La muerte de Mahsa Amini desató una ola de protestas en Irán que no ven su fin y que han llevado al régimen a implementar las primeras condenas a muerte contra sentenciados por participar de una u otra forma en la rebelión.

El caso activó la solidaridad internacional, pero se necesitó que uno de los acusados fuera un futbolista, y que el caso se revelara en plena fiebre mundialista, para que la indignación tuviera proporciones históricas.

Hoy, futbolistas, artistas y figuras de todas partes del mundo reclaman la liberación de Amir Nasr-Azadani, jugador de futbol acusado de estar involucrado en la muerte de un coronel y otros dos miembros de las fuerzas paramilitares Basij.

De mantenerse la acusación, Azadani sería ejecutado como ya lo fueron otros dos iraníes que participaron en las protestas, pero cuyos casos no generaron tanta atención, como tampoco los de decenas más que enfrentan el mismo destino mortal.

Irán es una olla exprés a punto de ebullición desde que Amini murió estando bajo custodia policial. Las subsecuentes protestas de mujeres han causado la solidaridad internacional y llamados y presiones al régimen iraní para poner fin a la represión y para que conceda al pueblo las libertades a que tiene derecho.

Lo lamentable de este caso es que se necesite una Amini, un Azadani, para que la comunidad internacional voltee a ver lo que pasa en un país donde diariamente hay represión y falta de libertades.

No se trata sólo de Irán. Son muchos los países donde la falta de libertades, la represión, las violaciones a los derechos humanos son cosas de todos los días. Nicaragua es un claro ejemplo de ello. Pero pareciera que hasta que la sangre corre al río, estos casos son dignos de atraer la atención mundial.

En Nicaragua, cientos de personas se encuentran detenidas en prisiones con fama de tortura por exigir sus derechos, por cuestionar un gobierno que se asentó a fuerza de suprimir cualquier tipo de oposición.

En Cuba, la cifra de presos políticos crece día a día, igual que las carencias de los cubanos. Pero no hay, todavía, una Amini, un Azadani que desaten la solidaridad y la indignación.

Muchos gobiernos optan por mirar hacia otro lado, hacerse de la vista gorda. Algunos, bajo el argumento de que no desean meterse en los asuntos de otros. Otros, para evitar ser, ellos mismos, blancos de cuestionamientos.

Los organismos internacionales, mientras tanto, se conforman con hacer llamados de atención de tanto en tanto, sin ir más allá. La situación de las mujeres sigue siendo insostenible en Irán, como lo es también en Afganistán, pero como este país “no está de moda” en estos momentos, poca presión se escucha sobre los talibanes, que se están encargando de echar abajo los pequeños avances que las afganas consiguieron mientras ellos estaban lejos del poder.

Hoy, los haitianos viven el mismo infierno que ayer; los palestinos siguen muriendo y viendo sus derechos reducidos, igual que las minorías. La atención es selectiva, igual que las modas.

Y cuando esas modas pasan, cuando quizá la víctima o el héroe del momento sobrevive, se salva, o es rescatado, la atención va a otro lado. No importa que en esos países: Irán, Nicaragua, Cuba, Haití o Afganistán, los derechos se sigan cayendo a pedazos, la gente siga sufriendo hambre, represión o muerte, o todas juntas. Hasta que una nueva Amini, un nuevo Azadani, enciendan de nuevo una llama, que es siempre breve y que suele servir sólo para iluminar dramas, nunca para resolverlos.

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