El descubrimiento de documentos clasificados en una oficina y la residencia del presidente Joe Biden no podía llegar en peor momento.

Después del impulso que le dieron las elecciones de medio término, consideradas un referéndum de su gobierno y en las que su Partido Demócrata quedó mucho mejor parado de lo que se estimaba, el mandatario estadounidense se veía feliz.

El caótico regreso de los republicanos al control de la Cámara Baja no podía favorecerlo más. El partido del elefante dio una pequeña probada de la división que hay en su seno y de cómo un puñado de los legisladores más radicales está alterándolo todo, impidiendo que los conservadores sensatos —aquellos con los que dijo Biden que se puede dialogar— imperen y se muestren como una opción de cara a 2024.

Sería el momento perfecto para que los demócratas brillen y, con ellos, Biden. Pero la noticia de los documentos clasificados les volvió a arruinar la fiesta. Por ley, presidentes y vicepresidentes deben entregar todos los registros en su poder a los Archivos Nacionales una vez concluido su periodo.

Es posible que esos documentos se hayan traspapelado. Pero conforme se encuentran más, las dudas crecen.

Si algo ha procurado el mandatario, es distanciarse de Trump. Son, asegura, como el agua y el aceite. Y los casos de ambos por el hallazgo de material clasificado no son iguales: Biden ha prometido cooperar con las autoridades hasta que se resuelva el problema y se sepa por qué esos documentos estaban en su poder —alega haberlo desconocido—. Fue su propio equipo de abogados el que los entregó. Trump, en cambio, no sólo se negó a cooperar, sino que a sabiendas de que las autoridades ya sabían que los tenía, se negó a entregarlos. Su casa en Mar-a-Lago tuvo que ser cateada y se hallaron documentos relacionados con el tema nuclear.

Pero a los ojos de los estadounidenses, que se encontraran documentos que Biden no debía tener en su poder lo convierte en más de lo mismo. Más de esa misma política oscura, llena de secretos, que tanto rechazan y que los ha llevado a buscar opciones distintas, aunque terminen siendo la pesadilla en que se convirtió el gobierno de Trump. Si los demócratas realmente quieren mantener la Casa Blanca para 2024, necesitan mostrar que son la opción sensata, que no son más de lo mismo, que son capaces de mirar más allá de sus ombligos y escuchar las necesidades del pueblo estadounidense.

Que pueden ser estadistas y a la vez resolver los problemas del día a día de sus ciudadanos, ser empáticos con la gente que cada vez tiene más trabajos para pagar facturas, para mantener a sus hijos estudiando, para atender su salud. Si no lo logran y no pueden impulsar a una figura con la que los estadounidenses puedan identificarse, pese a los tropiezos republicanos, la Oficina Oval volverá a estar en sus manos en un par de años. El tiempo se acaba.

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