Los mercados de valores, más movidos y sacudidos que una montaña rusa. La economía global, estancada, salvo algunas honrosas excepciones. El precio del petróleo, en caída libre. El tipo de cambio se acerca cada vez más a la hasta hace poco inimaginable barrera psicológica de 20 por dólar. Para donde voltea uno la vista hay conflictos. Es perfectamente válido preguntarse qué diantres está pasando y quién nos cambió tan de repente la película que estábamos viendo.

Desde que tengo uso de memoria la economía internacional se rige por ciclos de expansión, seguidos por desaceleraciones o recesiones, que a su vez ceden el paso ante nuevos episodios de crecimiento. De vez en vez, por fortuna no demasiadas, hay crisis más profundas, como la de 1929 o la de 2008-2009. Y, por supuesto, grandes crisis regionales o locales, como las que en algún tiempo vivió México sexenalmente, o las sudamericanas, o las de las naciones asiáticas.

Estas reglas o ciclos encuentran siempre las excepciones que los confirman, como en el caso de Japón, que vive ya desde hace décadas en el estancamiento, o de China y la India, cuyo veloz ritmo de crecimiento parecía hasta hace poco imparable e ininterrumpido. Pero en términos generales, el circulito eterno de crecimiento/desaceleración/nuevo crecimiento/recesión estaba ya bastante bien establecido alrededor del mundo.

Lo extraño en esta ocasión es, primero, que la crisis/recesión de 2008-2009 no fue seguida de la reactivación acostumbrada. Si bien la economía estadounidense está creciendo y creando empleos, no lo hace a un ritmo suficiente como para convencer lo mismo a analistas que a consumidores. La recuperación, aunque larga y sostenida, ha sido tan débil que muchos la siguen considerando frágil, incipiente. Y de Europa ni hablar, ahí el impacto de la crisis ha sido mucho más profundo, pues han rozado los límites de la insolvencia países como España y Grecia, que puso además a temblar a la Unión Europea con sus amenazas de salida de la misma. La situación tanto en Grecia como en España continúa complicada, sin salida aparente del pantano. Súmele usted a eso las muy reales presiones separatistas en España y el panorama pinta aún peor.

El precio del petróleo está cada vez más cerca de su costo real de producción, y lo que comenzó como una estrategia de Arabia Saudita para tronar a los productores estadounidenses de shale se salió de control y ahora tiene al borde de la bancarrota a naciones enteras, como Venezuela. Al exceso de producción se suma la desaceleración china y la falta de ritmo en Europa y EU y, a diferencia de ciclos anteriores en que una baja significativa en el precio del petróleo se traducía en mayor crecimiento de la economía de las naciones importadoras de crudo, en esta ocasión son mayores los daños a las grandes empresas petroleras y los bancos que les prestaron dinero a raudales en los momentos de bonanza ahora temen no poderlos cobrar.

Esta incertidumbre ha puesto todavía más nerviosos a inversionistas y analistas, y ha tumbado lo mismo a las bolsas de valores que a la mayoría de las monedas en comparación con el dólar estadounidense. Así, desde Canadá hasta Rusia, pasando por supuesto por México, la lista de los damnificados crece y crece.

No sé si en medio de esta tormenta hay señales favorables o una luz al final del proverbial túnel, pero sí creo importante poner las cosas en contexto y en su debida proporción. México está sufriendo las repercusiones de fenómenos inusuales y difíciles de entender aun para los expertos, y la devaluación del peso abre oportunidades para empresarios mexicanos y aumenta el poder adquisitivo de quienes reciben remesas del extranjero.

Pero los mexicanos tenemos una obsesión con el tipo de cambio y hay muchos políticos que se cuelgan ya de eso para sacar ventaja. Lo cierto es que, a fin de cuentas, nadie sabe a bien qué es lo que está pasando y mucho menos por qué.

Analista político y comunicador

Twitter: @gabrielguerrac

FB: Gabriel Guerra Castellanos

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