Detrás de los 89 libros antiguos que están marcados con fuego para determinar que eran propiedad de distintas órdenes, conventos y colegios como los franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y carmelitas, que conformarán la exposición “Marcas de fuego: libros tatuados en la Biblioteca Nacional de México”, hay una historia de amor por los libros y la conformación de bibliotecas provenientes de finales del siglo XVI, pero principalmente del siglo XVII, que hoy resguarda la Biblioteca Nacional de México.
La muestra que se inaugurará el próximo viernes 2 de septiembre en el marco de la Feria Internacional del Libro de la Universitarias y los Universitarios, incluye también cinco libros antiguos de marcas de fuego particulares de bibliófilos, frailes o bachilleres como Felipe Neri de Alfaro, Andrés de Agesta, Rubín de Celis y José María Chávez Villaseñor; así como doce fotografías en gran formato de los libros que resguarda la Biblioteca Nacional de México en su Fondo Reservado.
“Básicamente en la exposición están representadas lo que han llamado las órdenes mayores, las primitivas, que serían San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, que fueron las primeras que llegaron en la primera mitad del siglo XVI, después aparecen las de los mercedarios y carmelitas que llegaron rallando el cuarto de siglo, finales del XVI, principios del XVII; a los franciscanos decidimos separarlos propiamente a los descalzos o los llamados dieguinos, porque también tuvieron una presencia muy importante en el territorio novohispano”, asegura el maestro Alberto Partida, curador de la exposición y jefe del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México.
El curador de esta muestra que permanecerá hasta el 9 de diciembre con entrada libre todos los días, asegura que para la exposición seleccionaron 89 piezas que dan cuenta de todo el trabajo que hicieron de búsqueda e identificación de marcas de fuego en el Fondo Reservado y que fue una oportunidad de hacerlo sistemático.
“Logramos identificar aproximadamente unas 129 marcas, pero no habría que decirlo como número global, porque en realidad varias de ellas son lo que podemos llamar variantes de un solo diseño, variantes porque pudo haberse estropeado el sello original, porque seguramente tenían dos tamaños de sellos, uno para libros más anchos y otro más delgado”, asegura Partida.
Es él quien reconoce que por ejemplo en el caso de San Fernando, uno de los sellos tiene la N invertida, un error en el diseño que no se advirtió y quedó registrada y muchos libros tienen esa forma y esas son pequeñas variantes. “En el de San Francisco, el más conocido que es donde viene de manera explícita la descripción San Francisco de México, con abreviaturas, hay algunos casos en que la ligatura del San es distinta y otras donde FCO, aparece sobreexpuesta, son pequeña variaciones que son importantes en el detalle, pero que consideramos que en este caso podíamos prescindir de ellas, sobre todo por el problema del espacio. 89 piezas es un número bastante crecido y puede en un momento dado significar una cierta abundancia”.
“Marcas de fuego: libros tatuados en la Biblioteca Nacional de México ” se divide en los libros que fueron propiedad de las grandes ordenes; luego agruparon los libros con marcas de fuego que provienen de colegios y cleros seculares; en tercer lugar, ubican aquellos libros que tienen marcas de fuego de particulares.
“En los catálogos que se han venido haciendo prefieren distinguir a los colegios y clero secular de otro modo. Hay un par de representaciones del Oratorio de San Felipe Neri, la que tiene su sede aquí en México y su sede de Querétaro, está la de la Catedral Metropolitana, la del Seminario Conciliar de México, y la del Seminario Conciliar de Morelia, están también los colegios de San Juan de Letrán, de San Ildefonso y de San Gregorio. Esto es muy importante, es un atrevimiento que me he tomado porque considero que estas dos últimas: San Gregorio y San Ildefonso habitualmente se colocan como marcas de fuego jesuitas pero estas marcas tal y como yo las veo no son jesuitas, sino que son posteriores a la expulsión de 1777”, afirma Alberto Partida.
Y argumenta que estos colegios que eran jesuitas a partir de 1777, de la expulsión, hay una reestructuración e incluso llegan al periodo nacional ambos, el Colegio de San Ildefonso ya por ahí de los años 30 del siglo XIX se fusiona con el Colegio de Todos los Santos, la biblioteca y el Colegio de San Gregorio llegó a convertirse en uno de los colegios nacionales, entonces hay una vinculación con los jesuitas pero si consideramos en sentido estricto el significado de la marca, habría que razonar más en términos de que estas son posteriores a la expulsión y por lo tanto no son jesuitas”, afirma el curador.
La tradición de marcar con fuego
En el universo de las 89 piezas que integra la muestra de marcas de fuego, las que más abundan son las de San Francisco, pero también confirma la ausencia de libros marcados por los jesuitas, “yo no he encontrado ninguna marca jesuita, mi conclusión es esa que los jesuitas no marcaron sus libros. Lo que encontramos y es conocido, son dos sellos de tinta que utilizaron en la biblioteca del Colegio de San Pedro y San Pablo, y en la biblioteca de la Casa Profesa, son idénticos ambos sellos”
Pero sobre todo a Alberto Partida le interesa poner sobre relieve en esta muestra una reflexionar sobre el sentido y la importancia de las marcas de fuego, pues asegura que las marcas de fuego son finalmente una más, una forma específica de lo que se conocen como las marcas de propiedad.
“En nuestro caso son excepcionales porque propiamente son las características de las bibliotecas mexicanas antiguas, por eso para nosotros en nuestra cultura son tan importantes, porque son muy muy características de nuestra idiosincrasia, una expresión cultural muy propia, que probablemente, hay que fundamentarlo bien, pero si se dan en el siglo XVII, yo estoy convencido, como lo han dicho muchos estudiosos clásicos del tema que es una práctica que se empieza a dar en el siglo XVII, no es del siglo XVI porque no es de origen”, afirma Partida.
El estudioso asegura que lo anterior es muy razonable porque esto se asociaría con el hecho de que la marca no solamente es una marca de propiedad en sentido estricto, sino que marcaban con fuego los libros no para evitar el robo sino para poder perseguir, demostrar y recuperar la pieza; “porque el robo de los libros no se practicaba necesariamente entre gente que los fuera a ocupar para el estudio, sino que el libro tenía un valor y podía representar la oportunidad para tener algún dinero”.
Pero sin duda, es un signo de distinción para identificar la inclusión de otros libros en una colección mayor que era la propia de esos conventos, señala Partida, quien agrega que en ese sentido se tendría que razonar sobre en qué momento se comenzó a distinguir un libro de una orden de otra.
“Pues empieza a ser necesario cuando empiezan a abundar los libros. La marca de fuego o cualquier sello de distinción no es necesaria en cuanto no se puede confundir con nada más, pero en cuanto empiezan a crecer las bibliotecas, entonces las marcas de propiedad en general, y estas marcas de fuego en particular, de lo que nos hablan es precisamente de que empieza a haber una abundancia de establecimientos, una abundancia de colecciones y que hay circulación entre ellas”, afirma Alberto Partida.
“Marcas de fuego: libros tatuados en la Biblioteca Nacional de México”, se inaugurará el próximo 2 de septiembre, a las 12 horas en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Nacional de México, con la participación de Guadalupe Valencia, coordinadora de Humanidades; Socorro Venegas, directora de Publicaciones y Fomento Editorial, y Pablo Mora, director de la Biblioteca Nacional.
La muestra estará abierta hasta el 9 de diciembre de 2022, de lunes a viernes de 9:00 a 20:00 horas; y sábado y domingos de 9:00 a 13:00 horas. La entrada es libre y ya tienen planeadas visitas guiadas para toda la comunidad y todo el público, los viernes y sábados. Informes: difusionculturaliib@unam.mx
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