Texto: Xochiketzalli Rosas Cervantes
Fotos actuales: Xochitl Salazar Bueno
Diseño web: Miguel Ángel Garnica

Aquel día de 1687, la señora de Sáyago le hizo una petición a su esposo José, una que cambiaría sus vidas por completo. Le pidió autorización para recoger y albergar en su casa a su prima María de la Concepción, quien al perder la razón vagaba por las calles de la ciudad. José Sáyago, un humilde artesano carpintero, no pudo negarse y acogió a la desamparada. Después de este incidente familiar, en la pareja se despertó una preocupación por otras mujeres en las mismas condiciones y comenzaron a recogerlas en su casa. Pronto llegaron Beatriz de la Rosa y Francisca Osorio, mulatas dementes.

A partir de ese momento, la casa de los Sáyago, ubicada frente a la iglesia de Jesús María, se convirtió en el primer albergue para mujeres dementes de la Nueva España. Si bien existía el Hospital de San Hipólito, fundado en 1567, destinado a albergar a enfermos mentales hombres y mujeres de todo el país, difícilmente tenía espacio disponible. Lo que se traducía en que numerosas mujeres pobres y abandonadas por sus familias, con la razón perdida vagaran por la ciudad.

De la noche a la mañana aquel carpintero inició con los cimientos de lo que sería el primer hospital psiquiátrico para mujeres de lo que hoy conocemos como la Ciudad de México. Así, quienes vieron la caridad de aquella pareja se les unieron. El primero fue un padre jesuita, Juan Pérez, quien les enviaba limosnas; después —ya para 1690—, el arzobispo de México, Francisco de Aguilar y Seijas, le pidió a los Sáyago que buscaran un inmueble más grande para trasladarse ahí con las enfermas (que para entonces eran 24); el arzobispo absorbería los gastos de la propiedad, además les brindaría vestido y sustento.

Una casa frente al Colegio de San Gregorio de la Compañía de Jesús se convirtió en el Hospital de Sáyago, como lo llamaba el pueblo. En 1691, la primera mujer que ingresó al nuevo albergue —que también era conocido como la casa de las “Ynocentes”—, fue la española Ángela de Ballesteros. Con instalaciones más propicias, el inmueble permitió el acomodo de  55 enfermas, que eran atendidas por el matrimonio, además de 7 enfermeras a sueldo, que llegaron a sumar 27. De los registros que se tienen de aquellos días de las 55 internas, 26 murieron y 29 mejoraron; aunque algunos documentos históricos refieren que el albergue llegó a recibir hasta 76 mujeres.

Tras la muerte del arzobispo de Aguilar y Seijas en 1698, la institución quedó temporalmente sin sostén; sin embargo, los jesuitas se hicieron presentes para retomar el proyecto y patrocinar la obra. La Congregación del Divino Salvador de inmediato decidió comprar un lugar donde se alojara el hospital. Así, en 1699 se compró una finca situada en la actual calle de Donceles, antiguamente llamada Canoa —la cual adoptó su nombre de las canoas cargadas de frutas, alimentos y verduras que recorrían las acequias y canales que entonces existían en el primer cuadro capitalino. El terreno contaba con un edificio grande pero ruinoso, y aunque las obras de remodelación para establecer la nueva sede del  Hospital para Mujeres Dementes no había terminado, las enfermas fueron instaladas.

En los arreglos se invirtieron 6 mil 844 pesos, más los mil 325 en los que fue valuada la propiedad adquirida. Finalmente, en 1700 se estrenó el edificio que albergaría el Hospital del Divino Salvador, el cual también era conocido como Hospital de la Canoa, justo por la calle en la que se cimentaba.  Tras esto, José Sáyago no se alejó de la obra e instaló su taller de carpintería en una accesoria inmediata a la casa de las mujeres dementes, donde permaneció hasta su muerte.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

La población de enfermas contaba con mujeres llevadas por parientes, recomendadas por algún médico, trasladadas de otros hospitales, indigentes, pensionadas o distinguidas que, por pagar una mensualidad, eran aisladas del resto de las enfermas.

En el hospital se recibían niñas y adultas epilépticas. Para ingresar debían acreditar salud, moralidad y buenas costumbres. Había un breve interrogatorio, que en la actualidad sería la historia clínica: ¿En tu familia ha habido locos, nerviosos, epilépticos o histéricos?, era la pregunta principal. La enferma también necesitaba un certificado de locura expedido por un médico titulado. Cuando alguna tenía un hijo, éste era enviado a la casa cuna. Y todas, al ser admitidas en el nosocomio, eran declaradas incapacitadas, y quedaban privadas del ejercicio de sus derechos civiles y de responsabilidad criminal. Según documentos del hospital, en 1730 eran más de 300 mujeres las que se encontraban hospitalizadas.

Dentro de la disciplina del lugar no estaba permitido la visita sin autorización del director y tampoco la entrada a su interior. Por ejemplo, las pensionistas podían recibir visita en el transcurso de la mañana una vez por semana, mientras que las de las áreas comunes sólo una vez a la semana por la tarde de 4 a 5 y sólo podían visitarlas sus padres. Otras de las reglas eran:

1. Todos los días a las 5:30 de la mañana se celebraba misa que oficiaba el capellán del establecimiento;

2. Los días de fiesta se oficiaba otra misa entre 7 y 10 de la mañana a la que asistían los enfermos que se hallaban en estado de poderla oír;

3. Las enfermas que estaban en disposición se levantaban a las 6 de la mañana en verano y a las 7 en invierno;

4. Inmediatamente se les daba el desayuno y enseguida hacían lo que se les encomendaba según su capacidad;

5. A las 9 de la mañana era la visita del médico;

6. A las 9:30 la distribución de medicinas;

7. A las 11 el almuerzo y descansaban o dormían siesta sin ser forzadas a hacerlo;

8. A las 3 de la tarde se hacía la distribución de medicinas y se daba algún alimento a quien lo necesitara;

9. A las 5 de la tarde se rezaba el rosario, y

10. A las 5:30 era la comida y con prudente intervalo se retirban a dormir.

Sin embargo, un nuevo otro acontecimiento incidió en la vida del psiquiátrico. En 1767, por el decreto de expulsión contra los jesuitas, el hospital tomó el nombre de Hospital Real pues pasó a depender del Real Patronato. Quizá por eso no es de extrañar que entre 1800 y 1802 se le hicieran nuevas reformas. Bajo la dirección de José Joaquín García de Torres, arquitecto de la Real Academia de San Carlos, se arregló la capilla, la rudimentaria enfermería, los cuatro patios encuadrados en una bella arquería y se añadieron 19 celdas para brindar mayor comodidad a las enfermas y así eliminar las jaulas.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

La remodelación alcanzó un costo de 18 mil pesos que se cubrió con bienes del hospital y las limosnas. En noviembre de 1809 se terminó totalmente: un edificio con cuatro patios, rodeados de claustros formados por arcos de medio punto y sostenidos por pilares de cantería. En medio de los patios había fuentes y jardines. Esto en la actualidad ya no existe.

En 1824, luego de la independencia de México, pasó a depender del Ayuntamiento de la Ciudad y fue declarado Hospital General de la Federación. El cuidado de las enfermas fue puesto en manos de las Hermanas de la Caridad hasta 1861, cuando con la secularización de los bienes de la iglesia, el hospital pasó a formar parte de la Dirección General de Fondos de la Beneficencia Pública dependiente de la Secretaría de Gobernación.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

El doctor Miguel Alvarado, quien asumió la dirección del hospital en 1860, introdujo innovaciones importantes al hospital, principalmente en tres elementos indispensables en el tratamiento de las enfermas: moral, higiénico y terapéutico. Además, introdujo obras de títeres y conciertos; incluidos los talleres y libros.

Así, el tratamiento médico iba desde purgantes, antiespasmódicos, revulsivos y baños fríos; de pies, tibios, de ducha y aplicación de agua en otras formas. Las enfermas eran divididas en dos: toleradas y dementes. Las primeras convivían en secciones comunes;  las segundas, se les tenía en las jaulas, pero sin grilletes.

En el desayuno —a las siete de la mañana— había champurrado, chocolate con leche, café con leche o leche endulzada, acompañados con pan. La comida —a las once de la mañana— constaba de arroz, algún guisado con carne y legumbres, puchero (una especie de guiso con abundante caldo, carne de ternera y pollo, acompañado de una serie de verdura), frijoles, pan y pulque. Los horarios de las comidas variaban según las disposiciones médicas, pero a las enfermas se les procuraba una ligera merienda a las tres de la tarde.

Respecto al vestuario, a las epilépticas se les proporcionaba un calzoncillo; a las demás una camisa, una enagua blanca, un vestido, un rebozo en tiempo de invierno y un par de zapatos, en caso de que la enferma tuviera costumbre de usarlos.

Las camas tenían un cobertor, una frazada, dos sábanas, dos almohadas, cubrecama y sabanilla. Y se cambiaba cada 8 días.

La vestimenta de las enfermas aseadas y que no fueran destructoras se le renovaba una vez por semana, pero a las que destruían sus ropas, cuantas veces fuera necesario. El médico tenía la obligación de vivir en el hospital y hacer una visita diaria a las enfermas, además de presentar cada seis meses un informe de las enfermedades más comunes en las aisladas y que causaran mayor mortalidad. La lista la encabezaron los problemas estomacales.

El primer médico que se ocupó de las enfermas mentales de esta institución fue el famoso doctor Juan de Brisuela, ligado a los servicios médicos de varios hospitales de la ciudad. El capellán oficiaba misa todos los días y tenía una habitación en el hospital.

A pesar de los gritos, llantos, voces, plegarias, se tenía cuidado de que no hubiera desorden, ruido, ni música de viento para no excitar a las enfermas. Sólo se rompía la monotonía cuando era día del titular del hospital: el Día del Divino Salvador.

Todo esto se conoce gracias al Reglamento Interno de 1859, el cual fijaba las atribuciones y obligaciones de la rectoría del hospital, incluido el reglamento sobre los posibles abusos que se cometieran. Por eso, se le impuso al administrador la obligación de enviar un informe a la sociedad que manejaba el hospital.

Existen pocos datos sobre la vida diaria de las enfermas en sus primeros años debido a que gran cantidad de documentos se perdió.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

El 23 de junio de 1909, un año antes de que cerrara el hospital, el director general de la Beneficencia Pública recibió por parte del director interino del hospital una serie de cartas en las que le informaba de las enfermas que iban atrasadas, incluso por varios años, en el pago mensual de su estancia. La orden que dio el director de la Benefiencia Pública fue que todas las incumplidas fueran trasladadas al área común.

En una revisión que hizo EL UNIVERSAL a la correspondencia, se encontró que hubo familiares de las enfermas que se comprometieron a ponerse al corriente. En junio de 1909 eran 16 las deudoras.

Un caso que vale la pena destacar es el de la enferma Yrene Arguelles, quien debía desde enero de 1905. Adeudaba 55 meses, 30 pesos por cada uno, dando un total de  mil 650 pesos, de febrero de 1905 a agosto de 1909. Su familia dijo que no podía pagar la deuda pero que se comprometía a sostener en lo sucesivo la pensión de la enferma. A lo que el director de la Beneficencia autorizó que se condonara la deuda, siempre y cuando no se retrasaran un sólo mes, pues si lo hacían, sin previo aviso, la enferma sería pasada al área común.

Asimismo, en una revisión del índice alfabético de las enfermas del 1 enero de 1878 hasta que cerró en 1910, se descubrió que varias de las mujeres hospitalizadas morían, pocas eran las que salían y se pudo ver que casi todas las que ingresaban eran diagnosticadas con epilepsia. Pocas tenían demencia, tuberculosis o parálisis.

Hacia la época en que cerró el hospital, éste llegó a tener 150 enfermeras, e incluso la administración esataba considerando buscar otro lugar para trasladar a las enfermas a San Ángel o Tlalpan. La idea nunca prosperó.

La imagen comparativa del texto, precisamente, que data de 1890 muestra la última fisonomía del hospital antes de que fuera cerrado.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

Un tributo a la memoria

La historiadora Irma Betanzos nos guió sonriente y paciente por cada resquicio de la historia de las instituciones de salud en México, por cada rincón del edificio actual de Donceles 39, construcción que sustituyó al Hospital del Divino Salvador, luego de que éste cerró sus puertas poco antes de septiembre de 1910,  cuando se estrenó, como parte de los festejos del Centenario de la Independencia, el Manicomio General de La Castañeda y a donde las enfermas fueron trasladas.

Con esta construcción terminaron los 223 años de vida del hospital. Pues tras el abandono del inmueble y el inició de la Revolución, el antiguo hospital se deterioró bastante. Principalmente, porque fue usado como Cuartel del Segundo Regimiento de Caballería. Razón por la cual, el presidente Venustiano Carranza instruyó la demolición (rescatándose sólo el 20% del edificio original) para edificar el actual que albergaría las oficinas de la Dirección de la Beneficencia Pública y que terminaría inaugurando el presidente Plutarco Elías Calles la mañana del 21 de febrero de 1927, acompañado por los alumnos de la escuela industrial de huérfanos con uniforme de gala y con banda musical. La obra costó 950 mil pesos.

Cuando se inauguró el nuevo edificio, éste contaba con laboratorios para toda la clase de medicamentos y talleres que se usaban para fabricar el pan que se destinaba a todos los establecimientos de la Beneficencia.

El nuevo edificio es una construcción de mampostería de piedra, lo mismo que la cimentación; los techos son de bóveda de ladrillo sobre viguetas de acero. Consta de planta baja y planta alta con tres grandes patios, habiéndose empleado para la distribución el sistema de dobles crujías.

En el techo de uno de los patios hay un vitral que sirve para atajar el sol, y que se instaló en 2012, pero con el que se procuró conservar la estructura de la época del edificio.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

Incluso, durante la última remodelación al edificio se trabajó con el INAH para consultar qué sí se podía tirar y qué no, para conservar lo más posible la arquitectura del edificio. Así, desde 1945 esta construcción alberga el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud.

Los primeros documentos que protegió este archivo fueron los eclesiásticos novohispanos e informes a partir de 1829; aunque el documento más antiguo que se preserva data de 1561 y pertenece al Hospital de San Pedro.

La historiadora Irma Betanzos narró que existe un proyecto para comprar utilería que permita la conservación de toda la documentación, pero con el cambio de sexenio se redujo el presupuesto y la Secretaría dio prioridad a las cuestiones de salud. Por lo que, sólo se autorizó  la adquisición de cajas de polipropileno, en lugar de cartón, para guardar los archivos, ya que este tipo de material permite que se conserve mejor la documentación, los reseca menos y, como está desacidificado, permite que el documento transpire.

Hace unos meses, con personal de servicio social —pues sólo son cuatro personas las que trabajan en el archivo— se hizo el  cambio a las nuevas cajas de polipropileno de los documentos pertenecientes al fondo documental del Fondo Salubridad Pública y se inició el cambio de los docuemntos correspondientes al fondo Manicomio.

En una de las salas del archivo se conserva la anaquelería que data de 1927, donde guardan los documentos que se están clasificando.

El carpintero que salvaba mujeres desamparadas
El carpintero que salvaba mujeres desamparadas

El edificio, ubicado frente al Teatro Esperanza Iris, apenas es lo que era el Divino Salvador, sólo algunos de los ventanales y una pileta que aún existe, y que se cree que son del antiguo hospital, hablan de aquel pasado. No obstante, el acervo que se conserva ahí, ese que nos habla de la historia de los enfermos mentales, de la regulación sanitaria del país, son los que hacen sentir las vibraciones del ayer, de aquel noble carpintero, de las mujeres que ayudó, de los cimientos del hospital del que llegó a decirse que no había en el mundo nosocomio más bien asistido y atendido como ése.

Fotos antiguas: Colección Villasana-Torres y Seis siglos de historia gráfica de México 1325-1976 de Gustavo Casasola.

Foto principal: Grupo de internas en el Hospital de La Canoa, 1905. Samuel Ramírez Moreno, “Datos históricos sobre los manicomios y la psiquiatría en México”, Revista Mexicana de Psiquiatría, Neurología y Medicina Legal, vol. 1, mayo de 1934, p. 13.

Fuentes:
Visita guiada en el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud; revisión de expedientes clínicos y documentales del Hospital del Divino Salvador; consulta del artículo “El Hospital del Divino Salvador para mujeres dementes” de Guadalupe Villa Guerrero en el Boletín de Monumentos Históricos, tercera época, núm 12, enero-abril, 2008; consulta del libro Hospitales de la Nueva España. Tomo II. Fundaciones de los siglos XVII y XVIII de Josefina Muriel, UNAM, 1991; consulta del artículo “Los hospitales para locos e ‘inocentes’ en hispanoamérica y sus antecedente españoles” de Carmen Viqueira en la Revista de Medicina y Ciencias Afines, año XXII, núm. 270, México, 1965; consulta del artículo “Mujeres sin historia. Del Hospital de la Canoa al Manicomio de La Castañeda” de Alberto Carvajal en Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, núm 51, sept-dic, 2001; Revista Salud Pública de México, volumen 25. Número 5, septiembre-octubre de 1983. Lic. José Manuel Alcocer, jefe del Archivo Histórico de la SSA.

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