Al entrar en la —ubicada en el Antiguo Oratorio de San Felipe Neri, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, bajo resguardo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público— es fácil preguntarse cómo los lectores consiguen mantener la atención en las páginas de un libro sin voltear a ver las figuras y símbolos del mural Las revoluciones y los elementos, de Vlady (Vladímir Víktorovich Kibálchich Rusakov, 1920-2005).

Pintado en los muros de este recinto a principios de la década de los años 70, durante el periodo presidencial de , este mural es el fruto de las experiencias de vida y las creencias políticas y culturales del pintor y grabador ruso-mexicano.

“A lo largo de su juventud, Vlady encontró sus temas iconográficos y adquirió sus conocimientos sobre las técnicas pictóricas veneciana y holandesa. Ahora bien, una serie de procesos fue transformando su pintura hasta que pudo desarrollar un estilo propio. Este mural justamente representa la transición entre el periodo de experimentación y el de consolidación de Vlady”, dice Silvia Noemí Vázquez Solsona, estudiante del posgrado en Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM que actualmente realiza la investigación Vlady, la pintura alquímica y el espíritu de la materia.

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Orígenes

Hijo de Liuba Russakov y Victor Lvóvich Kibalchich (conocido popularmente como Victor Serge), un escritor socialista y prorevolucionario, Vlady nació en Petrogrado (hoy San Petersburgo). Las filiaciones políticas del padre hicieron que la familia fuera perseguida por el régimen soviético, ante lo cual decidieron emigrar, primero a París y luego a México.

“Al unirse a la oposición de izquierda en 1928, Victor Serge desató la furia de Stalin. Así pues, lo que Vlady vivió fue la contrarrevolución y la persecución de sus padres y su familia en general. Todos estuvieron en campos de concentración de Oremburgo hasta que pudieron escapar y llegar a París. En 1940, debido a la ocupación nazi, volvieron a huir. Estos hechos integraron la cosmografía que Vlady representaría más tarde en su obra”, afirma Vázquez Solsona.

Vlady y su padre arribaron a la Ciudad de México el 5 de septiembre de 1941 (su hermana llegaría poco después). Pronto, el joven demostró una gran habilidad para el dibujo y la caricatura. Esto lo llevó a convertirse en ilustrador de la revista Mundo y, también, a conocer a dos de las grandes figuras del muralismo mexicano: José Clemente Orozco y Diego Rivera.

Libertad temática y plástica

De acuerdo con Vázquez Solsona, Las revoluciones y los elementos surgió por iniciativa del mismo Vlady cuando decidió acercarse a un funcionario público que le era cercano —Jorge Hernández Campos— para ofrecerle sus servicios como pintor. El ofrecimiento fue inicialmente rechazado.

Cabe recordar que, después del movimiento estudiantil del 68 y los actos represivos que le siguieron —como El Halconazo—, el régimen priísta intentó borrarlos de la memoria colectiva. Una de las formas para lograrlo fue crear un programa cultural que incluía la elaboración de diversos murales. Hernández Campos propuso, entre otros, a Vlady para ejecutarlos, y éste, al fin, recibió la luz verde para trabajar.

“Vlady tuvo plena libertad, tanto temática como plástica, en este mural. Pintó lo que quiso. Por ejemplo, en un acto de franca rebeldía, una de las cosas que representó fue la lucha armada de la Liga Comunista 23 de Septiembre”, apunta Vázquez Solsona.

Según el sitio web dedicado a la obra de Vlady, Las revoluciones y los elementos es “una Capilla Sixtina dedicada a la Revolución: a todas las revoluciones, de la de Cromwell a la de Lenin, pasando por la Independencia americana y la toma de la Bastilla, sin olvidar a América Latina. Pero no todas las revoluciones son políticas. Por consiguiente, habrá una revolución cristiana, una freudiana y hasta una musical en la que Bach estrecha la mano a John Lennon. Un total de 2 mil metros cuadrados de pintura en los que la emoción rusa y la tradición europea alimentan la vitalidad y la desmesura mexicanas para crear una nueva expresión artística.”

Vlady utilizó principalmente dos técnicas: el fresco, el cual garantiza la vida del mural a largo plazo ante la humedad del lugar; y la técnica veneciana, que intercala capas de pintura al temple con óleo-resinoso en bastidores de lino belga.

“En esta obra buscó rescatar la emotividad de las revoluciones. Para él, las revoluciones eran grandes figuras heroicas que transforman al mundo. Usó una especie de discurso esotérico para defenderlas desde la espiritualidad que las propicia. Por ejemplo, la imagen de la trascendencia es su propio padre, que también funciona como una especie de Prometeo que entrega el fuego alquímico a quienes saben mirarlo y logran reconstruir el orden dentro del caos que se genera alrededor de la nave central con las revoluciones plasmadas”, explica Vázquez Solsona.


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Discurso radical

Dentro de su investigación, Vázquez Solsona se propone mirar la obra de Vlady como el cierre del muralismo mexicano, aunque en ocasiones este artista plástico ha sido señalado como un opositor de dicho movimiento artístico.

“Para mí, Vlady es el último muralista como tal. En realidad, el muralismo mexicano marcó su revolución personal y su propia producción artística. Estaba imbricado en su historia. Una vez llegó a México, su obra se transformó por completo”, indica.

Por cuestiones políticas, Vlady se opuso a Siqueiros, quien fue uno de los personajes relacionados con el primer intento de asesinato de León Trotsky, el gran héroe en la narrativa de aquél.

“Incluso en lo concerniente al arte: mientras Siqueiros utilizaba materiales modernos, Vlady dijo que había que retomar la técnica pictórica del Renacimiento. En cuanto a Diego Rivera, fue otro héroe para él. Es más, en sus últimos escritos lo reivindicó como el gran genio de la pintura mexicana.”

Hay muchas críticas que se hacen a la forma de dominación cultural que implicó el muralismo mexicano. Y, obviamente, Vlady está en el centro de ese debate.

“A Vlady se le recriminó haber aceptado un encargo, como lo fue este mural, de un régimen priista. Él dijo: ‘Claro, los grandes artistas negocian con el Estado, pero hay maneras inteligentes de hacerlo.’ Con todo, pudo darle la vuelta y generar en esta obra un discurso profundamente radical, aguerrido, reivindicador de los procesos revolucionarios, y supo hacerlo muy bien con parte del presupuesto del Estado”, finaliza Vázquez Solsona.

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