A los 17 años, cuando contrajo matrimonio, Mónica Lozano cuenta que era una subordinada de su esposo, quien tenía su misma edad, pero al que le pedía aprobación para todo.

"Literal le pedía permiso; había un mundo machista a mi alrededor, no tenía derecho a decir que quería hacer", recuerda.

Han pasado cuatro décadas de ello. Ahora, grupos de hombres son quienes esperan sus indicaciones para poner manos a la acción.

Lozano es una de las productoras cinematográficas más sólidas del cine mexicano. En su foja se contabilizan más de 60 proyectos realizados: películas como “Arráncame la vida”; “No se aceptan devoluciones”, la cinta que alcanzó más de 15 millones de espectadores en 2013, y “El diablo entre las piernas”, además de las series “Los pecados de Bárbara” y “Asesino del olvido”.

En 1999 era quien en su oficina de los Estudios Churubusco, con un bebé recién nacido, firmaba contratos y revisaba el dinero para arrancar el rodaje de “Amores perros”, ópera prima de Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga.

¿Cómo lo hizo? Nadie tiene una receta que funcione para todas. Pero en todo caso, es seguir remando pese a todo.

"Tenía aprendido que el espacio de las mujeres era reducido, no era equitativo y había que aprender a hacerme respetar", dice al abordar su carrera profesional, aun antes de llegar al cine.

Administradora de profesión por la UNAM, inició su carrera en el equipo de Programación y Presupuesto con Alejandra Moreno Toscano (nieta del fallecido director de cine Salvador Toscano) y luego emigró al Gobierno del Distrito Federal, donde coordinó el Festival de la Ciudad de México.

Un día, el productor Jorge Sánchez la invitó a dejarlo y sumarse al cine. Mónica aceptó sin saber exactamente que iba a hacer y mucho menos lo que era hacer un filme.

"(En su faceta burocrática) Hacía que me respetaran no por decreto, sino porque a la hora de dialogar, de conversar, de hacer actividades, trataba de imponer mi trabajo, Nunca pedí un trato especial por ser mujer o tener un hijo, ni siquiera era algo que concebía", cuenta.

"Creo eso me dio fortaleza para cuando entré al mundo del cine, que efectivamente era predominantemente de hombres en todas las esferas, pero desde el día uno sentí respeto. Y aquel que se quisiera pasar de simpático y chistoso o hacía un gesto de desaprobación en algún foro o encuentro, inmediatamente reaccionaba le decía: ‘bueno, aquí no estoy para que hablen bien de mí, pero sí para poner sobre esta mesa temas importantes para todos los que estamos, sean hombres o mujeres", narra.


De caídas y tropiezos

Cuando se estrenó “Atlético San Pancho” fue doloroso porque el día del lanzamiento las cifras arrojaron que la gente no había ido a verla. También sufrió la vez que “Un mundo maravilloso”, de Luis Estrada, que abrió bien en salas, fue aniquilada con el lanzamiento de “La era de hielo”. Y lloró al ver que la niebla impedía, en Xico, Veracruz, rodar “Voces inocentes”, de Luis Mandoki.

Por atavismos propios, ella se negaba a decirse a sí misma productora. Hasta que identificó que ver todo lo de una producción y resolverla, ya la hacía.

Con 23 años de trayectoria en el medio, está convencida que la participación femenina en el cine no es de cuotas, sino de crear oportunidades para todos, sean mujeres o personas con capacidades diferentes.

"Nuestros roles (femeninos) han cambiado y sí generan tensión en ciertas masculinidades. Ahora somos autosuficientes económicamente y eso genera molestia. Y claro, nosotras como mamás, también por cultura, educación, hemos formado hombres y mujeres con esa forma machista", comenta.

Nada queda de esa chica de 17 años que le pedía permiso a su esposo.

"Cuarenta años después digo que no podemos permitir que la mujer sea menos, señalar los temas a las jóvenes, que primero se quieran y respeten muchísimo, porque no hay nada que las subordine", subraya.