser autoritario y que, tras asumir el 1 de junio de 2019, mostró destellos dictatoriales y desde el 1 de mayo anterior acaparó el dominio de los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral con apoyo militar y policial.

Gobernado de 1989 a 2009 por la derechista Alianza Republicana Nacional (ARENA) y de 2009 a 2019 por el izquierdista FMLN, El Salvador se consolidó como epicentro del deterioro de la seguridad en la zona en los últimas 30 años.

En el primer lustro de la década de 1990, decenas de miles de salvadoreños, guatemaltecos y hondureños que, en el decenio de 1980, huyeron a EU de las guerras de Centroamérica y nunca se legalizaron, fueron repatriados de suelo estadounidense, donde sobrevivieron insertados en pandillas criminales.

Marginada en sus países, la masiva corriente creó las maras—Salvatrucha y 18—, que reflejan terror y muerte. El Salvador se afianzó también como paso terrestre, aéreo y marítimo del narcotráfico del sur al norte de América.

“El acuerdo llevó a la sociedad transitar de balas a política, de solución violenta de conflictos a institucional”, adujo el abogado salvadoreño Eduardo Escobar, director ejecutivo de Acción Ciudadana, agrupación no estatal de San Salvador de análisis político.

“El acuerdo cumplió: los salvadoreños tratamos de resolver los problemas por vía política. Pero careció de factor socioeconómico y lo que único buscó fue parar el enfrentamiento armado y democratizar a la sociedad”, dijo Escobar a este diario.

Al destacar que el pacto “creó y modificó instituciones para estar a tono con el tránsito de balas a política”, planteó que, más que el acuerdo, “fallaron las políticas para resolver la conflictividad social y que no han sido las mejores para atender carencias y debilidades del tejido social”.

La guerra cesó y llegó la paz, pero una duda creció en la realidad familiar: ¿Todo cambia?

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