A nombre del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y con asistentes en el público como la novelista Verónica Murguía, viuda de David Huerta, y los escritores Alberto Ruy Sánchez, José Luis Martínez, Christopher Domínguez Michael, Jorge Gutiérrez Reyna y Jorge Comensal, entre otros, se llevó a cabo un homenaje al poeta David Huerta (Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019) en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

La mesa fue moderada por Tania Rodríguez Mora, rectora de la UACM, quien dijo, al principio del evento, que los participantes en el homenaje (Hernán Bravo Varela, María Baranda, Marcelo Uribe, Coral Bracho y Fernando Fernández) se dieron cita allí, en recuerdo de su amigo, el poeta y maestro.

Bravo Varela fue el primero en tomar la palabra y recordó que el primer libro de Huerta, “El jardín de la luz”, es también un primer borrador, espléndido, de lo que después escribiría el autor de “Incurable”. “La obra de Huerta nos ayuda a aprender a vernos en nuestras mentes huérfanas de su presencia”. Cuando fue su turno, Baranda lo describió como uno de nuestros mayores poetas.

El editor de Era, Marcelo Uribe, contó que, desde el 3 de octubre de 2022, cuando Huerta falleció, hay ciertas imágenes no dejan de rondar; su amistad con el poeta, que duró medio siglo y fue especialmente sólida durante las décadas de 1970 y 1980, años en los que se vieron casi diario, dejó escenas entrañables: la visita que hicieron a una exposición de Max Ernst hace 48 años; la alegría de Huerta cuando firmó contrato con Ediciones Era para publicar “Cuaderno de invierno”; la forma en la que compraba varios ejemplares de algún libro que lo hubiera entusiasmado para regalárselos a sus amigos: “Ninguna institución del siglo XX y lo que va del XXI hizo tanto como él por contagiar el júbilo por la poesía”, dijo.

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De Huerta, recordó, además, sus pláticas que se extendieron noches enteras, su devoción por artistas como Bob Marley y Tom Waits en una época en la que eran poco conocidos en México; su devoción, también, por las “Soledades”, de Luis de Góngora, libro sagrado para él.

“Nadie sabe más datos inútiles que yo”, le dijo, en una ocasión, Huerta, quien vivió, para Uribe, siempre bajo una especie de estado de gracia, de creatividad total. Aunque comparó “Cuaderno de noviembre” con “Relación de los hechos”, de José Carlos Becerra, resaltó que “la voz de David no se parece a ninguna otra en nuestro idioma”.

En su turno, la poeta Coral Bracho (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1981), que le dedicó sus palabras a Murguía, “extraordinaria escritora y amor de la vida de Huerta”, recordó las virtudes de Huerta: su inteligencia, erudición, sentido de humor, generosidad, dulzura, compromiso social e incansable labor de difusión de la poesía.

“Fue un hermano, un amigo único y entrañable a lo largo de mi vida”, dijo y mencionó que sus primeras lecturas públicas fueron junto a David y que, en ellas, estuvo presente Efraín, su padre, el famoso poeta. “No puedo dejar de sentirlo hasta ahora infinitamente cerca”.

Fernando Fernández, miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, recordó que, hace un año y dos meses, asistió con Huerta al homenaje en Querétaro por el centenario luctuoso de Ramón López Velarde. También recordó que, cuando era estudiante, dirigió “Alejandría”, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la que Huerta colaboró con un poema que él mismo recuperó, por alguna razón quizá desconocida, décadas después.

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La muerte del poeta interrumpió algunos proyectos que tenían juntos. Una larga entrevista que se publicaría como un cuadernillo independiente, por ejemplo. También destacó que el 3 de octubre del año pasado hubo decenas de jóvenes que entraron a la capilla ardiente de Félix Cuevas para despedir a Huerta y que, en redes sociales, leyó un comentario que se grabó en su mente: “Si eres poeta en México, algo le debes a David Huerta”.

El mundo de Huerta, poeta ambicioso y culto que buscó, hasta el final, nuevas formas de expresión, giró alrededor de Murguía. “Ella era su casa, su vida”, dijo.

“Nos veremos más adelante, David, cuando termine este viaje muy corto también para nosotros”, fueron las palabras con las que Fernández cerró la mesa.

El ensayista Armando González Torres, sentado en las butacas de la sala, entre el público asistente, dijo, en entrevista, que el homenaje fue completo, conmovedor, y que los ponentes se complementaron y situaron conceptualmente el valor de la presencia de Huerta en la poesía mexicana. Pero, sobre todo, profundizaron en su obra y plasmaron su presencia como ser humano. “Por desgracia no fui tan cercano a Huerta, pero lo conocí bien y creo que la generosidad fue lo que más lo caracterizó”.

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