En las campañas políticas de 2006 y 2012 nos dijeron que con López Obrador en la Presidencia nos iría como a la Venezuela bolivariana de Chávez y Maduro. Ahora resulta que quienes asustaron con ese “petate del muerto” (Fox, Calderón y Peña, por citar solo a los principales), son los responsables de que, al menos en el tema de la gasolina, nos ocurra algo similar (por supuesto que no idéntico), a lo que pasa a los venezolanos.

El hecho es que hay desabasto de combustible en al menos cinco estados del centro del país. Los irritados consumidores de San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Jalisco y Michoacán han hecho largas filas durante los últimos días para abastecer sus vehículos de gasolina y realizar compras de pánico.

Y, en medio de esa crisis sobre la que Pemex no ha sido capaz de articular una explicación medianamente verosímil, la Secretaría de Hacienda anunció ayer que las gasolinas aumentarán de precio la semana entrante: la Premium 2.98 pesos por litro, al pasar de 14.81 a 17.79 pesos (20.12%); la Magna 2.01 pesos, al pasar de 13.98 a 15.99 pesos (14.37%); y el Diésel 2.42 pesos, al pasar de 14.63 a 17.05 pesos (16.54%). Esto nos coloca, coincidirá usted, en el peor de los mundos: gasolina escasa y cara en un país petrolero.

¿Qué pasó si el Presidente y la propaganda gubernamental nos dijeron que con la reforma energética garantizaríamos nuestras necesidades de combustible, no habría más gasolinazos y los precios bajarían?

Todo indica que finalmente estalló un problema que, por diversas razones, se gestó desde hace varios años (con el modelo mismo de la política energética), y se precipitó con la caída de los precios internacionales del petróleo. Si lo ponemos en perspectiva histórica encontraremos algunas respuestas.

1. La producción nacional de petróleo ha registrado una baja sostenida desde los dos millones 754 mil barriles diarios que teníamos en 2006, hasta los dos millones 70 mil barriles diarios de este 2016, es decir, una caída de 25%.

2. La carga de ese petróleo a nuestras seis refinerías, para transformarlo en gasolinas, también va en picada: desde el millón 347 mil barriles diarios en 2008, hasta 681 mil barriles diarios en septiembre de 2016, un desplome de casi 50%.

3. La producción de gasolinas, en consecuencia, también cayó desde los 451 mil barriles diarios que teníamos en 2008, hasta los 380 mil barriles diarios de 2016, una baja de 16%.

4. Nuestras importaciones de gasolina se han disparado poco más de 300 por ciento, al pasar de 200 mil barriles diarios en 2004, a 815 mil barriles diarios en septiembre de 2016.

5. El consumo nacional de gasolina se situó, en noviembre pasado, en 826 mil barriles diarios mientras que el volumen de abastecimiento (sumada nuestra producción y las compras externas), cayó a 724 mil 100 barriles diarios, un faltante de 104 mil 500 barriles diarios, el equivalente al consumo cotidiano de la ciudad de México.

La escasez, por lo tanto, tiene que ver con la caída de la producción de nuestras seis refinerías, en las que llevamos años casi sin invertir, bajo el criterio (real, sin duda, pero estratégicamente equivocado), de que nos sale más barato comprar la gasolina en el exterior que producirla aquí. Y ahora que nuestra producción es raquítica, nos sale muy caro seguir aumentando la ya de por sí disparada importación. Nuestro país, petrolero, compra en el extranjero, más de la mitad (53%) de la gasolina que consume.

El abandono de la transformación del petróleo crudo, es decir, el agregarle valor, ha sido una política de los últimos cinco gobiernos, que enfatiza en la exportación de la materia prima, la importación de productos terminados y la apertura al capital privado nacional y extranjero de la producción y la transformación. Un lamentable ejemplo fue la cancelación de la nueva refinería de Tula. Se alegó que la inversión era multimillonaria por las dimensiones de lo que se pretendía. Pero, ¿por qué no hacer como en Estados Unidos, donde entidades como Montana y Texas están plagadas de pequeñas refinerías? Pues porque a ellas es a las que compramos la gasolina que transforman de su creciente producción de lutitas o gas shale. Ellas y las grandes petroleras son las verdaderamente favorecidas por nuestra política energética.

Lo que se hizo con la reforma al sector fue legalizar esa política, lo que va de la mano de la liberación de precios y la libre importación que, a partir de abril próximo, permitirá ver en el país gasolineras privadas nacionales y extranjeras que competirán con Pemex, lo que, aseguran, mejorará el precio para el consumidor mexicano. ¿Pero cómo va a competir Pemex si ya casi no produce gasolina?

En ese contexto está el anuncio del megagasolinazo de hasta 20% que tendremos a partir de enero. Nos afectará a todos, pero más a los más pobres, puesto que el aumento en el insumo combustible incidirá inevitablemente en el aumento de todos los precios y disparará la inflación.

El país requiere, sin duda, modernizar su industria energética, pero no de la forma planteada por esta reforma propuesta por Peña Nieto y aprobada por senadores y diputados del PRI, PAN y PRD. Hoy, por lo pronto, no cumple con lo prometido. ¿Nos volveremos a quedar de brazos cruzados?

rrodriguezangular@hotmail.com

@RaulRodriguezC

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