En la Grecia antigua, los Juegos Olímpicos significaban la paz. Las guerras se suspendían temporalmente para dar paso a la justa deportiva. Si bien el contexto es totalmente diferente, el Brasil de 2016 parece entrar de la misma manera en una especie de “tregua olímpica”, en el marco de la peor crisis política, económica y social que se conozca desde el inicio de la transición política, en 1985. Para el ex presidente Lula, el gran impulsor de la organización de este evento en Rio de Janeiro, los Juegos Olímpicos iban a permitir cristalizar frente a la opinión pública internacional el ascenso de su país en el escenario mundial. Si bien Brasil, considerado en el exterior como el país de la cordialidade - para parafrasear al historiador Sergio Buarque de Holanda, recibirá a los atletas y turistas con los brazos abiertos, la imagen que mostrará al mundo será la de una nación dividida y polarizada, con dos Presidentes disputándose el poder.
Contrariamente al proceso de destitución de Fernando Collor de Mello, en 1992, que creó las condiciones para una estabilización económica y una mejora social posterior, el proceso de impeachment de Dilma Rousseff se no ha traducido por una disminución de la crisis brasileña. Más bien, lo que existe hoy en día es una batalla de expectativas entre el gobierno interino y la presidenta suspendida. En el plano de la economía – la principal preocupación de los brasileños – la administración Temer ha mandado señales más que ambiguas: por un lado, ha anunciado el recorte de los presupuestos de salud y educación, y puesto en duda la eficacia de los programas sociales. Por el otro, el gobierno ha sacado la chequera para agradar a su base parlamentaria, así como a los funcionarios públicos, que recibieron importantes aumentos de salario a pesar de la “austeridad” pregonada por Michel Temer. Hasta ahora, los mercados financieros han mostrado una actitud benevolente ante tales medidas, al contrario de la aversión que habían manifestado frente a Dilma Rousseff, pero es improbable que esto se mantenga con el tiempo. En particular, no queda claro si Michel Temer será capaz de hacer votar medidas impopulares, con un Congreso tan dividido e inmerso en escándalos de corrupción, y que se rehusó ya a votar tales medidas en 2015.
De manera más estructural, la triple crisis brasileña reveló buena parte de los problemas del país, como la gran promiscuidad existente entre la política y el dinero, originada por un sistema electoral disfuncional que no impone límites de gastos en las campañas y fomenta la fragmentación partidaria. Sin embargo, al nombrar en su equipo a ministros implicados en escándalos de corrupción (y compuesto exclusivamente por hombres blancos), Michel Temer da muestras de querer hacer prevalecer el statu quo. Si bien es probable que las movilizaciones disminuyan durante las olimpiadas, no podemos olvidar que en las encuestas de opinión, más de 60% de los brasileños apoyan elecciones anticipadas. Y si las elecciones se llevaran a cabo hoy, Lula vencería en la primera vuelta. En el país de la cordialidade, después de las emociones de las olimpiadas, los próximos meses darán lugar, sin duda, a hondas luchas políticas.
Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC)
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