San José. – La sonrisa natural y la nariz roja de mujeres y hombres que, tristes o alegres, pintan sus rostros de formas multicolores, usan zapatos gigantescos, visten con desorden para dedicarse a llevar felicidad momentánea a infantes, adolescentes, jóvenes y adultos, corrieron el riesgo de quedar ocultas a la fuerza por culpa de los cubrebocas para prevenir al .

Fieles a su imaginación y a la necesidad de improvisar, los artistas de ambos sexos resolvieron el desafío de jamás dejar de sonreír ni de exhibir su ñata brillante, ya que dibujaron su carcajada y su nariz roja en las mascarillas o mantuvieron la práctica tradicional en sus caras maquilladas al utilizar y exponerse a través de caretas trasparentes de plástico.

Aunque tampoco dejaron de luchar para lograr que sus risotadas subsistieran en la pandemia, la tristeza les invadió en el silencio de su intimidad ya que la prohibición casi generalizada en América Latina y el Caribe de realizar fiestas públicas y privadas les clausuró acceder a cualquier escenario.

“Sin trabajo se nos apagó la risa”, dijo la payasa costarricense Ana González o “Koketina”, al narrar la angustiante situación económica que enfrentó cuando, en marzo de 2020, acató la orden de confinamiento en Costa Rica para evitar la propagación de la enfermedad e inesperadamente se secó su fuente de ingresos.

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“Nos quedamos sin nada. Tenía contrataciones de enero a noviembre de 2020. Todo fue cancelado. Fue terrible”, recordó “Koketina”, de 55 años, madre de seis, abuela de 11, divorciada y de San José.

Con casi nueve años en este trabajo, “Koketina” se vio obligada a modernizarse y a crear un espectáculo virtual.

“En agosto empecé con los telegramas cantados. Consiste en llegar con globos de colores a una casa y, en 20 minutos, yo desde la acera y con cuatro canciones en un equipo de sonido y los clientes adentro, les celebro lo que sea. Es un telegrama, corto. Y con protocolo de bioseguridad”, contó a EL UNIVERSAL.

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