El martes 17 de julio de 1928, en el restaurante La Bombilla de San Ángel, al sur de la Ciudad de México, donde los diputados de Guanajuato ofrecían una comida en honor del general Álvaro Obregón para celebrar su segundo triunfo electoral, José de León Toral, un supuesto dibujante, se aproximó y comenzó a hacer los retratos de los comensales.

A uno de ellos, Aarón Sáenz, destacado obregonista, le pareció sospechosa su presencia, pues se le notaba nervioso. Luego de dibujar a los invitados y anfitriones, Toral se acercó a Obregón y trazó las primeras líneas de su retrato.

Apenas acabó el boceto de perfil, se lo mostró a Obregón. Mientras el general lo observaba, Toral sacó una escuadra Star calibre 32 y disparó. Los seis tiros dieron en la cara y el tórax de Obregón, quien cayó fulminado. Eran las 14 horas con 20 minutos.

“Es paradójico que la última imagen que el general vio en vida haya sido la que hizo de él su victimario”, plantea David Fajardo Tapia, investigador posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y autor del libro Historia visual de un sacrificio: fotohagiografía apócrifa de José de León Toral.

Toral fue detenido de inmediato y llevado a la Inspección General de Policía, donde incluso Plutarco Elías Calles, el presidente saliente, le preguntó quién lo había enviado a matar a Obregón. Nadie daba crédito a la versión del asesino solitario, dada en un principio por el mismo Toral.

Según opinión generalizada, Toral era un eslabón más de una cadena que podía incluir a políticos rivales de Obregón o a miembros de la Iglesia católica. Es más, se echó a andar el rumor de que el mismo Calles y Luis Napoleón Morones, el poderoso líder de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), cercano a Calles aunque enemigo de Obregón, podían estar detrás del asesinato.

A 92 años del asesinato de Álvaro Obregón
A 92 años del asesinato de Álvaro Obregón

José de León Toral.

Enemigo número uno de la Iglesia

Para los cristeros y varios grupos católicos de la época, Obregón representaba el enemigo número uno de la Iglesia desde 1915, cuando aquél entró en la Ciudad de México y entonces decidió pedirle medio millón de pesos para auxiliar a la población que padecía una terrible hambruna.

Como la Iglesia se negó a otorgar esa cantidad, Obregón encarceló a más de 100 sacerdotes. Por eso, la Iglesia le guardaba un profundo resentimiento. Hay que agregar que Obregón era un personaje anticlerical que consideraba que la Iglesia no tenía por qué involucrarse en cuestiones de gobierno, criterio que le venía del liberalismo del siglo XIX.

En cuanto a la hipótesis de que Calles fue el autor intelectual del asesinato de Obregón, Fajardo Tapia comenta: “No parece que Calles haya ordenado liquidar a Obregón, pero tampoco estoy seguro de que no supiera que había grupos que tenían esa intención, ya que el aparato político callista poseía un sistema de espionaje eficaz. Dada la efervescencia política y social del momento, resulta poco creíble que Calles no conociera los planes de ese magnicidio. Ahí queda la duda: ¿estaba enterado de lo que sucedería y no llevó a cabo ninguna acción para evitarlo, o no sabía nada?”

Para desvanecer cualquier sospecha de complicidad, Calles quitó al general Roberto Cruz como jefe de la Policía y designó en su lugar al general obregonista Antonio Ríos Zertuche. Toral fue sometido a tortura con el propósito de que confesara quién había ordenado el crimen, pero resistió.

“Hasta cierto punto, Toral parecía inspirado. Su fanatismo era tal que su tortura la concebía como un martirio. En la cárcel hizo dibujos y tomó notas de la tortura que llegó a sufrir, y la calificó así: ‘Mi martirio’. Posteriormente, por sugerencia de su defensa, los presentó en su juicio sin ningún efecto. Se sabía que iba a ser torturado porque, en esos años, quien era sujeto de un interrogatorio policiaco la pasaba muy mal”, indica el investigador.

El juicio de Toral y Concepción Acevedo de la Llata, la Madre Conchita, quien días después del magnicidio había sido detenida y acusada de ser la presunta autora intelectual de éste, se inició el 2 de noviembre y terminó el 8 del mismo mes.

“La Iglesia negó todo vínculo con Toral y la Madre Conchita, cosa que al gobierno callista le convino. La investigación estableció que la Madre Conchita fue la autora intelectual del magnicidio y Toral su brazo ejecutor. De esa manera, ambas instituciones quedaron exculpadas de la muerte de Obregón.”

A Toral se le condenó a la pena de muerte. De acuerdo con un escrito de Luis Billot, el único amigo al que quiso ver antes de morir, aparte de su familia, se mostraba tranquilo; su fanatismo era tan acendrado que decía que ya no estaba aquí, en la Tierra, sino en lo que él llamaba “Cielópolis”.

Fue ejecutado el 9 de febrero de 1929, a las 12:30 horas, en un jardín de la Penitenciaría de Lecumberri. El capitán José Rodríguez Rabiela, compañero de armas de Obregón, se encargó de darle el tiro de gracia con una pistola Colt 45 que presumía haber sido obsequio del general.

La Madre Conchita fue sentenciada a 20 años de prisión, en aquel momento la pena máxima para una mujer. La trasladaron al penal de las Islas Marías y la iglesia la excomulgó. Posteriormente se casó. En la perspectiva de Fajardo Tapia, no aparece como la autora intelectual del asesinato de Obregón.

“Tuvo nexos con la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, donde participaba activamente en rituales católicos y también en la difusión de propaganda y la transmisión de información en los círculos de dicha Liga. Pero dudo que haya sido la autora intelectual del magnicidio.”

Tiranicidio

El asesinato de Obregón ocurrió en una época determinada por una violencia selectiva y no por una violencia generalizada, como en la década anterior.

Obregón, un personaje formado durante el Porfiriato, entendía que era importante no tanto ideologizar a las masas como llevar a la práctica aquello que tenía una utilidad inmediata. De modo que ejerció esta violencia selectiva contra sus opositores, en especial contra la Iglesia, a la que siempre le tuvo una particular antipatía, pues, en su opinión, era la culpable del asesinato del presidente Francisco I. Madero.

En 1926 estalló la Guerra Cristera, y si bien entonces Calles ocupaba la Presidencia, los fanáticos católicos y los cristeros tenían muy claro que Obregón era la mente que estaba detrás de él.

De hecho, como consta en la bibliografía cristera, a Obregón lo veían como el tirano. Los cristeros y los círculos de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y la U (Unión del Espíritu Santo) sabían que debían aniquilar a tres personajes para acabar con el conflicto: a Obregón, el instigador de la persecución religiosa, a Calles y al Patriarca Pérez, líder de la Iglesia cismática, a la que, desde la óptica cristera, Calles controlaba.

“Ya que el quinto mandamiento de la fe católica dice ‘No matarás’, los católicos radicales y los cristeros tenían que legitimar el asesinato, y esto sólo podían hacerlo en términos teológicos, es decir, como parte de una guerra justa o como respuesta a una persecución. Y encontraron una justificación en el concepto tiranicidio. Para ello, los cristeros, particularmente los miembros de la Liga y la U, recuperaron pasajes bíblicos como el asesinato de Holofernes, el general asirio, a manos de Judith, que inspiraría a Toral para asesinar a Obregón”, apunta Fajardo Tapia.

Contexto sui generis

Toral era una persona sumamente tímida que ya había contraído matrimonio y estudiaba pintura en la Academia de San Carlos.

“Uno de los géneros que más practicaba era el retrato, al que rodeaba de motivos religiosos. Se conserva una vasta cantidad de ellos que hizo durante su periodo de estudiante”, añade el investigador.

A finales de 1927, una vez que se enteró de la muerte de los hermanos Pro, acusados de haber participado en un atentado en contra de Obregón, Toral tomó la decisión de realizar el magnicidio y empezó a prepararse.

Su amigo Manuel Trejo, miembro de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, le prestó la escuadra Star calibre 32, con la que practicaba el tiro al blanco, pero su puntería era pésima, por lo que llegó a la conclusión de que, si quería tener éxito, debía estar cerca de su objetivo…

El padre José Jiménez, conocido por incitar a los creyentes católicos a levantarse en armas contra el gobierno, también lo apoyó. De hecho, él fue quien bendijo la pistola que usaría en La Bombilla.

Como ya se había reformado la Constitución Política para permitir que Obregón se reeligiera sin ningún problema, los cristeros y el mismo Toral concluyeron que era de vital importancia que aquél muriera antes de llegar por segunda ocasión al poder.

En julio de 1928, después de que se alzó con el triunfo electoral, Obregón se trasladó a la Ciudad de México y Toral empezó a acecharlo. El día 15 de ese mes, éste comunicó a su familia que saldría de la ciudad, pero en realidad se ausentó para cometer el asesinato. En un primer momento tuvo la idea de llevar una cámara fotográfica como coartada para hacerse pasar como fotógrafo y así tener la oportunidad de acercarse al general, pero a final de cuentas la desechó. El día 17 resolvió usar un block de dibujo y, con el pretexto de hacerle un retrato, cumplir su cometido.

“El asesinato de Obregón se dio en un contexto sui generis, propicio para poner fin a los asesinatos políticos selectivos. Como consecuencia de él, Calles declaró que había concluido la época de los caudillos y comenzaba la época de las instituciones.”

Obregón se convirtió en un ícono de la Revolución mexicana. En el Monumento a Obregón, edificado en lo que fue La Bombilla, se exhibió hasta 1989 su mano amputada, lo que representa uno de los actos más extraños de la historia de México.

En el caso de Toral, luego de que su familia recibió el cuerpo, le extrajeron el corazón, el cual, hasta donde se sabe, hoy en día está en Guadalajara. Manuel Ramos, famoso fotógrafo de la época que compartía la fe cristera, le tomó fotos e hizo un montaje como una representación del Sagrado Corazón de Jesús.

Hacia 2001, la familia Toral, sin duda tomando en cuenta que el padre Pro había sido beatificado en 1988, intentó darle un lugar a José de León en la Iglesia; sin embargo, ésta lo rechazó. Para la Iglesia, caracterizada por su ambigüedad moral, Toral es un asesino y no lo puede canonizar ni beatificar.

“En suma, para entender la muerte de Obregón, hay que mirarla desde todas las perspectivas posibles. No debemos aceptar a pie juntillas el dicho ‘Calles lo mandó matar’. Eso es reducir la historia. Tenemos que leer la historia con ojos críticos para construir miradas que enriquezcan nuestra interpretación de la muerte del militar sonorense y de lo que ello implicó para el país”, finaliza Fajardo Tapia.

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