Primer elemento de análisis, la política partidista norteamericana es muy competitiva y el debate suele ser áspero entre los candidatos. Las campañas negras son comunes y la carencia de profundidad en las ideas es común por su carácter mediático. Esta ha sido una constante desde 1960 en que se enfrentaron Kennedy y Nixon.

Segundo, no es común en las campañas el discurso radical -para la sociedad norteamericana- como el derivado de la defensa de los derechos civiles (Martin Luther King), los asesinatos de las figuras prominentes en los partidos (Bob Kennedy, 1968) y las posiciones “socialistas” de McGovern. Estas circunstancias excepcionales generaron una enorme tensión entre la clase política tradicional y la sociedad civil. La situación de los años sesenta y setenta, guardando las proporciones, fue crítica y similar al momento de quiebre que viven nuestros vecinos del norte, en el que la principal característica es que los candidatos tienen muchas opiniones negativas sobre su trayectoria y postulados, mientras que los actores sociales se confrontan con base en prejuicios.

Un análisis de los posicionamientos públicos de Hilary Clinton y Donald Trump arrojaría los grupos de poder y los excluidos del mismo que los apoyan, permitiría identificar las filias y fobias de su melting pot, así como la fuerza real de las instituciones del establishment como son la prensa, los partidos, los sindicatos, el sector financiero, la industria armamentista y un largo etcétera.

Tercero, el proceso de elección del presidente estadounidense es un tema que a los mexicanos nos interesa y preocupa. Además, la opinión pública ha sido reactiva hacia la figura del candidato republicano, debido a su posicionamiento sobre nuestro país, lo que ha provocado que haya una franca oposición a ese personaje por parte de una mayoría significativa de los opinócratas, que se refleja en un rechazo a Trump en las encuestas que se levantan entre los mexicanos.

En este contexto, la pregunta obligada, ante la noticia de la reunión privada del Presidente con Donald Trump, es: ¿para qué? Las explicaciones oficiales han sido varias, los deslindes se multiplicaron y la oposición se manifestó en contra. Cabe añadir que la invitación al diálogo se dirigió a los dos candidatos.  No obstante, sólo uno aceptó en forma casi inmediata, por razones vinculadas con su estrategia de campaña, y un día antes del 4º Informe del Presidente Peña Nieto. La demócrata no le dio mayor importancia. Ambos son actos de campaña. La apertura al diálogo es un motivo suficiente en sociedades democráticas para que los líderes políticos se reúnan, pero las circunstancias también son importantes.

Desde la perspectiva del mexicano común, que no vota en Estados Unidos, esto pareciera carecer de un sentido favorable al país, lo que se expresó en el posicionamiento de los partidos políticos, ante el Congreso General en la apertura del primer periodo ordinario del segundo año de la LXIII Legislatura y es uno de los temas más noticiosos, que marca el inicio de nuestro propio proceso sucesorio.

El efecto en el votante norteamericano es incierto, ya que depende de la forma en que el electorado asimile las declaraciones del candidato republicano en México y Arizona, y con relación al desaire de Clinton a la invitación. Los efectos de estos actos de campaña se reflejarán en las encuestas periódicas rumbo al primer martes de noviembre. Lo esperable es que un candidato efectivista, como lo es Trump, busque aprovecharse de la situación sin importarle la cortesía o muestras de repudio que reciba en nuestro país. Ese es su juego propio dentro de una democracia liberal y la candidata demócrata, fiel a su estilo, espera las reacciones para aceptar la invitación.

Ahora la segunda pregunta es: ¿Hilary Clinton aceptará la invitación o le conviene mantenerse alejada del gobierno mexicano? Tanto la respuesta rápida como la indiferencia son mensajes.

La decisión de invitar a los dos candidatos, que no es algo nuevo.  Sin embargo, se toma en un momento en que, por primera vez en la historia reciente de Estados Unidos, las relaciones con nuestro país y la migración son temas centrales de ambas campañas. La descalificación a priori de la visita y la consecuente rasgadura pública de las vestiduras parecen excesivas. La prudencia es algo estimable. La postura de Enrique Krauze comparando a Trump con Hitler se antoja exagerada.  La sociedad norteamericana es radicalmente distinta a la alemana de los años treinta del siglo pasado. Una tiene instituciones democráticas y otra tenía raíces autocráticas.

El espacio al diálogo está disponible. La forma y la intención con la que se utilice es responsabilidad de los actores. El resultado será objeto de análisis, pero lo menos deseable es que los mexicanos no escuchemos lo que los candidatos a la presidencia de nuestro vecino del norte, que es la potencia mundial más poderosa, tienen que decirnos. El cuestionamiento debe orientarse, entonces, a determinar si las invitaciones fueron oportunas para el gobierno mexicano y si mejoran las relaciones bilaterales.

Profesor de Posgrado de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac del Norte

cmatutegonzalez@yahoo.com.mx

Google News

Noticias según tus intereses