Ella es la encargada de sedar a los pacientes graves, contagiados de Covid-19, antes de ser intubados. Su rostro es lo último que verán los enfermos que han de morir.

Son las tres de la tarde en Chilpancingo. El termómetro marca 33 grados centígrados. Familias de pacientes Covid están sentados en sus coches. Algunos, para refrescarse, pululan afuera de los vehículos y beben agua y refrescos. Platican en voz baja, susurran, como si estuvieran en una sala de espera hospitalaria. Todos aguardan noticias afuera del Hospital General, que es vigilado por soldados del Ejército y militares de la Guardia Nacional.

Una anciana, en el asiento trasero de un automóvil, está hablando a través de un teléfono celular. Súbitamente deja el aparato y estalla en llanto y gritos. Es el momento de la muerte de su esposo.

¡Ayayay!!! -se duele desgarradoramente. Se lleva a las manos al rostro, desesperada, y otra vez deja salir su lamento:

¡Ya nunca más te voy a ver, y vuelve a llorar, desconsolada.

Otros familiares, llorando, llaman por teléfono para dar la mala nueva.

Es la hora de la muerte Covid en Chilpancingo.

A pesar de que usualmente conviven con la muerte, a los médicos, como a la doctora Isabela Gaytán, ya les afecta el hablar con tantos familiares de víctimas del SARS-Cov-2.

“Ya se ha vuelto algo, tristemente decirlo, cotidiano, lidiar con la muerte de un paciente. Al final de cuentas, aunque tú lo quieras ver como algo usual: ‘Hí­jole, ya lo vi ayer, antier, ya lo sufrí­ también la otra semana’, no deja de dolernos, no deja de impresionarnos. No dejamos de sentir. Más por la condiciones en que se fue ese paciente: sin estar con su familia, estando con personas extrañas, las que estábamos al cuidado de ellos.

La doctora está sentada en una banca bajo un árbol, a unos metros de la zona de triaje de las personas que podrí­an tener Covid. Prosigue:

-Y decí­rselo por teléfono, porque no hay otra manera de contactar a la familia en el momento en que sucede. No hay otra manera de darles la noticia. Es algo que yo sí me llevo mucho a casa, sufriéndolo.

Es muy-muy difícil de asimilar para nosotros, que regularmente estamos en esto, y que no es (la muerte) la primera vez que nos pasa.

¿Cómo le afecta, doctora?

De aquí, en varias ocasiones nos hemos ido realmente muy afectados. A nosotros nos toca, por la capacidad resolutiva que tenemos, intubar a nuestros pacientes. Y en una guardia no pude salvar a dos pacientes. Al final no pudimos hacer nada. Murieron. Cuando nadie me vio me subí­ a mi vehí­culo y en ese momento fue cuando solté el llanto de impotencia, de tristeza, de angustia. De todo eso que te llevas a tu casa. Y decidí­ sacarlo antes, porque yo soy mamá de dos pequeños y creo que ellos no merecen vernos así­, tan afectados.

El enemigo en casa

En casa hemos cambiado un poquito toda nuestra dinámica: en el momento en el que mi hijo de 10 años quiere llegar a recibirme, a abrazarme, el rechazo de uno hacia ellos, para no afectarlos — la doctora hace un silencio. Se esfuerza y continúa— Siempre él es muy apegado a mí,  y el hecho de no poder abrazarme, sí­ lo resiente mucho, porque es algo que hacíamos todos los días (…) Un dí­a estuvo muy afectado y lloró. Y me preguntó porqué estaba ocurriendo todo esto.  Yo no pude responderle.
Solamente le dije que nuestra vida, a partir de que el virus ingresó a nuestra comunidad, cambió de manera radical y que tení­amos que cambiar todas nuestras costumbres, nuestras maneras. Todo.

¿Y el miedo, doctora?

-Yo ya no tengo tanto miedo porque aprendimos cómo protegernos para poder ayudar a los demás. Yo más que nada el miedo que me da es llevar el virus a mi casa. Yo ya lo tuve en casa porque mi esposo es un sobreviviente de Covid. Él es médico, pero se contagió por su mamá.

Ella tiene un negocio. No cumplió las indicaciones de la autoridad: tuvo abierto su negocio y se contagió. Mi esposo llegó a verla porque le llamó que se sentía mal, y entonces estuvo expuesto: la trajo al hospital a revisión. Tuvo que abrazarla y cargarla, porque ella ya no podía caminar. Afortunadamente no fueron casos graves.

Los susurros y la paz

La doctora Gaytán Zamudio reconoce que en sus 16 años como anestesióloga nunca había visto a pacientes llegar con las vías respiratorias en el estado que las deja el Covid-19.

“Es una garganta seca-seca-seca, que cuesta trabajo instrumentar”

-Cuando los sedan y luego los intuban, los pacientes deben descansar del dolor

-Exactamente. Es el último contacto que tienen con el dolor que están sintiendo, con toda esa desesperación por una bocanada de aire.Ya cuando los sedamos y ponemos el tubo descansan de toda esa lucha que tuvieron: descansan de todos esos minutos, horas, días que estuvieron luchando por ese aire.

Como otros médicos, la doctora Gaytán Zamudio le transmite a los enfermos críticos, a los intubados que ella misma sedó, los mensajes de sus familiares.

¿Reaccionan?

-Reaccionan no de la manera que esperamos, que vayan a ponerse bien de manera milagrosa, pero sí­ les damos confort. Yo sí­ lo veo, al decirle cerca de su oí­do, que su familia lo está esperando en casa, que su familia está rezando por él, que los quieren, que le mandan abrazos, que siempre han estado pensando en él.

La irresponsabilidad y la furia

-¿Qué siente cuando escucha gente que todavía hoy niega la existencia del virus o minimiza sus afectos?

-Me da mucha rabia, la verdad. Ver gente que no se protege y no nos protege a los demás. Que no les interesa. Acabo de platicar con una enfermera, que su papá está positivo a Covid. Estaban incrédulos.

Tuvieron el festejo del Día del Padre. Se reunieron todos, niños, adultos. Todaví­a ahora, que le está mostrando el papel que dice que es positivo, que tiene una radiografía, la familia de la enfermera piensa que es una engaño y que ella nada más les está metiendo miedo.

Luego concluye.

Solo queremos ayudar y que se cuiden: que se cuiden los que no se cuidan, para que así­ nos cuiden. De otra manera no se va a poder.

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