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Tijuana.— A casi un año de haber llegado a la ciudad fronteriza, Douglas Oviedo encabezaba la inauguración del albergue para migrantes Casa Hogar Puente, construido con sus propias manos y las de otros dos amigos, también provenientes de Honduras.

Dos días después de la apertura, cruzó la frontera para ir a la Corte en San Diego, Estados Unidos, pero ya no regresó, era su tercera audiencia para pedirle al juez que le otorgara asilo... está vez se lo dieron.

“No voy a poder volver por lo menos en un año, ahora tengo dos trabajos que hacer: uno con los jóvenes en Honduras y dos, con los migrantes en Tijuana, estoy dispuesto a trabajar duro para apoyar y seguir con el sueño de ellos”, dijo a través de redes sociales.

Douglas Oviedo es uno de los pocos migrantes que ha obtenido asilo por parte del gobierno estadounidense desde que comenzó el Protocolo de Protección de Migrantes, en enero pasado.

Desde entonces han sido retornados alrededor de 42 mil migrantes y, entre los que han recibido asilo, sólo se conocen su caso y el de otro extranjero.

Ambos —a diferencia de la mayoría— contaron con abogados especializados en migración que colaboran con organizaciones civiles.

En su última audiencia, Douglas le dijo al juez que su vida corría peligro, su abogada también le habló sobre el trabajo comunitario que realizó en Honduras y también en la frontera.

Douglas es un pastor que huyó de su tierra natal debido a la violencia. En el triángulo dorado — Honduras, El Salvador y Guatemala— las pandillas tomaron el control de las calles.

Su labor como activista era ayudar a los jóvenes para dejar los grupos criminales, pero eso se convirtió en su sentencia de muerte.

No hubo rincón o esquina del país en el que pudiera vivir sin la amenaza de que una bala lo alcanzara.

A Tijuana llegó en noviembre. Para él, la ciudad y las nuevas políticas migratorias entre México y la Unión Americana eran el verdadero muro.

Pidió asilo y, luego de esperar meses, le permitieron cruzar para su primera audiencia. Era marzo.

Douglas fue uno de los 45 primeros migrantes retornados, chivos expiatorios del nuevo programa americano: Protocolo de Protección de Migrantes o Remain in Mexico.

Eso significó que una vez que cruzó, debía esperar en territorio mexicano por su proceso de asilo y sólo podría cruzar para ir a sus citas en la Corte.

Pero su regreso no fue igual, dice, porque mientras caminaba por el puente fronterizo, junto a él había otros migrantes que no tenían un sitio al cual llegar.

Entonces decidió construir un refugio ante la falta de espacios y la saturación de los albergues.

La idea la compartió con sus amigos, muchos de ellos activistas y directores de refugios: la ayuda llegó.

La espera de su siguiente cita en la Corte no impidió que durante prácticamente 24 horas, los siete días de la semana, él y otros migrantes reconstruyeran una casa abandonada sobre un cerro, un sitio mejor que una banqueta fría o algún puente.

Ese esfuerzo terminó por dar resultados el fin de semana pasado, cuando inauguró el albergue que, aseguró, continuará a pesar de que él ahora deba permanecer del otro lado del muro.

“No voy a seguir siendo ilegal”, dice Douglas mientras presume una sonrisa que le come media cara.

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