La ciudad de Tixtla en el estado de Guerrero tuvo un macabro anochecer el domingo pasado. Nueve cuerpos decapitados y desmembrados fueron encontrados en bolsas de plástico, botadas en una de las salidas de la localidad. Casi al mismo tiempo, en Teloloapan, hubo un hallazgo similar: tres cadáveres mutilados en bolsas negras. Mientras tanto, Acapulco vivía un fin de semana de pavor: once personas fueron asesinadas en el transcurso de tres días.

En total, no menos de 27 personas fueron abatidas en Guerrero entre el viernes y el domingo. Y este no fue un fin de semana aislado: en los primeros diez meses de 2016, se acumularon mil 832 víctimas de homicidio. Al ritmo actual, este podría ser el año más violento de la historia reciente del estado, peor incluso que 2012.

Todo esto sucede además a un año de la toma de posesión del gobernador Héctor Astudillo y del anuncio de un nuevo operativo federal en Guerrero. El 28 de octubre de 2015, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, anunció que “se fortalecerá y focalizará la atención de las fuerzas federales en Guerrero, especialmente en aquellas regiones con mayores índices de violencia’’.

Pues si se hizo, no funcionó. Y lo mismo se puede decir de todos los operativos federales que precedieron al actual. Eso obliga a una pregunta de fondo: ¿por qué nada parece funcionar en Guerrero?

No tengo una respuesta muy precisa, pero van algunas hipótesis de trabajo:

1. En Guerrero, más que en casi cualquier otra entidad federativa, hay violencias, no violencia. Está la del narco, por supuesto, pero también la de los caciques y sus guardias blancas, la de la guerrilla, la de las guardias comunitarias y la de la delincuencia común, entre varias otras. Cualquier intervención debe hacer las necesarias diferencias y hasta ahora ninguna lo ha hecho.

2. Guerrero, como Tamaulipas y Michoacán, se ha vuelto adicto a los operativos federales. Los sucesivos gobiernos del estado y de sus municipios, sin importar el signo partidista, saben que si la situación se pone suficientemente peliaguda, el gobierno federal va a llegar al rescate. No hay por tanto ningún incentivo para que desarrollen sus propias capacidades.

3. La situación económica, social y geográfica de Guerrero dificulta cualquier intervención. Se trata de uno de los tres estados más pobres del país, donde un porcentaje elevadísimo de la población vive en condiciones de aislamiento geográfico. La infraestructura, particularmente en materia de comunicaciones y transportes, es profundamente deficiente: sólo una autopista atraviesa al estado. Los sectores económicos modernos son pequeños y tienden a estar concentrados en Acapulco y Zihuatanejo. Eso elimina la posibilidad de un esfuerzo de pacificación encabezado por el sector empresarial a la manera de Monterrey o Ciudad Juárez.

4. La epidemia de heroína en los Estados Unidos ha generado un impacto severo en Guerrero. El comercio de esa sustanciase se ha vuelto extremadamente lucrativo en los últimos cinco años, alimentando un conflicto violento por el control de las áreas de producción y las rutas de tráfico entre varias pandillas rivales (Guerreros Unidos, Los Rojos, Los Ardillos, etcétera). Hasta que la epidemia termine al norte de la frontera, es probable que esa situación continúe. Y eso bien podría tardar varios años.

En resumen, Guerrero es un infierno y no se ve para cuando puedan apagarse las llamas.

alejandrohope@outlook.com.

@ahope71

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