Tijuana.—Son 11 grados y pasa de la medianoche pero Mónica ha decido quedarse frente a la oficina del Centro de Apoyo para Personas Extraviadas (CAPEA) para plantarse en medio de la oscuridad y del frío. Es su protesta. Eso y una huelga de hambre, que realiza para exigir a la hagan su trabajo.
 
Lo hace porque hace casi un año -el 7 de enero- su hermano José Miguel desapareció al igual que miles de quienes aún no hay rastro. Desde las cinco de la tarde del miércoles pasado colocó una casita de campaña y se instaló en ella. La respuesta de la autoridad que, asegura, no ha investigado bien el caso: fue hostigarla.
 
“Si te quedas aquí con tus hijos, si los veo aquí... yo si voy a hacer algo”, le dijeron. Pero del caso, los avances, de su hermano ni de los sospechosos, de eso ningún agente de la fiscalía nunca le ha dicho nada.
 
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Y así lo hicieron. No habían pasado más de 24 horas de que Mónica inició su protesta cuando una camioneta con el logotipo del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Baja California se estacionó en una esquina, a unos cuantos metros de donde ella estaba. El personal nunca bajó del vehículo, solo la miraban a lo lejos.
 
Su mayor miedo, es no solo perder a su hermano sino también a sus hijos, esa fue la amenaza de las autoridades.  
 
“Toda la investigación la he hecho yo, todo esto que se yo no tenía ni idea son estas organizaciones las que me han enseñado y esta horrible experiencia”, cuenta Monica mientras se abraza para quitarse el frío, usa una pijama y una trenza. Sus hijos la acompañan, tiene miedo pero más a no volver a saber nada de su hermano, ni de hallar su cuerpo siquiera, “ yo fui como su mamá, crecimos juntos, y unos malditos me lo quitaron”.

La última vez que lo vieron

José Miguel llegó en diciembre, viajó desde Michoacán a Tijuana adonde había llegado solamente para visitar a su hermana y a sus sobrinos, pasaría navidad con ellos y el resto de sus vacaciones. A pesar de no conocer a nadie muy pronto le ofrecieron un trabajo ayudando a recolectar basura y así se ganaba unos pesos.
 
Entre el trabajo y los vecinos conoció a otro joven y con él -un 7 de enero- salió para entregar una bicicleta, comprar tortillas y algo más para la comida: nunca más regresó. Al día siguiente la madre del otro adolescente contactó a Mónica y le preguntó que si sabía dónde estaba su hijo y su hermano pero no, ninguna de las dos sabía. 
 
Entonces comenzó con su búsqueda, caminó en los alrededores y preguntaba entre los vecinos pero también a desconocidos. Fue varios días después que le llegaron los rumores en los que le informaban que el otro adolescente -supuestamente también desaparecido- en realidad estaba con su madre y su padrastro, todo el tiempo estuvieron juntos, la mujer había mentido. 
 
Ella, como otras madres y familias, hizo su propia investigación. Halló a la principal sospechosa de la desaparición de su hermano, como pudo entró a su casa (hace 11 meses) y encontró su mochila, los agentes a pesar de la evidencia jamás han entrado a ese domicilio. El último donde se encontró indicios de José Miguel.
 
La madre del otro joven no solo le mintió, también le exigió dinero que supuestamente le debía su hermano. Le pidió 9 mil pesos que nunca le entregó, pero que en medio de una discusión el día que habían pactado la entrega, llevaron a Mónica a que terminara en la puerta de la casa de esa mujer.
 
“¡Devuélvemelo, devuélvemelo!”, recuerda que le gritaba, sin que nadie le respondiera, fue hasta que llamó al número de emergencia cuando llegó la Policía Municipal y un oficial la acompaño para que entrara, buscó entre uno y otro lugar y, casi antes de retirarse, se tropezó con un cobija, al levantarla reconoció que dentro estaba envuelta la mochila de su hermano, en ese momento se descompuso, como pudo, les gritó que le dijeran dónde estaba José Miguel.
 
Nadie, desde ese entonces, ha vuelto a entrar a esa casa. Ninguna autoridad. La mujer ni el padrastro viven ahí, no los han vuelto a ver, desde hace meses.  
 
“Lo único que me dijeron es que no podían hacer nada, que no podían entrar que porque la mujer había dicho que la mochila tenía más tiempo”, explica Mónica, mientras un agente investigador sale por tercera ocasión de su oficina y se para solo para clavar su mirada sobre ella, no le dice nada, solo la observa, “aquí el trabajo lo hemos hecho nosotros, la gente”.

Un recuerdo para José Miguel

Mónica colocó un pequeño árbol de navidad sobre la pared de Capea, sus dos pequeños hijos le ayudaron. De hecho fue su idea. 

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Mientras cuenta su historia tomo la grabadora y camino hacia Mary, apenas tiene seis años y acompaña a su madre, esta es su primera protesta. Le pregunto que cómo se le ocurrió y me dice:
“Es que mi tío ya no está y le pusimos su arbolito y yo todavía lo sueño”.
 
Le pregunto qué quiere ser de grande y Mary, con su pequeño moño rosado que le adorna una media cola, me responde con una seguridad que se le desborda desde su pecho a la boca: buscadora, quiero ser buscadora... pero yo si voy a encontrar a todos ¿Verda mamá?.
 
Sí, le respondo yo porque su madre no la escucha, ella platica con un agente que le insiste en que mejor se retire. En su lugar le vuelvo a decir a Mary:

Los vas a encontrar a todos.