Más de un siglo después del estreno de la ópera de Ricardo Castro, Atzimba —obra central en la historia de la música mexicana—, ha dejado de ser un misterio la instrumentación de su segundo acto, cuyas particellas, partituras independientes dentro de la obra, se creían perdidas. El trabajo de investigación que desde 2005 inició Rogelio Álvarez Meneses, pianista, musicólogo y experto en la vida y obra de Castro, lo llevó a descubrir recientemente dichas particellas.

Pese a la importancia y popularidad que tuvo en la primera mitad del siglo XX, Atzimba fue estrenada en un punto intermedio de la trayectoria de Castro, quizá el mayor compositor y pianista del Porfiriato y del final del romanticismo en el país: enero de 1900, “cuando él crea de una forma muy profusa. A partir de 1901 su proceso se volvió más estable y todo lo editó”, dice en entrevista Álvarez Meneses, autor del libro digital de acceso libre Ricardo Castro (1864-1907) Documentación y análisis de su obra musical (Universidad de Colima, 2021), que hoy al mediodía se presenta en el Palacio de Bellas Artes.

Vale la pena recordar que, de los tres actos de Atzimba, el primero y el tercero se conservan íntegros, mientras que del segundo se desconocía la instrumentación. Algo que no fue un impedimento para que, hace ocho años, el compositor Arturo Márquez reconstruyera, en su propia versión, las ausencias musicales de la obra. Leer más: 

Hacer la orquestación original y que la interprete una orquesta a partir de los materiales que ya se han localizado puede ser un proyecto a futuro, cuenta el también ganador del Premio Estatal de la Juventud de Colima en el área de Música. Debido a que se trata de un hallazgo reciente, “por el momento no es material consultable, hasta que se realice la correspondiente edición. Tengo que tener la certeza total, por ejemplo, de que el material nuevo esté completo de principio a fin, todo el set, todo el instrumental, y que no falten segmentos”.

En el repertorio de Castro, que supera las 100 obras, el musicólogo estima que hay de 30 a 40 obras desaparecidas o de difícil acceso. Justo en el libro, enmarcado en un proyecto de investigación que no deja de actualizarse, Álvarez Meneses aborda alrededor de 10 piezas de Castro, que él recuperó. Piezas que rastreó a través de la investigación documental, consultando archivos y colecciones particulares.

El musicólogo resalta ciertas obras localizadas (además de la ya citada instrumentación de Atzimba): la Sinfonía 1 en do menor opus 33 y varias piezas para piano, prácticamente imposible de rastrear hace tan sólo unos años y que ahora están disponibles en su libro. Entre ellas está la Fantasía sobre motivos de la ópera Norma de Bellini, versión para dos pianos del vals Capricho, Capricho-Allegro para piano en re menor, obras cuya existencia era conocida pero que fueron editadas sólo una vez en vida del compositor; música que en su tiempo no tuvo una amplia circulación, aunque sí fue estrenada.

Para Álvarez Meneses, el rastreo de las fuentes y la localización de documentos es inherente a la investigación: no puedes estudiar un objeto sin tenerlo, afirma, y se pregunta cuál es la exploración de su libro: una apuesta por el conocimiento profundo del legado del compositor más relevante en tiempos de don Porfirio.

“La figura del coleccionista privado es tan importante como la de los fondos y las bibliotecas públicas. El Conservatorio Nacional de Música, la biblioteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Archivo General de la Nación. Varios pianistas y colegas del ámbito me dieron feliz acceso a sus colecciones particulares. También he podido hacer consultas en centros de documentación fuera de México: la Biblioteca Nacional de Francia, donde hay primeras ediciones de la obra de Castro; la Biblioteca Nacional de España, que tiene algunas ediciones de su obra (la mayoría está en París), y también los archivos privados de la casa editorial Friedrich Hofmeister, ubicada en Leipzig, Alemania, donde Castro editó la mayoría de su música”. Leer más: 

“En mi libro —continúa— documento todo el proceso creativo de Castro. ¿Por qué compone las obras?, ¿a quién se las dedica?, ¿en qué estilo?, ¿qué obras de repertorio europeo él estaba tocando y son notorias en su manera de escribir? Luego está el análisis de la obra, como objeto inmanente: su armonía, notas, estilo”.

Esto llevó a Álvarez Meneses a hacer un catálogo exhaustivo de la obra de Castro, tal como se ha hecho con compositores clásicos como Vivaldi, Bach y Mozart.

“El catálogo está en la última parte del libro y allí se dice cuándo se tocaron por primera vez sus piezas, cuándo se editaron, las noticias de las obras. Generé una clave, un catalogador específico (RA; Rogelio Álvarez). Cuando hay un catálogo bien hecho, sistemático, es porque la investigación alcanzó un conocimiento profundo del tema, una certeza de la totalidad de las obras del compositor. Si se siguen descubriendo más, por supuesto que se añadirán”, precisa.

La tercera fase de la investigación es la recepción de las obras. “Castro siempre fue muy bien valorado por la crítica musical de la época, pero llama la atención que no sólo por la crítica musical mexicana, sino por la extranjera. Él toca en Nueva York, en Bruselas, en Amberes, donde la prensa le hace buenas críticas”, afirma.

A pesar de que Castro fue cercano al Porfiriato —abunda— y que la prensa oficialista lo alabó, los medios de disidencia no dejaron de reconocerlo. Así pasó también con la prensa extranjera: “No es lo mismo que un músico toque en la Ciudad de México y que Rafael Reyes Spíndola, el dueño de los periódicos pro Porfirio Díaz, lo califiquen bien, a que, de pronto, en París ante otros pianistas se alabe su manera de interpretar”.

Cien años después de esta historia, sus obras “cayeron en el ostracismo, no porque fueran malas, sino porque tenían ese halo europeizado del Porfiriato. Algo tan denostado por la Revolución. Además, su obra prácticamente no se grabó, no se reeditó y no se investigó porque era políticamente incorrecto tocar la música que iba bien con el gobierno de Porfirio Díaz. Era la efervescencia revolucionaria. Lo políticamente correcto era el nacionalismo del siglo XX”.

Largo camino de reivindicación

Para Rogelio Álvarez Meneses, la obra de Castro es un legado potente que aún está por descubrirse, como el de tantos y tantos músicos del siglo XIX.

“Es necesario el rescate, la puesta en valor de los legados de muchísimos otros músicos. Los que están en la sala de espera son incontables: por ejemplo, los maestros de capilla de la Catedral de México. Es necesario hacer un trabajo musicológico de personajes tan notables como Consuelito Velázquez y María Grever. En otro género, en la canción, está José Alfredo Jiménez. No vas a encontrar una biografía y un catálogo de la obra de alguien tan popular como José Alfredo”.

La deuda pendiente, el estudio, rescate y trabajo musicológico es notorio en los operistas del siglo XIX. Figuras como Melesio Morales o Luis Baca. “Muchos protagonistas de la época son oro y no están estudiados con la debida profundidad”.

Sin embargo, el musicólogo atisba una esperanza en la formación de los nuevos músicos e intérpretes: “Hay un cambio en las mentalidades bastante bueno. De alguna manera, la gente joven está comprometida con la música mexicana. La música mexicana de conciertos del siglo XIX y principios del XX es abundante. Se tocaba muchísima música”.

Se pregunta dónde están estos legados y recuerda ejemplos concretos de un México que ya no existe, en el que la música impregnó todo: “En la Plaza de Toros se interpretaban oberturas de óperas italianas”, concluye.

En la presentación del libro Ricardo Castro (1864-1907) Documentación y análisis de su obra musical, hoy jueves 17 de noviembre a las 12 horas en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, estarán el presidente de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música, Lázaro Azar; el rector de la Universidad de Colima, Cristian Jorge Torres Ortiz; el director del Cenidim, Víctor Barrera, y la doctora de dicha institución, Áurea Maya.

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