El presidente Luiz Inácio Lula da Silva prometió devolver a Brasil al escenario internacional. Su viaje a China, su convocatoria a una cumbre sudamericana, son parte de ese esfuerzo. Sin embargo, Lula se equivoca de camino. No es con una propuesta de paz que está lejos de ser equilibrada, o con palabras que buscan borrar la antidemocracia y el autoritarismo de Nicolás Maduro que logrará convertirse en el líder que América Latina necesita.

Faltan voces en la región que la coloquen en el nivel que se merece. En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador no es fan de la política exterior y cuando se ha expresado al respecto ha sido para dar un discurso de “no injerencia” que viola a conveniencia, para violar las reglas de la diplomacia o dejar en claro que, a su modo de ver las cosas, hay una izquierda de cuates y otra que “entre más lejos, mejor”.

¿Colombia? Gustavo Petro se encuentra más que ocupado con una crisis política interna, igual que su par argentino, Alberto Fernández. En Chile, Gabriel Boric llegó al poder como una gran promesa que se desinfló al paso de los meses. Su izquierda de centro, mucho más fiel a sus principios que la de López Obrador o la de Petro, no es del agrado de esta “otra izquierda” y carece del apoyo necesario como para ser “la voz” regional.

Lula esperaba serlo. Pero sus años de experiencia parecen haber quedado en el olvido. Llegó a China con una propuesta de paz para la guerra entre Rusia y Ucrania que, de entrada, acusaba a este último país de haber desatado la guerra, a pesar de que fue el gobierno de Vladimir Putin el que tomó la decisión de invadir territorio ucraniano y de que fue también Putin el que, de hecho, se apropió de territorio ucraniano desde 2014, en un referéndum considerado ilegal por la comunidad internacional. El plan de paz de Lula también llama a Ucrania a resignarse a perder territorio, en aras de que el conflicto se acabe. La respuesta del gobierno de Volodimir Zelensky ha sido más que clara: no pasará.

La cosa empeoró todavía más, cuando Lula decidió organizar una cumbre sudamericana en busca de fortalecer alianzas e invitó a su par venezolano, Nicolás Maduro, señalando que las acusaciones de que en Venezuela no hay democracia son sólo parte de una “narrativa” que se quiso imponer al país y obviando las acusaciones de violaciones a los derechos humanos, de fraude, corrupción, entre otras. Sus palabras hicieron arquear las cejas de dos de los países sudamericanos clave: Chile y Uruguay, que no dudaron en decirle de frente que la falta de democracia en el régimen de Maduro no es una “narrativa”, sino una dolorosa realidad.

Lula está muy lejos de ser un novato. Por eso, sus errores tienen un sabor todavía más amargo. Sus primeros intentos por ser el líder que Latinoamérica requiere han comenzado con el pie izquierdo.

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