Hace un año que a Ana María se la tragó la tierra. El 30 de abril del año pasado, Ana María Velázquez Colomer, empleada doméstica de 48 años, salió de su domicilio en la delegación Tlalpan. Un vecino le había dado poco antes uno de esos papelitos con ofertas de trabajo que uno encuentra pegados en las paradas de autobús. “Trabajo en casa de 9 a 6. Buen sueldo. Topilejo”.

Ana María salió de su casa hacia la hora de la comida. En la mesa del comedor dejó un recibo de teléfono en el que estaban escritas estas palabras: “Señor José Luis, Topilejo, 2,600 pesos”.

Su hijo menor la escuchó decir por teléfono: “¿Cómo lo voy a reconocer?”.

Ana María le envió un mensaje por WhatsApp a su hermana: “Me enteré de un empleo en un rancho en Topilejo, pagan bien. Tienen una señora, pero como es mucho trabajo necesitan otra persona, creo que voy a ir el jueves a ver qué onda”.

Todo esto lo publiqué aquí 25 días después de que ella desapareció. Su hijo la vio salir de la casa. Vestía un pantalón blanco y una blusa café. Llevaba una bolsa de mezclilla. No volvió. Comenzaron a buscarla desde la madrugada. Su teléfono mandaba al buzón.

Ha pasado un año.

Karla, su hija, fue al Centro de Atención a Personas Extraviadas y Ausentes, CAPEA. Rellenó una ficha de datos. Respondió las preguntas de la policía de investigación. Le pidieron que volviera el 5 de mayo, porque había “puente”.

Seguiría viviendo lo mismo, desinterés, burocracia, semana tras semana, mes tras mes.

“Me pidieron el cepillo de dientes de mi mamá, para tomar muestras”, dice Karla. “Después, ya no volvieron a llamarme para nada. Cuando llego a ir, me dan reportes y oficios, y resultados negativos en cuanto a la búsqueda”.

Karla decidió hacer el trabajo de la policía. Caminó Topilejo con una foto de su madre en la mano. Abarrotó los postes del alumbrado con copias de la ficha que le dieron en CAPEA: “¿Le has visto?”. En esa ficha aparece el nombre completo de Ana María, sus señas particulares, la fecha de su desaparición, el número de expediente y el teléfono de CAPEA, “para mayores informes”. Pero nadie llamó nunca.

Con la certeza de que mientras más tiempo pasara más difícil sería seguir el rastro de Ana María, reconstruyó su posible itinerario: “Para ir de Tlalpan a Topilejo, forzosamente tuvo que pasar por Huipulco”, pensó.

Entregó a la procuraduría capitalina la dirección de las cámaras de vigilancia que quería consultar. Respondieron que “cada siete días limpiaban las cámaras”.

Un funcionario quiso saber si su madre tenía alguna relación sentimental, “porque con la edad que tiene no van a querer explotarla sexualmente”.

A pesar de esta declaración brutal, la familia de Ana María logró que el caso pasara a la Fiscalía Especial para los Delitos contra las Mujeres y Trata de Personas, Fevimtra. Karla pide informes con frecuencia, pero “de los bares que han cerrado y de las mujeres que rescataron, pues nunca hubo similitud con mi mamá”, dice.

El 26 de noviembre de 2015 acudió a CAPEA a preguntar si había noticias nuevas. Sin muchas ganas, le informaron de todas las diligencias que se han realizado “en la presente indagatoria”. La última vez que asistió, le devolvieron, dentro de un sobre, el cepillo de dientes rosa de su madre.

“Y eso es todo”, concluye Karla.

El mismo mes en que Ana María desapareció, una niña de año y medio fue hallada en el interior de una maleta deportiva. La habían desnucado, presentaba signos de abuso sexual. Su agresor la abandonó en la entrada de un edificio vacío, una tarde de domingo.

El cuerpo de la niña pasó un año entero en el Instituto de Ciencias Forenses. No fue posible identificarla. Tampoco al monstruo que la asesinó.

La pequeña fue sepultada hace tres días, en una ceremonia encabezada por autoridades de la Ciudad de México.

Todo esto me da vueltas. Una ceremonia en lugar de una investigación. Un “sentido discurso” en vez de una sentencia.

Como devolver en un sobre el cepillo rosa de Ana María.

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com

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