No sólo encontraron en Milpa Alta un lugar provisional para continuar con sus sueños, sino un espacio en donde no hay racismo, pero sí cariño. Desde hace un mes, cerca de 15 migrantes comenzaron a ser vistos por los vecinos, al principio con desconfianza, pero poco a poco recibieron apoyo.

Llegaron a la capital del país tras salir de Tapachula, Chiapas… luego de haber dejado Haití “por la situación”.

La mañana del martes 5 de diciembre, como suelen hacerlo, salieron de la casa en donde habitan para caminar hasta el Pilares de San Salvador Cuauhtenco, en donde llevan dos semanas practicando el español para poder desenvolverse mejor.

Muchos de ellos no han encontrado trabajo, por lo que ocupan el tiempo para aprender el idioma, lo básico, sin entrar en los modismos que enriquecen esta lengua.

Una de las encargadas de llevarlos hasta este centro fue Alejandra Báez Mora, líder coordinadora de proyectos de operación de la región sur en Pilares, y también vecina de ellos.

“Decidimos apoyarlos porque ellos nos lo solicitaron, ellos querían hablar español, y decidimos con los profesores intentar darles nuestra lengua. Básicamente les estamos ofreciendo el español y otras actividades que a ellos ya les han ido interesando”, dijo.

“Ellos radican cerca de donde yo vivo [San Pablo] y creo que les gustó mucho la estancia, es muy tranquilo aquí, entonces siento que se quedaron aquí”, enfatizó Alejandra.

EL UNIVERSAL acudió a una de las clases a la que asistieron ocho migrantes haitianos, quienes han tenido que pasar todo tipo de adversidades para salir de su país con la idea de cruzar México con dirección al sueño americano.

“¿Cómo te llamas?, ¿Dónde vives? ¿En dónde está el baño?”, fueron algunas oraciones que el profesor Mario Martínez comenzó a escribir en un pizarrón largo. Ellos lo hacían, pero en francés, su lengua natal, y luego lo repetían en español uno por uno.

Ahora están varados en la Ciudad de México, por lo que han tenido que buscar rentas baratas en el sur de la capital en alcaldías como Tláhuac y Milpa Alta.

“Siento que parte [para que se quedaran] es por lo económico, porque ellos están pagando renta, es económica para ellos. Y van consiguiendo uno que otro trabajito por ahí que les van ofreciendo… otra cosa es que hay comedores comunitarios y ellos van a comer completamente gratis”, explicó la encargada del Pilares.

Durante la clase, cada uno de ellos se mostró participativo mientras repetían lo que el profesor Mario les pedía, con notable tranquilidad y dotándolos de la confianza de poder equivocarse, pues de inmediato, con una seña a mano abierta, les pedía que esperaran, para volver a repetir la oración con más calma.

La pronunciación parece no costarles, pues muchos ya sabían pedir alimentos, una torta, un taco, un refresco, primordial en este país. Incluso, uno de ellos, Max Johnny Mainviel se declaró fanático de las tortas con “carne vacuna”, es decir, milanesa.

“Aquí tengo tres semanas, sí, un mes, soy de Haití. Dejé mi país por la problemática, política, y por eso me fui de mi país, para buscar una vida más tranquila”, expresó.

Se le preguntó si en la Ciudad encontró esa tranquilidad. “Me siento un poco feliz, pero es muy difícil encontrar un trabajo. Sí me gustó aquí, es una parte muy tranquila”.

Max Johnny en su país tenía su propio negocio, un almacén, que tuvo que dejar.

Para el profesor Mario, estas dos semanas han sido de una experiencia “muy interesante”.

“Estamos buscando cuáles son las necesidades básicas [para ellos] porque no hay una estructura educativa como tal para ellos, y hay que buscar la base esencial de comunicación para ellos”, aseveró.

Luego de dos horas de clase, los migrantes haitianos se levantaron para ir a bailar salsa, en donde bastaron un par de minutos para que se les quitara la pena.

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