El sábado 31 de mayo de 1986, el árbitro Erik Fredriksson, de Suecia, dio el silbatazo inicial del juego Italia-Bulgaria, con lo que arrancó el el XIII en la historia y el segundo que organizaba el país, nadie más en el orbe.

Pero antes de que el Estadio Azteca rugiera con el rodar de un balón, tuvieron que darse una serie de acontecimientos, porque originalmente, México no era la nación a la que le tocaba ser sede: el honor correspondía a Colombia.

En 1974, la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) le dio la sede al país cafetalero, algo sucedió para que al final se declinara la organización del magno evento futbolístico.

La relación FIFA-Colombia nunca maduró. Las exigencias de la organización y los atrasos en las diferentes sedes comenzaron a calentar los ánimos, hasta que en 1983, finalmente todo explotó.

El país sudamericano, envuelto en una grave crisis económica y social, simplemente no pudo cumplir con las exigencias de la FIFA, dirigida en ese tiempo por el todo poderoso Joao Havelange, sí que renunció con estas palabras dichas por el presidente de ese entonces, Belisario Betancurt: “No se cumplió con la regla de oro consistente en que el Mundial debería servir a Colombia y no Colombia a la multinacional del Mundial. Por esa razón, el Mundial de 1986 no se hará en nuestro país. Nuestras necesidades reales son otras. No hay tiempo para atender las extravagancias de la FIFA y sus socios”.

Los requisitos con los que no pudo cumplir el país cafetalero fueron los siguientes:

  1. Doce estadios con capacidad mínima de 40 mil personas para la primera fase.
  2. Cuatro estadios con capacidad mínima de 60 mil personas para la segunda fase.
  3. Dos estadios con capacidad mínima de 80 mil personas para el partido inaugural y la final.
  4. La instalación de una torre de comunicación en Bogotá, capital de Colombia.
  5. Congelamiento de las tarifas hoteleras para los miembros de la FIFA a partir del 1 de enero de 1986, entre otros tantos.

Y Colombia declinó.

De inmediato, Havelange movió los hilos y puso la Copa del Mundo en manos del mejor postor, siendo Estados Unidos, Canadá y México los que levantaron la mano con la ilusión de ser los organizadores.

Y México, con la poderosa empresa de comunicaciones Televisa a sus espaldas, tomó rápidamente la delantera en la disputa por la sede.

Cuenta la leyenda que mientras Henry Kissinger, el famoso político estadounidense, preparaba su estrategia, Guillermo Cañedo, expresidente del América, de la Federación Mexicana de Futbol y vicepresidente de la FIFA, hizo una gran presentación, “convenció” a quien tenía que convencer, y de manera unánime logró la sede.

Lo demás fue historia, y México organizó el segundo Mundial en su haber, todo porque Colombia no estuvo dispuesta a cumplir con los caprichos de la FIFA.

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