San José. – Para la profesora costarricense Rocío Mora, directora de una escuela privada de preescolar y primaria en Costa Rica, fue sencillo recurrir a las “estresantes” experiencias por las que transitó con tribulaciones para acoplarse al cambio educativo por efecto del coronavirus.

“Todo esto causa mucho estrés”, narró Mora, directora de Active Minds School, ubicada en un barrio de clase media en el sur de San José.

“Una profesora se estresó mucho porque todo le resultó nuevo: aprender a usar aplicaciones, subir materiales a la plataforma o grabar videos y fotografías. Muchas veces me llamó y estaba llorando, pero aprendió”, dijo Mora a EL UNIVERSAL.

“Educar en plataformas de internet debe entenderse como ‘acompañamiento’ al alumnado. Una persona dispersa y vagabunda siempre tendrá problemas de aprendizaje, sin importar si está en presencial o en plataforma. A algunas les gusta más que a otras. En un futuro se podrá mezclar lo presencial y la plataforma”, afirmó.

Aplicado de prisa desde que, en marzo de este año, comenzó el ataque del Covid-19 y obligó al cierre de centros educativos de todos los niveles, el estudio vía internet se convirtió en la primera respuesta, pero abrió muchas preguntas que Mora y a las que contó que debió enfrentarse.

¿Hay al menos una computadora o un teléfono celular en todos los hogares? Si el padre y la madre fueron enviados por sus centros laborales a sus casas por el aislamiento en la mayoría de países de América Latina y El Caribe para evitar contagios, ¿posee cada uno su computadora o debe compartirla a ratos con sus hijos para que estudien a ratos?

¿Hay conexión eficiente a internet? ¿Tiene cada familia una impresora? ¿Están los docentes preparados para esos retos?

Si la respuesta a esas dudas es no, ¿quién asume el costo financiero para resolver esas carencias y con riesgo de que padre o madre haya quedado en el desempleo por el golpe socioeconómico de la pandemia?

Al complicado escenario se suma una realidad: ¿cómo lograr que un niño o una niña estén durante mucho tiempo prácticamente “pegados” a una computadora para estudiar y sin disfrutar de sus juegos en recreos con sus amistades escolares?

“Debemos repensar el sentido de la educación”, sugirió el profesor chileno Eligio Salamanca, especialista en problemas de aprendizaje y conductuales y vinculado a instituciones educativas de Chile y de Europa.

“¿Para qué estamos educando? Lo es a objeto de alcanzar niveles de aprobación en evaluaciones internas o externas, estandarizadas en ciertas realidades o estamos educando para desarrollar a ciudadanos virtuosos, que aporten a mejorar la calidad de vida personal y colectiva”, puntualizó.

Al exponer a este diario las “necesidades educativas” por la pandemia, enfatizó en “la creatividad para encontrar soluciones, la autorregulación, la tolerancia y el respeto para mantener las medidas de restricción ligadas al aislamiento social”.

Pero también están “el manejo de la frustración, la resiliencia (adaptación), la solidaridad y capacidad de renunciar al egoísmo y trabajar en equipo, en favor del bien común, las competencias tecnológicas para interactuar en forma remota cuando se cuenta con los recursos; la apertura a los cambios y el espíritu de innovación y emprendimiento”, destacó.

“Para la educación”, prosiguió, “esta es una oportunidad única que tal vez, no volvamos a tener tan fácilmente y que debemos aprovechar, para diseñar y aplicar estrategias que cambien el significado y el sentido de la educación”.

A juicio de Salamanca, una vía será “escuchar” a los profesores, “validar y potenciar su profesionalismo”, priorizar su misión de educar y “descargarlos de tareas administrativo—burocráticas” que les transforman en obreros del principal sistema de una sociedad como base formativa humana: el educativo.

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