San Cristóbal de las Casas.— Artesanas indígenas de textil y alfareras de los Altos de Chiapas atraviesan por la peor crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19 y sin el apoyo gubernamental.

En el municipio de Zinacantán, ubicado a escasos 11 kilómetros de este Pueblo Mágico, doña Rosa Guadalupe —junto con su suegra, Juana Méndez, de 90 años; su hermana Antonia, su hija Juana Morelia y su nuera Petra—, se prepara en el patio de su casa para elaborar ropa artesanal que espera vender con turistas, una vez que pase la crisis sanitaria.

En el corredor de su vivienda, ubicada a la orilla de la carretera, exhiben la vestimenta autóctona, como blusas, nahuas, capas de mujeres, el poncho de los varones, rebozos, caminos de mesas y fajas elaboradas a mano con técnicas prehispánicas, que desde hace cinco meses no han podido vender por la falta de visitantes.

Rosa Guadalupe explica que las mujeres aportan la mayoría de los gastos del hogar, con la venta de sus artesanías, mientras que los hombres se dedican al cultivo de maíz, frijol y otras verduras para el consumo personal.

La mujer de 45 años, madre de tres menores de edad e igual número de adultos, señala que para enfrentar la pandemia por Covid-19 gastó lo poco que había podido ahorrar con la venta de sus artesanías, pero ya se le acabó.

“Desde hace cinco meses no he vendido ni una blusa, ya que no vienen turistas y el gobierno tampoco nos ayuda”, señala en entrevista la indígena tzotzil.

En Zinacantán —cuyo nombre significa adoradores del Dios Murciélago—, otra alternativa que genera recursos económicos es el cultivo de diferentes variedades de flores en invernadero, principalmente rosas, crisantemos y claveles, entre otras especies que comercializan en los mercados ubicados en esta localidad y en estados vecinos.

La mayoría de las mujeres de Zinacantán son preparadas para elaborar textil artesanal desde los 10 años de edad, o cuando concluyen la primaria, complementado con las labores domésticas. Pocas son las que continúan estudiando, ya que son las principales proveedoras de dinero en la familia.

“Lo primero es aprender a desenredar el hilo y a enrollarlo como pequeñas pelotas”, explica doña Juana, quien, a sus 90 años y con algunas dolencias, continúa elaborando artesanías en telar.

Ayudada por un traductor, la mujer recuerda que a los 10 años su madre empezó a prepararla para elaborar la ropa autóctona que visten y que también comercializan con los turistas.

La abuela señala que todas las mujeres están obligadas a aprender a elaborar el textil artesanal en todas sus etapas, ya que es de lo que viven sus familias.

Pandemia deja a la deriva a artesanas indígenas
Pandemia deja a la deriva a artesanas indígenas

Cae la venta de artesanías

Desde hace 21 años, Hilaria, una mujer indígena tzeltal de Amatenango del Valle, sabe dar forma con sus manos a diversas figuras con barro, las cuales luego decora con dibujos y pinta en colores vivos, dejándose llevar por su imaginación.

Recuerda que, a los 12 años de edad, su madre le enseñó el arte de las figuras hechas a base del barro que extraen de los cerros del municipio de Amatenango del Valle, el cual está ubicado a unos 38 kilómetros de esta localidad.

Vajillas, cántaros, jaguares, lunas, soles, palomas, gallos, pavorreales, mariposas, ranas, comales, jarrones y chimeneas, entre otras figuras, se exhiben a la orilla de la carretera y en el parador turístico, pero, desde hace seis meses, no hay visitantes que les compren sus artesanías debido a la pandemia de coronavirus.

La artesana, de 49 años de edad, explica que en este municipio la mayoría de las mujeres se dedican a la alfarería mediante técnicas prehispánicas que pasan de madres e hijas, mientras que otras realizan el bordado a mano de sus vestimentas tradicionales.

Ellas son las encargadas de proveer de recursos económicos a sus familias.

En tanto que los hombres de la localidad se dedican a cultivar para llevar el alimento diario, pero también les proveen del barro, leña y les apoyan a hornear las figuras.

En un rincón del negocio que Hilaria habilitó como su taller, guarda celosamente unos jarrones decorados con flores en tercera dimensión, de los cuales no permite tomar imágenes, debido a que sus diseños son copiados y vendidos en otros estados del país, explica.

Dice que sus figuras y dibujos están inspirados en el medio ambiente y en lo que ve a su alrededor. “Viene en mi pensamiento y lo empiezo a dibujar. Puedo dibujar también personas”, señala con orgullo la artesana.

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