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Juchitán.— De las seis parejas zapotecas que bailaban en la explanada del Cerro del Fortín, aquel julio de 1967 en la Guelaguetza, la única que llamó la atención de la antropóloga estadounidense Anya Peterson Royce fue la de Delia Ramírez Fuentes; tanto la impresionó que un año después fue a Juchitán para entrevistarla.

Hoy, Delia tiene 77 años y muestra orgullosa la fotografía que le tomó la antropóloga ese día, se ve portando un traje de flores bordadas con el que representó a la delegación dancística de Juchitán.

De ahí surgió una amistad, hoy lleva 50 años, gracias a eso la investigadora escribió el libro de antropología social "Prestigio y afiliación de una comunidad urbana: Juchitán, Oax".

Eran otros tiempos, recuerda, la selección de los danzantes la hacía un representante de la autoridad municipal, en ese entonces el señor Adelfo Alegría, quien observaba a los jóvenes en las fiestas del pueblo; el porte y belleza eran elementos para la elegirlos.

“El señor Alegría vino a ver a mis papás para que yo fuera a representar a Juchitán, yo acepté gustosa, era un orgullo representar al pueblo. Pero la primera vez llevé chaperona, mi abuela me acompañó porque una joven no podía ir sola a bailar lejos de casa... fue una gran experiencia que repetí tres veces más”, comenta mientras señala su fotografía publicada en el libro.

Espontaneidad. Delia aprendió a bailar gracias a su abuela, cuando la veía en la sala de su casa moviendo el cuerpo al son de la “Sandunga” que tocaba una estación de radio, así que para ella el baile es una manera de demostrar los sentimientos cada quien a su forma, de expresar el alma, por eso lamenta que la espontaneidad se haya perdido en los bailes y que ahora todo sea mecánico.

Coincide el director de la Casa de la Cultura de Juchitán, Vidal Ramírez, en que los bailes ahora son coreográficos, y le restan emotividad y alma a uno de los patrimonios intangibles de los zapotecas: su danza.

Vidal Ramírez fue a bailar hace 35 años por primera vez, tenía 25 años y, al igual que Delia, el señor Alegría lo eligió después de verlo bailar. En ese entonces, la delegación no rebasaba la docena de danzantes y sólo ejecutaban cuatro sones.

Las primeras representaciones, recuerda Vidal Ramírez, eran verdaderas fiestas, donde los bailarines y el público interactuaban libremente, con el tiempo se convirtió en un show en el que asisten más grupos y se venden más entradas.

Antes de la administración de José Murat, del Istmo sólo iban las delegaciones de Juchitán y Tehuantepec, ahora asisten por lo menos siete municipios que, por lo general, repiten el mismo ritmo. “Mucho es mentira porque lo que bailan algunos grupos en la Guelaguetza no va acorde con la realidad porque en las fiestas no se baila así, no somos coreográficos en nuestras festividades”, comentó el también bailarín zapoteca.

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