La nueva novela de , “Todo lo de cristal” (Seix Barral, 2023) que él prefiere llamar informe nocturno, es la historia de un adulto que desde “la puerta del invierno” recupera, desde la memoria, los recuerdos del niño que fue, de esa ciudad que era la suya, en los años 60 y los primeros años de los 70, pero sobre todo es el informe, dotado de nostalgia, de su deambular familiar y gitano por 22 mudanzas, que es el trajinar que define su infancia y su vida.

“En esas mudanzas, que tienen mucho también, de espíritu gitano, pude encontrar una ciudad que íbamos habitando, básicamente la colonia Condesa, pero también nos mudamos a otros lugares, estuvimos en Anzures, en la colonia Anáhuac, cuando no era Ciudad Slim, como digo yo, sino una colonia realmente popular, de fábricas, donde había un tren, el tren de Cuernavaca, y las vías del ferrocarril y detrás de las vías del ferrocarril un basurero”, asegura el escritor y editor nacido en la Ciudad de México, en 1957.

En entrevista, Rafael Pérez Gay habla de esta nueva novela que se inscribe en una serie de informes en los que desde la memoria, los recuerdos y algo de nostalgia, ha recuperado la vida de sus padres, como en “Nos acompañan los muertos”, y de su hermano, José María Pérez Gay, en “El cerebro de mi hermano”; y señala que ésta, es la historia de un adulto que ha abierto ya la puerta del invierno de su vida y que como dice, el narrador, está ya en principio del “loco viaje hacia la vejez”.

Leer también:

En este nuevo viaje ¿cómo asumes la memoria y los recuerdos?

La memoria es eso que nos permite ser y vivir; el recuerdo es precisamente esa forma de regresar al pasado, por eso el narrador de este libro, para más señas yo mismo, dice, que precisamente el pasado es eso que ya concluyó, que la memoria es parte de un pasado que ya concluyó y cita, al empezar a las memorias de Stravinski, en donde dice: “no sé si la memoria, sea verdadera, o si el recuerdo sea verdadero, nunca se sabe”; y luego cita una frase de Pessoa: “Porque la verdad es, siempre, un error de perspectiva”.

¿Un viaje hacia el origen de quién eres y por la ciudad?

Quise poner en este libro una memoria personal, pero también una memoria colectiva, una memoria del niño del cual te estoy hablando, de los años sesenta y algunos avances de los años 70s, cómo se vivía, cuáles eran las modas, cuáles eran las marcas, qué películas se veían, cómo era la moral social de entonces, cómo era el viento de la política que entraba por la ventana o por la puerta de aquellos departamentos y casas alquiladas de esa familia.

Entre esa memoria colectiva y esa memoria personal está escrito “Todo lo de cristal”, una novela que en la página dos o tres se explica el título porque durante las mudanzas no había belices, no había maletas, no había embalaje, la madre llegaba con unas cajas de Fab Roma y al menor de la casa, que era yo, le tocaba envolver todo lo de cristal en periódicos, porque ese sí sobraba en la casa. Y ese niño de 6 años se retrasaba porque empezaba a leer las noticias de esos periódicos viejos y claro, se detenía en un gol de Pelé, en alguna jugada del equipo de sus amores que lo sigue siendo para mí, el Necaxa, también a la fragilidad de la vida, a todo lo que se puede romper, a todo aquello que si uno no cuida queda destruido; sin embargo, el paso del tiempo tiende prácticamente a destruirlo todo y solo queda nuestra memoria.

Una historia que tiene poco mucho de gozosa y poco de sufrimiento

Hay momentos en este informe, en este libro, hay momentos difíciles, todas las familias los tienen, en ese sentido aspiro a que puedan leer este libro como podría leerlo cualquier miembro de una familia clase media, clase media baja, con enormes problemas económicos como muchas hoy en día y en el pasado. También es como una formación sentimental, el narrador está diciendo bueno, así conocí la culpa, así conocí el sexo, así conocí la palabra corrupción, por primera vez oí la palabra gravedad y hospital, por primera vez escuché la palabra lealtad, de modo que es como ese niño va aprendiendo todo, lo que va formando con el tiempo la vida misma.

Donde vuelves a recuperar las luces y las sombras de tus padres

Al final, en el último capítulo, hay una vindicación del padre, decir, pues sí, era un hombre de sueños rotos, pero era impresionantemente alegre, era increíblemente generoso y también irresponsable; y acompañándolo siempre, de modo extraño, yo creo que hoy en día estas cosas ya no van a ocurrir nunca, acompañándolo. está el pegamento de la familia, lo que une a la familia que es la madre, la que va manteniendo todo para que todo lo de cristal no se rompa, ella, la madre, va tratando y logrando que esa familia esté, no sé si unida, pero sí, compacta.

Hay momentos de oscuridad, porque creo que para ir al pasado y para hablar de uno mismo tiene que entrar a las sombras. Para reconstruir y restaurar nuestro pasado, tienes que tener e ir a los momentos de oscuridad, desconfío de quienes piensan que es posible hablar de uno mismo o de la familia superficialmente, creo que hay que ir a la oscuridad y en la oscuridad espantan, eso te lo puedo asegurar.

¿Quisiste una historia que fuera también colectiva?

Mientras te estoy contando todo esto va ocurriendo una ciudad, es la ciudad de los sesenta en México, que es una ciudad que cambia radicalmente porque es la ciudad de Ernesto P. Uruchurtu, entre los años de 52 y 66, año en que Díaz Ordaz lo despide. La ciudad va cambiando en los sesenta y llega a un punto de inflexión en el 68, pero no quise, deliberadamente, meterme más que muy de lado al movimiento estudiantil, del cual mi hermana, la actriz le llamo yo, formó parte muy activa e intensamente y sólo paso de momento por ese movimiento estudiantil que cambió en muchos sentidos México, por esa generación que intentaba y quería democratizar al país, al final lo logró y viene de allá, y luego el año de 1971, el 10 de junio del 71 y la matanza de los estudiantes que volvieron a salir a la calle; en cambio, sí me detengo en películas, en el cine Chapultepec, en el cine Roble, en el Cine Lido, en películas de Patty Duke, una televisión Admiral de madera, vieja.

¿Esta novela nace de la necesidad de recuperar tu pasado errante?

Sí, sentí esa necesidad, claro que hay en este libro nostalgia, no tengo nada contra la nostalgia, al contrario, si ésta no se vuelve un ejercicio excesivamente autocompleciente, sino que la nostalgia como un modo de volver la vista atrás y decir bueno esto ya pasó, esto ya se fue y en algún sentido hay cosas de ese mundo que a mí me gustaría recuperar. Fue mirarme al espejo y ver otras cosas. En ese espejo, al verme, he visto a mi padre y a mi hermano mayor, y me veo diciendo “caramba, me estoy pareciendo extrañamente a estos a estos hombres”, mi hermano, aunque murió joven, pues murió de 70 años y mi padre que alcanzó la fantástica edad de 91, y empecé a verme un poco en ellos, es decir, no veía nada y me veía un poco a ellos, y así regresé a ese niño y así así traté de volver a recuperar a ese niño.

¿Te reencontraste con quien fuiste?

Hay en todo este recuento narrativo, de la ciudad, de la familia, de esta memoria colectiva y personal, no hay una queja, al contrario, hay casi una cosa festiva, ese niño, no sufría, sí, puede ser que fuera un niño angustiado como muchos niños, pero no había un dolor y un sufrimiento real. Él iba pasando de casa en casa durante 22 ocasiones y en cada lugar inventaba amigos, investigaba el barrio., eran los tiempos en los que los niños podían vivir en la calle, eran los tiempos en que un niño de diez años podía subirse a un camión e ir solo a su casa, si llevaba dos veintes de pirámide del año de 1968, eran los tiempos en que se podía hacer eso, los dueños de los parques eran los niños y las niñas, los dueños de las calles eran los niños y las niñas, de ahí palabras como pandilla y palomilla.

Sí soy y fui siempre un literal niño de la calle, no en el sentido que se usa hoy como de indigencia y de pobreza y de desigualdad, sino de calle, jugaba todo el tiempo en la calle, caminaba, descubría cosas, hice mi vida, corrí algunos riesgos, salí adelante y tuve suerte, pero era en el tiempo en el cual la calle era para niños y para niñas, hoy en día nuestros hijos, no pueden tener esa vida que nosotros tuvimos. No hay en el niño de este libro un sufridor profesional, sino al contrario, un festejo ante el paso del tiempo y de la vida.

¿Y al principio y al final siempre está la colonia Condesa?

La condesa ha sido mi colonia, mi lugar, los parques México y España, las calles que conozco con los ojos cerrados y la vida que fue ocurriendo, nos tuvimos que ir, pero regresamos, me tuve que volver a ir y aquí estamos en mi oficina que está en la colonia Condesa.

Leer también:

Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.

Comentarios