No ha sido Donald Trump el victorioso. En realidad, el empresario convertido en candidato republicano aprovechó la profunda impopularidad de Hillary Clinton. Ella nunca mostró talento político ni encabezó lucha alguna en pos de reformas o simples cambios a favor de grupos o sectores de la sociedad estadounidense. Su política como secretaria de Estado fue belicista en Libia como en Siria y Ucrania, entre otros países; además, recurre a la mentira con cierto entusiasmo.

Muchos electores dejaron de votar por el Partido Demócrata porque se sentían incómodos de tener que hacerlo por la señora Clinton. Mientras tanto, Trump cosechó la votación republicana: así ganó.

Antes, los dos partidos ampliamente dominantes tuvieron catastróficos problemas para nominar a su candidato. Obama apoyó finalmente a Hillary porque carecía de otra opción, ya que Bernie Sanders es repulsivo para los liberales más conservadores, mientras la señora Clinton es una más de esta lista. En realidad, de ese desastre la culpa mayor corresponde a Barak Obama, es decir, a partir de que la designó secretaria de Estado y la elevó dentro de la nomenclatura. Por el otro lado, los republicanos sencillamente no tenían candidato: todos eran mediocres en exceso. Trump no es un republicano, vino de fuera, se convirtió en un aspirante externo de ese partido y será presidente de Estados Unidos justamente por eso.

Los blancos estadounidenses, que siempre predominan, han tenido ahora mucha menos ayuda de otros, afroamericanos y latinos, para hacerse de un presidente. Esto se debió a la repulsa de Hillary entre el americano blanco medio clasemediero y harto de los políticos de ambos partidos. Trump fue un regalo de él mismo al Partido Republicano. No es cierto que ese partido lo haya repudiado como decían los medios de comunicación, ampliamente dominantes, como forma de apoyar a la señora Clinton, mala candidata, pero convertida en buena gracias al patán de Trump. De cualquier forma las acusaciones entre ambos candidatos fue nauseabunda, a la medida de la estatura política de cada aspirante.

En el fondo, las diferencias entre ambos nunca fueron de mucho fondo como afirman los seguidores de Hillary. Otra cosa hubiera sido una confrontación entre Sanders y Trump, la cual fue impedida por los demócratas con todas sus fuerzas. Quizá ahora sería presidente electo el veterano senador de Vermont, único aspirante con ideas completas y con un plan para encabezar a una mayoría popular en Estados Unidos.

Ahora, el mundo tiene a un perfecto ocurrente con una sola idea: USA, USA, USA, como gritan sus partidarios a falta de propuestas definidas. El nacionalismo estadounidense no es nada nuevo sino algo de lo más viejo de ese país. Sin embargo, la mayoría republicana en el Congreso seguirá sosteniendo los pactos de libre comercio, pero tenderá a bajar los impuestos a los más ricos y reciclará el Obamacare. Lo demás ya se verá. La lucha política en Estados Unidos no se detendrá con la presidencia de Trump.

Ex legislador e integrante del PRD

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