La ley del menor esfuerzo nos llevaría algunas mañanas a no levantarnos más de la cama.
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Perdí la fe en Dios, pero sigo rezándole a Jesucristo.
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Tenía tan mala vista que sólo veía lo que estaba oculto, nunca lo que estaba visible.
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Si todos somos Todo, es cierto: lo que nos confunde es el dos. Sólo hay el uno.
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Quizá la mejor fórmula al momento de morir sea decirse: “Muero como cualquier hijo de vecino”.