A casi un mes de las elecciones, las encuestas respectivas sobre las contiendas en el Estado de México y en Coahuila revelan un virtual empate entre el partido en el gobierno (PRI) y su más cercano adversario (Morena en el primer caso, PAN en el segundo). Los resultados en ambos tendrán un impacto nunca visto en la siguiente sucesión presidencial. De ahí que los actores en pugna estén diseñando escenarios igualmente insólitos.

Hay un fantasma —por citar al clásico— que recorre los “cuartos de guerra” donde los estrategas lucubran en busca de mayores certidumbres. Que se filtra en los cuarteles de campaña y se esparce entre los enterados. Es el fantasma de la declinación de uno de los contendientes minoritarios para inclinar la balanza y patear el tablero del ajedrez acomodado durante tanto tiempo y con tanto costo.

Por su peso como el principal granero de votos en el país, por su relevancia económica y el simbolismo que encierra ser entidad natal del presidente Peña Nieto y asiento de la última casta priísta con peso real, en territorio mexiquense este duelo cobra una relevancia singular. No hay antecedentes en la vida moderna del país en que ese estado haya merecido más ser considerado el laboratorio del futuro inmediato.

Pero hoy una pieza singularmente clave de esa urdimbre tiene nombre y apellido: Juan Zepeda, candidato del Partido de la Revolución Democrática a la gubernatura.

Nacido casi a la par de la creación del municipio de Nezahualcóyotl, municipio del que llegó a ser alcalde (2012-2015), Zepeda Hernández se formó políticamente en una doble ruta: al calor de una barriada aguerrida, pero a la vez en una facción del PRD que siempre se nutrió de la componenda con los gobiernos locales priístas, denominada ADN, creada y regida desde su fundación por el mismo cacique local, Héctor Bautista.

El también ex coordinador de la bancada del PRD en el Congreso local —donde ha sido retratado como sumiso a los dictados del oficialismo— tiene sobre la mesa la oferta de un proyecto ambicioso si se suma a la candidata de Morena, Delfina Gómez, y con ello le transfiere al menos parte de los 12 puntos con los que figura en las encuestas.

Ello sepultaría las aspiraciones del abanderado del PRI, Alfredo del Mazo, primo presidencial y heredero de una dinastía, lo que sólo le está permitiendo hasta ahora empatar en las intenciones del voto con Gómez, hasta hace muy poco tiempo una figura virtualmente desconocida.

Es previsible que si Zepeda decide conservar sus actuales lealtades junto al oficialismo, Del Mazo capitalizará el abrumador peso del sistema a su favor y acabará reteniendo la gubernatura para el PRI, sin duda con múltiples raspones que deberán dirimirse en los tribunales electorales.

Coahuila juega en otra división pero con importantes referentes propios. Una derrota ahí del PAN, como sin duda la tendrá en el Estado de México —alcanzando incluso apenas el tercer o cuarto lugar—, cambiaría las coordenadas dentro de Acción Nacional y desplazaría de la contienda interna por la candidatura presidencial al hasta ahora precandidato mejor colocado, el dirigente nacional de ese partido, Ricardo Anaya.

En ese estado la recta final de la contienda incluye ya sólo al priísta Miguel Ángel Riquelme, quien según encuestas diversas conserva una estrecha ventaja sobre su adversario, el panista Guillermo Anaya.

En este caso el destinatario central en el juego de la apuesta por una declinación que cambie los equilibrios se llama Javier Guerrero, candidato independiente pero con una larga trayectoria dentro del PRI desde las épocas en las que cobró relevancia en el programa Solidaridad, durante la administración de Carlos Salinas de Gortari.

Guerrero García observaba una carrera ascendente en su estado natal hasta que se topó con Humberto Moreira, ex gobernador, que virtualmente lo envió al ostracismo político. Su estrella no mejoró tampoco bajo la administración del actual gobernador, Rubén Moreira. El agravio con ambos es de los que duran por siempre.

Jerarcas del PAN han mantenido un acercamiento con Guerrero para ofrecerle un futuro luminoso si se suma a la apuesta de Anaya Llamas, quien ha tenido una campaña accidentada desde el inicio, con nubarrones de una fractura interna.

Una declinación por parte de Guerrero aplastaría al grupo de los Moreira y hundiría al PRI en el estado, con un efecto telúrico en diversos frentes de la política nacional.

En caso contrario, las probabilidades a la vista, el peso del gobierno estatal y la alineación de factores alentados desde el priísmo más duro, llevarán al palacio de gobierno de Saltillo al abanderado del oficialismo, Riquelme Solís, quien sin duda deberá también esperar el aval en tribunales para validar una elección que resultará impugnada.

rockroberto@gmail.com

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