La altura que alcanza en los dos actos de la ópera “” bastaría para crear su atmósfera: la del Amazonas, a bordo de “El Dorado", y el viaje marítimo que éste hace en algún punto inexacto de las primeras décadas del siglo XX. La que es quizá la mejor o una de las mejores obras de Catán volvió a ser montada ayer, en la Sala Principal del, pero ahora, escenificada por Enrique Singer y bajo la dirección musical de Iván López Reynoso, director de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes. El argumento de la obra es una especie de arco, un tránsito de los días y las noches que transcurren hasta llegar de Colombia a Brasil, el ir y venir de los personajes: del paisaje material sobre el barco al paisaje místico del río y de las historias de amor entre Rosalba y Arcadio, Paula y Álvaro, y Florencia Grimaldi y Cristóbal Ribeiro da Silva. Tránsito cuyo libreto escribió Marcela Fuentes-Berain y que se inspira en "El amor en los tiempos del cólera", de Gabriel García Márquez.

En los dos niveles del escenario, las escenas dramáticas se expanden: el exterior del barco, visible por completo, y su interior, que se revela al deslizar las puertas de dos cámaras donde transcurre lo que nadie ve; mientras todos duermen, se desarrolla el drama del Capitán, por ejemplo. De esta forma, el dispositivo escénico explora las historias paralelas y permite múltiples lecturas. Los salvavidas, las escaleras, las mesas, las sillas de la playa, los tirantes que hay en la ropa de los personajes y, en especial, el trabajo de iluminación: todo conforma esa atmósfera enterrada por el tiempo.

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La intensidad del drama cambia con el paso del día a la noche, otra vez, y se sincroniza con la potencia de las voces de Dhyana Arom, Denis Vélez, Gabriela Flores, Evanivaldo Correa, Carlos Arámbula, Óscar Velázquez y Armando Gama. Debajo del escenario, en el foso, el director de la Orquesta trama la tensión. Los pequeños intervalos lo demuestran: escenas comunes, en las que al silencio de los personajes lo sustenta la música, con la pantalla al fondo, la bóveda rojiza que contrasta con un azul profundo hecho con luz hasta que vuelve la representación de lo nocturno y los colores del río y del cielo se hacen homogéneos.

Antes de que termine el primer acto, el dispositivo escénico da lo mejor de sí, cuando la Grimaldi se entera de que Cristóbal, su viejo amor, quizá ha muerto, tragado por la naturaleza y su misterio encarnado por Ríolobo, y una tormenta implacable pone en riesgo la vida de la tripulación. Debajo y en la superficie, simultáneamente, un cielo nocturno cargado de nubes amenaza a los personajes y crea una sola imagen con los dos planos que antes estaban diferidos.

En la segunda parte, la duda de Florencia por la muerte de su amado sigue, mientras se descubre la sombra de un hombre ahogado: Álvaro, quien reaparece después con vida gracias a que el amor fue su guía para salvarse.

Los amantes se reencuentran y hablan, pero a sus pies sucede la escena paralela, como un espejo, el contacto íntimo y la entrega de ambos. Ya con la tierra a la vista, el desembarco se vuelve imposible por el clima. La niebla, el hielo seco, abraza el escenario. “La muerte sopla sobre el río”, afirma el capitán y el escenario desciende para darle paso a la Grimaldi, que canta desde otro plano, en busca de su amado y de la liberación espiritual. Un ojo sobre el cielo, a sus espaldas. “Sé que me escuchas en la vida o en la muerte”, dice la artista antes del encuentro místico.

“Florencia en el Amazonas” tiene funciones el 10, 12 y 15 de octubre, en horarios habituales.

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melc

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