El deseo de encontrar la biografía definitiva de Franz Kafka llevó al editor Reiner Stach a trabajar en tres obras monumentales que paliarían esta carencia alrededor de uno de los escritores más influyentes del siglo XX: las más de 2 mil cuartillas de Los primeros años (1883-1910), Los años de las decisiones (1910-1916) y Los años del conocimiento (1916-1924), editados en alemán por S. Fischer Verlag —en nuestra lengua, Acantilado hizo lo propio— y publicados entre 2002 y 2014, a la manera, se presiente, de los alpinistas que se vuelcan obsesivamente en alcanzar las cumbres más altas. Hoy, el nombre de Stach, quien ganó en 2008 el premio literario Heimito von Doderer por Los años del conocimiento, brilla como referente internacional a la hora de hablar de Kafka; hoy, a un siglo de su muerte, cuando los ojos del mundo recorren la silueta del escritor checo y buscan el rostro verdadero. En el diario de conversaciones de Adolfo Bioy Casares con Jorge Luis Borges —referente distinto, pero también monumental— hay palabras certeras: “Kafka fue un ser prodigioso (prodigioso no sólo como escritor, sino como ser humano). Los escritos de Kafka interesan al hombre...” Algo que Stach, ambicioso, ha develado en sus libros y queda manifiesto en una entrevista que pone los puntos sobre las íes en la letra K: ciertos clichés, perpetuados por la recepción inicial de su trabajo; los aspectos no tan visibles de sus novelas—la sexualidad, lo cómico—; las características que encarnan una obra atemporal, centrada en lo inasible y esencial de la condición humana, y los engranajes que permiten la operación del poder, de sus vínculos y del motor de la culpa.

La figura de Kafka se alarga hasta nuestros días. Señalar que hoy, difícilmente, alguien podría arrojar nueva luz sobre la vida del escritor, una nueva interpretación de sus historias, parece certero y, al mismo tiempo, contradice la enorme vigencia, el misterio, que tiene en el presente. Cientos de ensayos, biografías, interpretaciones y análisis; la estela de Kafka sobre muchos de los escritores y filósofos más relevantes de la modernidad: Walter Benjamin, Gilles Deleuze y Gabriel García Márquez, por decir tres nombres y quedarse corto. La persecución, en ambos sentidos. Un siglo después, sin embargo, los ojos de Kafka —grandes y grises, según quienes lo conocieron— no dejan de cuestionar y catalizar ciertos ámbitos atravesados, ya no por la literatura, sino por la política, la filosofía, la religión, la psicología, la metafísica... Un siglo después del último rastro de Kafka sobre la Tierra (3 de junio, 1924), en un año dedicado a recapitularlo con series, homenajes y nuevas ediciones, Stach, nacido en el municipio de Rochlitz, Sajonia, en 1951, y asentado en Berlín, es la voz más trascendente para sondear este universo.

¿Qué lectura se le da a Kafka en el siglo XXI? ¿Los escritores y lectores de la actualidad lo leen de la misma forma que lo hicieron sus contemporáneos?

Las reseñas que hicieron los contemporáneos de Kafka no fueron muy positivas debido a que sus trabajos principales —El proceso, El castillo, América o El desaparecido— aún no estaban en el radar. Fue después —a partir de la década de los 40, cuando su fama internacional empezó a cobrar forma— que los lectores quisieron resolver el “rompecabezas Kafka” buscando una llave general —me refiero a la época en la que teólogos, sociólogos y psicoanalistas se debatieron por la “interpretación correcta”.

Esta imagen ha dado un cambio radical en el presente. Nosotros leemos a Kafka por sus cualidades estéticas, su originalidad y ciertas ideas que son asombrosas. Además, consideramos los Diarios y las cartas de Kafka como parte de su trabajo literario; y esto, por sí mismo, nos ofrece una imagen más nítida; lo cual en nada cambia el hecho de que sus textos continúan siendo una provocación y un desafío intelectual.

Durante mucho tiempo hubo clichés muy marcados sobre la obra y la figura de Kafka. Uno de los mejores ejemplos, para mí, es la adaptación de El Proceso, de Orson Welles, que deja de lado la visión expresionista, onírica y mística del libro y pone en primer plano una idea existencial, depresiva, desencantada y sin sentido. ¿Qué opina de esa visión distorsionada?

De hecho, la película de Orson Welles tiene una fuerte influencia de la recepción temprana de Kafka. Esto puede verse, por ejemplo, en que hay momentos cómicos de la novela que están casi completamente ausentes en la película. A pesar de esto, yo veo la película bajo una luz más positiva porque fue el primer intento exitoso por transferir la imaginación de Kafka a otro medio; y, por lo tanto, también fue el traslado de su estética a otro medio. Es la razón por la que Orson Welles incluyó escenas que no aparecen en la novela, pero permiten que el universo de Kafka sea compatible con nuestro mundo. Por ejemplo, está la oficina de planta abierta, que no existía en los tiempos de Kafka, pero que tiene un efecto completamente convincente en el espectador. Durante mucho tiempo no ha habido una gran adaptación al cine de alguna de las obras de Kafka. Por supuesto que la situación sería diferente hoy. Definitivamente, las escenas cómicas y grotescas deberían ser más enfatizadas.

En el ámbito hispánico, Borges fue decisivo en el impacto que tuvo Kafka. ¿En otros idiomas quiénes fueron decisivos para crear el mito de Franz Kafka?

En Europa, especialmente en Alemania, fue muy fuerte la influencia de Max Brod, el amigo de Kafka, quien describió a Kafka como un autor optimista, judío y con una inclinación religiosa. Una interpretación que llegó a ser menos convincente en los años 70 y 80, cuando la gente, por fin, empezó a enfocarse en las cualidades estéticas de la obra de Kafka. En Francia y Estados Unidos fueron muy populares las interpretaciones psicológicas, aunque esta tendencia fue haciéndose gradualmente menos popular cuando llegó a hacerse más claro que esto funcionaba a partir de simplificaciones que resultaban intolerables.

Se tiende a involucrar a Kafka con ciertas conversaciones de la modernidad, como el psicoanálisis, el marxismo, el sionismo y el ocultismo. ¿Qué influencia tuvo en su obra la relación con los intelectuales de su tiempo?

Por mucho, la influencia más importante fue el psicoanálisis. Este era un tema que prevalecía en todos los círculos literarios. Si, por ejemplo, uno mira de cerca El Proceso, queda de manifiesto que, sin duda, habría sido imposible escribir esta novela en el siglo XIX, antes de Freud. Esto se debe a que la descripción de los impulsos inconscientes juega un papel importante aquí, igual que los mecanismos psicológicos como la represión y la intelectualización. Kafka era escéptico respecto al ocultismo, y el marxismo tampoco dejó huellas en sus trabajos de ficción. Respecto al sionismo, su cuento “Chacales y árabes” viene a la mente, mientras que “Informe para una academia” puede leerse también como una parábola sobre la tragedia de la asimilación judía.

El papel de la sexualidad es fundamental, muy particular y complejo en la obra de Kafka. Creo que el público, en general, no es consciente de esto. A menudo pienso en la presencia de ciertos personajes femeninos en sus novelas, con un aire, a mí parecer, fantasmal. ¿Qué opina del papel de la sexualidad en la obra de Kafka?

Es un tema muy complejo. Como la mayoría de los hombres de su tiempo, Kafka veía en la mujer lo característico de la naturaleza y, por lo tanto, también de la sexualidad. En sus obras, las mujeres son a menudo seductoras; distraen al protagonista de su camino. La sexualidad es, así, una distracción del “verdadero camino”. Pero, ¿cuál es el verdadero camino? Una vida sencilla, junto a otras personas, con amor y solidaridad, así lo imaginaba Kafka. Pero una vida de este tipo no puede ser ascética, porque el ascetismo está más estrechamente vinculado a la muerte que a la vida. Kafka no estaba en una posición para resolver este dilema y darle un papel positivo a la sexualidad, lo cual puede ver claramente en sus obras.

Borges y Nabokov, dos escritores tan diferentes entre sí y con una mirada crítica, demoledora, coinciden en que Kafka es una de las cumbres de la literatura. ¿Por qué su obra parece tan atemporal y, al mismo tiempo, hay quienes la empalman con las grandes tragedias y masacres del siglo XX?

Las obras de Kafka abordan problemas fundamentales de la existencia, no los problemas de una cultura, religión o clase en particular. Esto también se refleja en su lenguaje simple, con sólo unas pocas referencias explícitas a la cultura y mentalidad de su época. Quiere decir que se puede adaptar a diferentes culturas y continúa llegando a la gente hoy en día. Un ejemplo es la popularidad universal de La metamorfosis, que trata sobre alguien que repentinamente ya no puede comunicarse con la gente más cercana a él. Es un extraterrestre en medio de su familia. Este es un fenómeno de alienación psicológica que existe en todas las culturas y es particularmente familiar para los jóvenes, incluyendo ciertos sentimientos de culpa relacionados.

Se habla mucho de que si Kafka no hubiera muerto prematuramente, quizá habría muerto en un campo de concentración. En un momento convulso, marcado por la guerra y los regímenes totalitarios, ¿cuál es el mensaje que su obra nos puede dar?

Kafka fue un testigo cercano y no alguien que envió mensajes. Pienso que Elias Canetti tuvo razón cuando dijo que Kafka era un experto en el poder. Esto es importante para entender cómo funciona el poder y, de hecho, podemos aprender algo de Kafka al respecto. El poder no funciona, en realidad, de arriba hacia abajo; también se abre camino verticalmente a través de la sociedad. Por ejemplo, experimentamos algo ahora: el gran número de denunciantes que hay en las redes sociales. Un denunciante siempre es cómplice del poder, incluso si no tiene poder a nivel personal. Otro fenómeno importante descrito por Kafka es que los poderosos le inyectan sentimientos de culpa a los impotentes; dicen, por ejemplo: si estás en nuestra contra, no eres un patriota sino un enemigo de tu propio pueblo. O como lo expresó el padre de Kafka: si tienes tantos intereses distintos a nuestra familia, básicamente no perteneces a nosotros. Él define, entonces, como cabeza de familia, cuáles son los “verdaderos” intereses, y cualquiera que no los tuviera debería sentirse culpable. Este tipo de propaganda hace sentir insegura a mucha gente. Y Kafka demuestra cómo funciona.

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