Washington.— El último año de es la historia del auge y caída de un héroe salvador, sobre el que ahora caen todas las dudas y críticas que corresponden a los villanos. El gobernador de Nueva York, figura polémica donde las haya, ha pasado ante la opinión pública y de forma fulgurante de referencia a elemento tóxico, de futurible presidenciable a objetivo de la ira de quienes piden su dimisión inmediata por una acumulación de escándalos que se hace cada vez más insostenible.

Al principio de la pandemia, Cuomo era el líder que ansiaba el país. Ante la inacción de la Casa Blanca de Donald Trump, y con Nueva York como epicentro mundial de los contagios y muertes por coronavirus, el gobernador neoyorquino deslumbraba con sus conferencias de prensa diarias, sus diapositivas ilustrativas, sus ruegos a cumplir con las medidas necesarias para controlar al coronavirus.

Su estatus se elevó rápidamente. En medio del ciclo electoral hacia las elecciones de 2020, hubo algunos que incluso pidieron que se presentara a la presidencia del país, algo que él negó (pero que nadie descarta que sea su objetivo político final). Cuando Joe Biden buscaba candidatos para que conformaran su gabinete, su nombre apareció como posible fiscal general. Él se descartó justificando su devoción y entrega al estado de Nueva York.

Hasta ahora Cuomo había sido como una superficie antiadherente, como si ninguna crisis ni escándalo pudiera afectarle. Hijo de gobernador y seguidor de una estirpe familiar famosa en el país, Cuomo aspiraba a todo. No importaba su agresividad retórica, su arrogancia cumpliendo con los estereotipos más manidos del italoamericano; por ejemplo, aprovechando su tirón mediático, publicó American Crisis: Leadership Lessons from the Covid-19 pandemic en octubre, con Estados Unidos todavía sufriendo la pandemia.

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El idilio con Cuomo, donde incluso llegaron a salirle fanáticos enamorados con nombre propio (los denominados cuomosexuals), parece llegar a su fin. En las últimas semanas todo han sido malas noticias para el gobernador neoyorquino, que acumula crisis y escándalos que han manchado una imagen que parecía a prueba de cualquier bala.

En enero, un informe reveló que el estado de Nueva York había ocultado (o, al menos, dejado de contar de forma correcta) al menos un 50% de las muertes por coronavirus en residencias de gente mayor. El gobernador modelo de la pandemia, el que había escrito un libro sobre su gestión, había mentido y tenía una mácula en su historial, poniendo en duda todo lo que se creía de él. La fiscalía estatal está investigando el caso.

Además, aparecieron nuevos reportes de abuso de poder, lenguaje insultante y agresivo y amenazas de Cuomo a legisladores estatales; dando todavía más veracidad a la imagen de personaje sin miramientos de un gobernador que lleva una década en el cargo.

La gota que colmó el vaso, y que han hecho levantar los gritos de dimisión, han sido la paulatina aparición de denuncias de acoso sexual, que le han hecho tambalearse de forma real de su pedestal.

En diciembre, Lindsey Boylan, una exasesora de su gobierno, denunció en Twitter que fue víctima de Cuomo. El gobernador negó los hechos, y pareció que el caso quedaba enterrado hasta que, a finales de febrero, Boylan insistió en su denuncia, en un texto publicado en Medium: le acusó de besarla en los labios sin su consentimiento tras un encuentro de trabajo en 2018, y que le sugirió jugar a strip poker. “Ha creado una cultura en su administración donde el acoso sexual y el abuso no sólo tan permanente que no sólo es condenado, sino que es esperado”, resumió.

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El pasado sábado, apareció una nueva víctima: otra exasesora, Charlotte Bennett, contaba al The New York Times que había sido cuestionada por su vida sexual, algo que interpretó como una invitación indirecta pero abierta a una relación sexual entre ellos.

Al día siguiente, aparecía la tercera mujer que le denunciaba, esta vez sin ninguna relación laboral: Anna Ruch le acusó de agarrarla por la cara, toquetearla y besarla en la mejilla sin su consentimiento. Hasta el momento, suman seis las mujeres que lo acusan.

La situación, insostenible, exigió un llamado a la acción. La fiscal del estado, Letitia James, dio luz verde a abrir una investigación independiente sobre las acusaciones. “No nos tomamos a la ligera las acusaciones de acoso sexual, que deben siempre tomarse seriamente”, dijo James, quien prometió que los resultados de la investigación serían de dominio público. Cuomo prometió colaborar con la investigación.

El 28 de febrero, Cuomo salió al paso por primera vez. En ese primer comunicado, el gobernador demócrata reconoció que “algunas cosas que dije han sido malinterpretadas como un flirteo indeseado”, dijo, justificando que en ocasiones su carácter “juguetón” provoca que haga acciones que ahora “entiende” que no son correctas.

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“No son acciones de alguien que simplemente se siente incomprendido”, escribió Bennett después, “son las acciones de un individuo que ejerce su poder para evitar la justicia”.

El pasado miércoles, con la presión para que dimita acumulándose, se vio obligado a salir en público, por primera vez en dos semanas, para mostrarse “avergonzado” de su comportamiento y pedir perdón por algo que hizo sentir “incómoda” a alguien, y dijo haber “aprendido la lección”. Sin embargo, se negó a dimitir de su cargo, y negó que hubiera toqueteado a alguien. A pesar de que haya fotografías donde se le ve agarrando con las dos manos la cara de la última mujer que salió a la luz para denunciar su actuar, una foto que justificó como su forma de “saludar” a la gente, gesto que ha hecho decenas de veces.

El reconocimiento de la “vergüenza” por su comportamiento no es suficiente para muchos, que piden su dimisión inmediata. Abogados de sus víctimas aseguran que las palabras de Cuomo no son suficientes y además están llenas de falsedades. Por no hablar de la hipocresía que supone que un gobernador que lideró legislación contra el acoso ahora no se rija por el baremo impuesto por él mismo.

A los demócratas les caen críticas de doble moral, tan vociferantes ante acusaciones contra republicanos (uno de los más evidentes, el caso del ahora juez del Supremo Brett Kavanaugh) y tan comedidos con Cuomo, caso para el que no piden la renuncia inmediata sino sólo que se escuche a las víctimas y se investigue como es debido. Sin embargo, algunos legisladores demócratas ya han pedido al gobernador que deje el cargo.

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La presión también va para la Casa Blanca, incómoda ante la situación. “Todas las mujeres que denuncian deben ser escuchadas, tratadas con dignidad y respeto”, dijo la portavoz presidencial, Jen Psaki, asegurando que la administración Biden “apoya” la investigación del caso. Los líderes del Partido Demócrata han tenido una respuesta similar: respeto a las víctimas y “cero tolerancia” contra los casos de acoso sexual, pero ningún llamado a la renuncia inmediata de Cuomo. Asesores del gobernador confían que no va a pasar nada con él, que no renunciará al cargo por un caso así. Sólo ven posible una dimisión si la investigación acaba con resultado crítico con Cuomo, o si la presión crece a niveles insoportables.