La escritora se embarcó en la escritura de “” (UANL) que al final significó su salto del relato a la novela, pero sobre todo por la necesidad de contar la historia de una mujer, su familia, su casa y su ciudad, “surge de un ataque de nostalgia por mi ciudad, Xalapa; yo llevaba 10 años fuera y la comencé a escribir desde Ciudad Juárez como una necesidad de estar en Xalapa, al menos, en mi mente y en la recuperación de esa memoria que muchas veces puede ser selectiva”, señala la narradora.

Abandonada durante años, aunque ya estando en Xalapa de vuelta, Magali Velasco recuperó la historia para seguirla contando ya en los años “de la cruenta violencia que desgraciadamente se quedó en México, del calderonismo, en tiempos en donde Juárez ya estaba muy fea la violencia y cuando vuelvo a Veracruz, mi estado ya había sufrido una transformación y ocurrían eventos de violencia que no se habían visto”. Es en ese momento cuando reformuló toda esa primera versión de la novela para llevar la historia por los mismos territorios geográficos y emocionales, pero con un contexto que late violento.

Y es que está el tema de la violencia, pero apinceladas, ese momento que se comienza a advertir cómo van cambiando estas narrativas, “cómo vamos leyendo nuestras propias ciudades y cómo van apareciendo esto que yo he llamado en otro libro, necronarrativas, porque son discursos, un mural que tenga que ver con feminicidios, con desaparecidos, con los colectivos que buscan a personas, un cartel de ‘Se busca’ para mí y para todos ha sido impresionante y ha sido necesario detenernos y recordar un antes y un después. Y cómo leer todas estas necronarrativas que están a nuestro alrededor. Ahí están porque desgraciadamente son parte de un paisaje que no quisiéramos así. Y luego lo naturalizamos y ya no lo vemos. La normalización ya no nos remueve las entrañas”.

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Magali Velasco no tiene duda de que ese es uno de los grandes valores que tiene la literatura,y ahí radica su gran poder, el de obligarnos como lectores a detenernos y a leer un nombre y una historia marcada por la violencia, "tiene el gran poder de no leer una cifra en una nota periodística o no leer solamente un cartelito, se busca tal persona con tales características. La literatura sin que sea su motivo o su objetivo panfletario, va acompasada de la realidad y va metaforizando todas esas violencias".

Tampoco tiene duda de que esta novela es también su reconciliación con Xalapa, con una Xalapa de finales de los 90 y principios del nuevo siglo, con una reflexión sobre las familias, a nivel general, sobre cómo las familias se van modificando y qué parte de esta modificación de las familias también tiene que ver con las casas familiares en provincia.

La autora de los libros de relatos “Vientos machos” y “Tordos sobre lilas” cuenta en su primera novela la historia de una mujer joven que va a cumplir 30 años y que regresa a su ciudad donde tiene una hermana mayor, dos huérfanas que lo último que perdieron fue a su abuela materna y tienen que vender la casa porque ya nadie vive en ella, se está quedando en el abandono y tampoco tienen dinero para mantenerla.

“Es ese momento de otra toma de decisión de Monserrat, mi protagonista, quizás desde una tardía madurez, también hace su ajuste de cuentas con sus propios amores, con su idea de identidad, con su sentido de pertenencia y sobre esta cuestión sobre la que a mí me interesaba ensayar que es la orfandad, pero desde varias orillas, no solamente la orfandad de no tener papá-mamá, sino quizás de tu lugar de origen, de tu propia historia amorosa”, afirma la también investigadora y académica mexicana.

Magali Velasco quería hablar de las historias de familia que se ocultan, se cambian, se modifican o se editan, porque en las historias de familia también va la historia de una comunidad, de un tiempo, de una época. Y También quería hablar de las pérdidas, de los padres, de la familia, de los abuelos, de la casa, porque la casa es algo que contiene y resguarda, y también es muy femenino igual que las mujeres que tienen la gracia de contener desde el útero.

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“Por eso era jugar con estos nidos vacíos o con estos úteros vacíos o con estas carencias existenciales que luego no nos la llena nada. Ese era un tema que me preocupaba, así como las relaciones entre las mujeres y la amistad, cómo nos vinculamos desde la amistad y desde otras aproximaciones”, dice Velasco, quien también habla de la pérdida del amor y lo desvirtuado que está.

“Está mi idea de simbolizar toda la desilusión, lo que pudo ser y no es, los primeros amores que no fueron, las mismas expectativas de juventud y que luego alcanzan la vida, y resulta que ya no eres promesa. Todo esto está muy marcada en mi generación, los setenteros, con todo el ambiente de descontento y de desilusión finisecular, desilusión política completamente, desilusión de la familia, desilusión de muchos conceptos que teníamos de la religión, de las rupturas necesarias con las que llegamos al nuevo milenio”, asegura la doctora en Literaturas Romances por la Universidad de París Panthéon-Sorbonne up1, Francia.

La también autora del ensayo “El cuento: la casa de lo fantástico. Cartografía del cuento fantástico mexicano”, reconoce que esta también el tema del aborto, de la interrupción voluntaria del embarazo, “para mí era inevitable no hablar de eso, porque hay que hablar de eso igual que hablamos de la menstruación, de la iniciación sexual, de un embarazo, de tener un bebé o no tenerlo, es parte de la vida sexual de la mujer. Entonces está presente ahí porque desde la abuela, desde la mamá, desde ella misma y porque es un tema que en los 90 todavía se vivía de manera muy clandestina, y hoy día sigue siendo polémica, y apenas en mi estado escasos dos años se legalizó”, concluye Magali Velasco.

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