Sin importar el barrio de procedencia, todos se juntan aquí: Naucalpan, Ciudad Lagos, Nezahualcóyotl, la Morelos, Peñón, la misma Zaragoza; 8 mil personas, y las que faltaban por ingresar al un clásico en Sábado de Gloria al oriente de la Ciudad de México.

No hay ni un milímetro de espacio en la alberca. El olor a cloro es penetrante, y ahí está Carlos Rodríguez intentando encontrar a sus familiares; mientras busca y observa al resto de los bañistas reflexiona: “La gente es tan feliz con tan poco, si nos esperamos a tenerlo todo, no vamos a tener nada”.

“A mí me gustaría llevarlos a otro lado, pero es lo que hay, y a veces no es el poder adquisitivo, sino cómo se la pase uno”, dice.

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Carlos asegura que mientras existen personas que encuentran satisfacción en un Starbucks, él y su familia tienen esa misma felicidad en este económico balneario: 80 pesos adultos, 70 pesos niños.

El asador está listo para la carnita, para el salchichón y los nopales. Las albercas están llenas. Las mesas las ocupan familias que llegaron más temprano y lograron ubicarse en los alrededores de la alberca principal.

Humberto Gómez vino con su esposa, familia y amigos, para “conocer a gente de otros barrios, ¿no, carnal?”.

“Llegamos desde las 10 de la mañana, ya había mucha gente formada, nos hicimos una media hora para entrar”, relata.

Entre la comida que la gente se trajo, hay ceviche, tostadas, refrescos, carnitas, sándwiches, abrían lo mismo latas de atún que bolsas de papas, lo que fuera para calmar el hambre, y luego volverse a dar un chapuzón, porque de nadar mejor no hablamos, pues no hay espacio.

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Al fondo, un sonidero hace bailar a las parejas con cumbia. La pandemia ya no importa, hablar de medidas sanitarias sería irrisorio cuando se ve una alberca repleta, es mejor hablar del sol capitalino y de descanso a sólo unos pasos de la calzada Ignacio Zaragoza, la cual se mostró noble para los visitantes, pues contrario a un día común, el sábado estaba vacía.

Hace 15 años, las playas instaladas por el Gobierno capitalino en nueve alcaldías gozaban su auge en Semana Santa, hoy nada de eso existe, lo más cercano, lo más accesible para los capitalinos son el Olímpico de Pantitlán, San Juan Aragón y claro, el Balneario Elba.

El lugar es agradable para los niños, pues la alberca no es profunda; para los adultos, el único inconveniente es que no hay venta de alcohol, aunque las personas se las ingeniaban para tomarse una cerveza, ahí medio a escondidas, tapándose con la toalla o alguna cobija que lo mismo fungía de mantel que de camastro.