Tlahuelilpan.— Aquí todos quieren olvidar la explosión que hace cuatro años cobró la vida de 137 personas.

El viernes 18 de enero de 2019, una toma clandestina en un ducto de Pemex, localizado en la comunidad de San Primitivo, estalló cuando decenas de personas se encontraban en el lugar; algunas habían ido por combustible (que en esos días escaseaba en el centro del país), pero muchas otras sólo estaban por curiosidad, porque en redes sociales se habían difundido las imágenes de una gran fuga. Era un enorme chorro de hidrocarburo de varios metros de alto.

Desde entonces, esta comunidad ha sido estigmatizada como tierra de huachicoleros, lo mismo que sus pobladores, señala el vocero de la alcaldía, Carlos Olguín.

Dice que a quienes perdieron la vida no se les quiere dar el estatus de víctimas, ya que muchos los consideran delincuentes, aunque la mayoría de los que murieron por la explosión no se dedicaban al robo de combustible.

Recuerda que tras el homenaje que se hizo en el lugar, al cumplirse el primer año de la tragedia, hubo críticas, no sólo de pobladores del estado, sino también del resto del país, por lo que se ha tenido que cambiar la forma en que se recuerda a las víctimas.

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Olguín menciona que también se criticaron los apoyos que se dieron a los familiares de los fallecidos, pero enfatiza que hay niños, viudas y madres que no tuvieron ninguna culpa, y muchos de los que murieron tampoco.

La situación para las familias de esta zona cada vez es más difícil, muchos ya no quieren hablar ni que se les vincule con ese tema.

“Incluso, lo que nosotros hemos notado es que también les da pena venir y pedir una ayuda, ya que la criminalización ha sido grave desde el primer minuto en que ocurrió la explosión”, explica el funcionario, quien precisa que durante algún tiempo el gobierno federal y municipal les otorgó a las familias afectadas ayudas, como becas y proyectos productivos, los cuales fracasaron con el inicio de la pandemia.

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Los pobladores coinciden en que los habitantes de esta región ya no quieren ser catalogados como huachicoleros, y hasta han dejado de ir al lugar de la explosión, donde se levantaron algunos memoriales.

A cuatro años de distancia, las capillas se encuentran descuidadas y muy poca gente acude a hacer limpieza. Incluso, el 1 de noviembre sólo dos o tres familias fueron a dejar flores.

Todo esto es una muestra de que la gente quiere dejar atrás lo sucedido el 18 de enero de 2019, uno de los capítulos más dolorosos para la comunidad.

Las otras víctimas de la explosión

Además de las 137 personas que fallecieron, la tragedia de Tlahuelilpan marcó a 194 niños que perdieron a uno o dos de sus padres.

Entre ellos están los hermanos José, de 12 años, y Jesús, quien en dos meses cumplirá cuatro. Salustia se encarga de sus nietos, ya que su nuera María Luisa, la madre de los menores, tiene que salir a trabajar para mantenerlos, y sobre todo, costear los gastos médicos del más chico, quien nació con hemofilia.

Salustia cuenta que en la explosión perdió a su hijo José Manuel, quien tenía 29 años, y era carpintero, se dedicaba a la construcción de ataúdes, como casi todos en la comunidad de Doxey, a 5.6 kilómetros de San Primitivo.

Ese viernes, José Manuel se fue a trabajar y por la tarde ya lo esperaba su familia, pero las horas pasaron y no llegó.

Después se enteraron que José Manuel regresaba de su trabajo cuando unos amigos le dijeron que fueran a ver la fuga de combustible, y atraído por la curiosidad se fue para el alfalfar en San Primitivo, de donde ya no salió con vida.

Salustia lamenta que su nieto más chico, que cumplirá cuatro años en marzo, sólo conoce a su padre de la fotografía que cuelga en una pared de la casa.

María Luisa estaba embarazada al morir su esposo, la impresión por la tragedia, el sufrimiento y la tristeza marcaron el nacimiento de Jesús, quien a los dos meses de edad fue diagnosticado con hemofilia.

Desde entonces ha sido una lucha por sobrevivir, una cortada o una caída le pueden costar la vida, por ello, dice Salustia, deben estar siempre vigilantes y si su madre no puede cuidarlo, debido a que trabaja hasta dos turnos, la responsabilidad recae en ella.

Dice que Jesús ya comienza a darse cuenta de la ausencia de su padre y les pregunta dónde está y pide que lo lleven a verlo.

“¿Qué puedes hacer cuando escuchas su vocecita pedir por su papá y verlo llorar?, te quiebras”, señala la mujer, quien reconoce que los últimos años han sido una pesadilla para la familia.

Las promesas de José

José, el hijo mayor, tiene dos promesas que quiere cumplirle a su padre: cuidar a su hermanito y seguir con el oficio de carpintero del que, asegura, heredó el talento.

A José se le agolpan los recuerdos y con ellos viene la tristeza y la voz se quiebra. Tiene 12 años, pero parece ser un adulto, la vida lo ha obligado a crecer aunque solo sea un chico de secundaria.

Dice que su familia y sus amigos le han ayudado a sobrellevar la pena de estos años, lo mismo que el recuerdo de su padre quien, asegura, era un buen hombre, trabajador que ese día estuvo en el lugar equivocado.

Del día de la explosión recuerda que en su casa comenzaron a escuchar sirenas y la gente hablaba de una gran explosión, además había una inmensa nube de humo, mientras aumentaba la inquietud de su madre y su abuela porque su papá no contestaba el celular y ya había tardado de regresar del trabajo.

“Mi mamá le intentaba hablar, lo mismo que mis abuelos, pero no contestaba, entonces nos fuimos para la casa a esperarlo”, relata José.

Explica que pensaron que había ido a entregar algún ataúd, pero luego escuchó a su mamá hablar con una persona que decía que lo habían visto en la milpa donde fue la explosión.

Su cara se transforma al hablar del equipo favorito de su papá, el Cruz Azul. “A toda mi familia le gusta el futbol y le vamos a Cruz Azul. Siento que él está ahí cuando vemos un partido”, dice José, quien mantiene vivo en su memoria el recuerdo de su padre.

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