Vivir en Afganistán no es cosa fácil, mucho menos si eres mujer; se trata de un país en el que 50% de las agresiones a mujeres, durante 2017, fueron relacionados con “crímenes de honor”, lo que nos habla de la dureza y rigidez de los códigos de conducta establecidos por el régimen talibán, que impidieron durante décadas una equidad de género en esta nación. Actualmente, la lucha se presenta para que esta igualdad se vincule a estadísticas sujetas a lo que genere el renovado Código Penal de este país en materia de protección jurídica contra la violencia hacia la mujer en todos los aspectos.
Con la desaparición del régimen talibán, los cambios respecto de los derechos de la mujer fueron paulatinamente cambiando, la equidad de género ha tomado tiempo; al hombre educado durante décadas bajo este esquema estricto y radical de las creencias Pashtunes sobre la vida en purdah (ocultar la vida femenina en público), le ha tomado tiempo aceptar que ellas ahora pueden realizar actividades antes prohibidas sin ser penalizadas.
¿Qué esperar de un país en el que la mujer es restringida en sus propios derechos universales como el deporte? ¿Qué puede hacer una mujer que durante años esperó el momento para poder jugar futbol sin restricciones? ¿Cómo fomentar la práctica de una disciplina deportiva cuando el hacerlo conlleva poner en riesgo su vida?
La historia de muchas mujeres afganas se puede resumir en la vida de Khalida Popal, jugar futbol la orilló a solicitar asilo político en Dinamarca, su familia fue amenazada, su hermano y su entrenador sufrieron agresiones... jugar futbol puso prácticamente su vida en peligro y su lucha iniciada en 2011 le mostró a las más de 2000 mujeres que practican este deporte hoy en día, que, nadie les puede decir que no jueguen futbol, a pesar de que se exponen y convierten cada acercamiento al balón en un “vida o muerte”.
Una selección en la que su actual entrenadora Kelly Lindsey no puede pisar territorio afgano por su propia seguridad, un equipo que se ubica en el sitio 106 del ranking de la FIFA grita por apoyo internacional, para continuar cambiando la historia, para hacer que las niñas de Afganistán y de todo el mundo puedan jugar futbol sin importar sus creencias, educación, sexo, etc., para convertir ese estadio utilizado para ejecuciones talibanes en el marco ideal para inspirar a futuras generaciones a hacer historia y soñar en grande.
135 mil dólares las separan de concretar el primer paso a este sueño, crear escenarios externos y seguros para la futura selección afgana y mostrarle a un país que el futbol no es de los hombres o de las mujeres, el futbol es futbol sin importar el género.
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